La prensa escrita es un buen reflejo de lo que vive una sociedad. Por un lado, ofrece retazos del devenir de la actualidad, y podemos así saber qué cosas pasan, quiénes gobiernan y cuáles son los sucesos principales del lugar. Y quiénes son los personajes más celebres que dan patadas a un balón o dedican por entero su vida a las cámaras y los micrófonos, cómo no. Por otro lado, una lectura profunda puede atisbar otros elementos, y hurgar más allá de la contingencia del acontecer cotidiano, de los intereses ideológicos del editor y de su necesaria supervivencia comercial y publicitaria, para descubrir los valores de esa sociedad, los intereses de la gente, las tendencias culturales y morales y, en último término, los anhelos, las frustraciones y esperanzas del hombre que escribe el periódico, del que lo imprime y del que lo lee.
He estado hace poco en Marruecos. Concretamente, en tres ciudades costeras cercanas entre sí y con un rico pasado colonial que aún se adivina en muchos de sus elementos: Casablanca, El Jadida y Azemmour. Entre la abundancia de cosas que sorprenden al visitante más occidental destaca el lugar preponderante de la religión islámica, algo que conforma la vida diaria de los marroquíes, y que es necesario entender como clave de interpretación para todo lo que hay. Y aquí viene la prensa, encarnada en uno de los diarios del país: Le Matin. Tuve ocasión, el día final de mi viaje, de ojear con calma el periódico y ponerlo en relación con lo que había visto antes, y con las interesantes conversaciones tenidas con gente del lugar, sobre todo profesores y estudiantes universitarios.
Le Matin abre con todo un repertorio de noticias relativas al rey Mohammed VI y a su familia: felicitaciones a dignatarios extranjeros con motivo de efemérides, inauguraciones de centros y otros eventos. Como se trata de la edición del fin de semana del periódico, entre toda esa información relativa a la monarquía alauita llama la atención la extensa crónica de la visita del rey a la mezquita correspondiente, y que incluye la síntesis de la predicación del imán. A algunos lectores con más edad que la mía quizá les recuerde a cierta prensa española de hace unos años, que unía en sus páginas un «parte» detallado de todo lo referente a nuestra Familia Real con un amplio espacio dedicado a la información religiosa.
Echándole un vistazo al resumen de las palabras autorizadas de comentario al Corán, pronunciadas en la mezquita de Hassan en Rabat en presencia de Mohammed VI, «comendador de los creyentes» –a quien puede verse arrodillado en la alfombra junto al resto de sus hermanos musulmanes–, veo que el imán comentó unos versículos de la sura 74, que entre otras cosas dice: «ensalza a tu Señor… huye de la abominación». El predicador hizo hincapié en esa ocasión en la pureza interior que debe corresponder a la purificación ritual exterior, expresada en las abluciones de los musulmanes. Y llamó a poner a Dios en su sitio en la vida del creyente mediante la conversión y el arrepentimiento. Un discurso totalmente comprensible en el marco de una creencia monoteísta como es la islámica, cuya centralidad está en el Todopoderoso.
Lo que ya no es tan comprensible, y fue lo que más me sorprendió del periódico, es la convivencia de esta crónica y lo que significa con otro apartado del rotativo, sólo unas páginas más adelante. Un apartado que ya no nos extraña en la prensa a la que estamos acostumbrados, pero que destaca sobremanera en Le Matin, después de haber leído todo lo anterior. La sección en cuestión es la del horóscopo. Junto a los pasatiempos y las noticias del corazón encontramos, ocupando la cuarta parte de una página, el «Horoscope». Los doce signos tradicionales del zodiaco, perfectamente identificados por sus símbolos, cuentan al lector de forma sintética los consejos de los astros repartidos en la tríada clásica de «salud, dinero y amor», que aquí se ordena como «profesión, sentimientos y forma». El horóscopo está firmado, además, y no por un brujo o vidente occidental, sino por un señor con nombre árabe.
