Esta semana, El País rescataba del exilio japonés al sacerdote jesuita Juan Masiá Clavel para utilizarlo en su cruzada abortista ante la irritación suscitada por la iniciativa de Alberto Ruiz-Gallardón para proteger la vida de los concebidos que hubieran de nacer con discapacidad, dependencia o corta esperanza de vida.
En esa tribuna el presbítero jesuita, haciendo política contra la medida de Gallardón, trataba de manipular a la opinión pública y nos decía, como todos sabemos, que ninguna mujer aborta o tiene a su hijo discapacitado a la ligera y sin sufrimiento. Nos decía que todos –partidarios y detractores– coinciden en que el aborto es un trauma. En efecto lo es, pero no existiría si no se produjera el aborto, por tanto ya habría una razón médica con base científica para evitarlo o incluso impedirlo.
Sin embargo, no le interesaba profundizar en la razón del trauma, que no es otra que plantearse decidir sobre si pedir a otros que maten al hijo que gestan para evitar su nacimiento y tener que cuidar de él. Este inmenso mal, que lleva a una tentativa de suicidio al 40% de las mujeres que pican y deciden comer del árbol del bien y del mal, el reverendo lo pintaba como un “mal menor” limitándose a decir del aborto un lacónico “no es deseable”. Por ello, decía, que “no lo condenamos moralmente”, concluyendo que entonces “tampoco aceptaremos una pena legal”.
La realidad es que miente si pretende hablar como sacerdote católico, puesto que el aborto no es que “no sea deseable para nadie” sino que es siempre un “crimen nefando”, una situación gravemente inmoral y penada nada menos que con la excomunión automática (latæ sententiæ). ¿Informará de esta realidad a las incautas que acudan a su consultorio o las engañará diciendoles que no hay condena moral como hacia con los lectores de El Pais?
Este moralista resulta que confunde moral con emotividad. Su argumentación fundamental era que se debía “respetar la decisión de la mujer” porque era una decisión muy dificil y meditada y que en algunos casos, como el de la anencefalia o la agenesia renal bilateral “no se estaba abortando personas”. ¿Habrá dejado de creer también en el alma, y por eso se muestra tan desalmado? Por ese motivo acusaba de “simplistas” a aquellos partidarios de defender la vida de los discapacitados y la salud mental de sus madres y nos lo dice en un país con 3000 abortos eugenésicos al año –ahora sin plazo límite–, en el que un rutinario sistema de selección eugenésica prenatal causa que 9 de cada 10 Down diagnosticados antes de nacer sean ejecutados antes de los 150 días de vida, amén de muchos otros como enanos, cardiópatas, mutilados, espinas bífidas, labio- leporinos, etcétera.
Su posición del “respeto a la decisión” homicida, por mucho que presuma de moderado, no es neutral. Esa pretendida neutralidad moral se convierte en doble moral, es decir, que el mal que no desearía para nadie lo acepta, o incluso promueve, para algunos. Porque siendo un hecho objetivamente malo y no deseable para nadie, lo da por bueno o por “mal menor” solo por haber sido meditado por algún tiempo y suponer una difícil decisión. Como si la dificultad en una decisión criminal añadiera virtud al resultado. En la misma situación se encuentran aquellos que prestándose al diagnóstico prenatal y a ofertar a la madre el aborto luego objetan y se lavan las manos para que otro elimine el problema.
Si tanto beneficio hay para la madre ¿cómo es que no se prestan también a ejecutar el aborto? ¿Será porque saben que es un crimen? Hacen gala de una ideología muy radical: la ideología abortista pro-choice (decisión) que respeta la autodeterminación de la madre para decidir eliminar a sus hijos antes de parirlos, así que no es neutral sino todo lo contrario. Ningún pretendido derecho de autodeterminación puede legítimamente ser respetado si para hacerlo efectivo implica la matanza de inocentes, lo contrario sería un postulado terrorista.No hay nada más radical que terrorismo. Y en este caso los niños que nacerían enfermos, incluso si fueran a morir pronto, no son culpables de ser como son ni de su enfermedad, son inocentes del delito o agravio contra sus padres que se les imputa y que se castiga con pena de muerte.
La demagogia es una práctica política que apela a los sentimientos y las emociones de la población para ganarse su apoyo. A través de la retórica, el demagogo busca incentivar las pasiones, los deseos o los miedos de la gente para conseguir el favor popular.
Por tanto, eso que dice este pastor de almas y profesor de bioética de que “si no lo condenamos moralmente tampoco aceptaremos que legalmente se penalice”, es una falaz demagogia con el disfraz de una ética de muy bajo perfil; la condena moral es indiscutible y así también la penal, pues un ser humano inocente de culpa y sin capacidad de legítima defensa será discriminado a muerte por su salud y su edad y a su madre se le causará un daño irreparable. Sería lo mismo que decir que; como emocionalmente podemos entender que una madre necesitada robe, o que una señora con prisa se salte un semáforo en rojo, no aceptaremos que a una se le imponga una pena y a otra se le multe.
Tanto la condena moral como la penal, no vienen de que no entendamos con caridad y compasíon la tribulación de la madre en su infortunio, sino del hecho de que su decisión implica segar la vida de una persona en gestación. Y la pena no recae tanto sobre la madre, que podrá tener algunos eximentes dado que nunca ninguna fue encarcelada y ya paga con creces su crimen y pecado, sino sobre las luctuosas instituciones y personas que facilitan y ejecutan el aborto, sean usureros doctores, lucrosas curanderas clandestinas, o “caritativos” curas.
Esteban Rodríguez
Presidente de la Comisión Deontológica de Ginecólogos DAV