Claro que me sorprende. Algunos juzgarán que se trata de una muestra clara de la libertad de prensa en un país confesionalmente musulmán, donde «ya» se toleran cosas como ésta. Otros pensarán que en el fondo no es algo malo, e incluso compatible con la confesión de fe islámica, ya que es un pasatiempo más, algo de puro entretenimiento. Sin embargo, las tres religiones monoteístas han tenido claro desde el principio que todo lo que rodea al mundo de la magia y la adivinación se aparta de la adhesión del hombre a Dios. En su libro L’Islam et les mystères du monde surnaturel, Messaoud Boudienoun explica de forma detallada el juicio que el islam hace de la videncia y la astrología. Lo más curioso es que los primeros textos religiosos que cita para expresar el rechazo que Dios hace de estas prácticas, además de un dicho del profeta Mahoma… ¡son versículos del Antiguo Testamento! Es decir, que acude a los textos sagrados del judaísmo y del cristianismo para fundamentar su valoración negativa.
En concreto, los textos bíblicos citados son Lv 19,31 y Dt 18,9-14. En ambos aparece, como uno de los efectos de la Alianza de Dios con su pueblo, el alejamiento de las costumbres mánticas, espiritistas y adivinatorias de las naciones vecinas de Israel. El pueblo elegido por Dios no puede contaminarse con estas prácticas que en el fondo constituyen una idolatría, porque pretenden emplear el ocultismo para un conocimiento cierto del futuro o de cuestiones escondidas, constituyendo así una falta de confianza en la providencia divina. Son un pecado contra Dios y contra la fe, algo que contradice las cláusulas centrales del pacto: «vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios».
El libro de Boudienoun une a estas citas de la Sagrada Escritura otros testimonios que son autoritativos para los creyentes musulmanes: un texto del Corán y un hadith del Profeta (un dicho o acción de Mahoma recogido por la tradición). El versículo coránico, de la sura 52, dice así: «¡Amonesta, pues, porque, por la gracia de tu Señor, no eres adivino ni poseso!». Al igual que sucede en algunos pasajes de los profetas de Israel, se distancia así la figura de Mahoma de la de los profesionales de la adivinación de su tiempo. Su profecía no es la adivinación de hechos futuros, sino el hablar en nombre del Altísimo. En cuanto al hadith que se cita para la condena de las mancias, es el siguiente: «Quien visite a un adivino o a un astrólogo, y crea lo que dice, habrá descreído de lo que ha descendido sobre Muhámmad».
Si consultamos las fuentes autorizadas islámicas encontramos, junto a este hadith, otras muchas afirmaciones que repiten lo mismo: el recurso a la adivinación y al ocultismo socava las raíces del monoteísmo y supone que el creyente no se fíe de Dios, buscando otros apoyos. En resumen, es idolatría. Por eso se dice que si alguien acude a un adivino su oración no será escuchada durante cuarenta días, o que no se puede creer en un astrólogo y en el Corán de forma simultánea, ya que la consulta al ocultista es directamente apostasía.
Me ha parecido interesante recoger aquí el fuerte rechazo que hace el islam de toda forma de adivinación, para comprobar que es algo común a las tres grandes religiones monoteístas. No se trata de fobias circunstanciales de tal o cual época histórica de la Iglesia, ni de manías exageradas de una religión que se juzga medieval, ni de delirios de pureza y distinción de un pueblo que creía ser el elegido por Dios en lo alto de un monte. La fe en el único Dios no puede compatibilizarse con el recurso al ocultismo, en cualquiera de sus variantes, para la vida cotidiana del creyente. Tampoco, entonces, con el horóscopo, por inocuo y superficial que parezca. Para muchas personas es algo más que un pasatiempo, cuando acceden a él diariamente, depositando de forma más o menos consciente sus ilusiones, temores, esperanzas y anhelos. Sin entrar en el juicio que merece el horóscopo en sí –que tendría que ser objeto de estudio en un artículo monográfico–, parece claro que no es posible creer en el único Dios que se ha revelado a los hombres y consultar mi signo del zodiaco, se mire por donde se mire. Por eso he visto en esa sección del diario marroquí, con pena, una grieta cultural en el edificio de un islam socialmente mayoritario.
P. Luis Santamaría del Río, sacerdote