Ante la petición de que escriba para Religión en Libertad/InfoCatólica, y teniendo en cuenta lo que dice el Evangelio, en la conocida parábola de los talentos, sobre los que rehuyen sus responsabilidades, está claro que sólo puedo decir sí, porque el que no actúa por miedo a equivocarse, ése ya está equivocado.
Pero antes me parece oportuno que ustedes sepan cuáles son las líneas fundamentales de mi pensamiento. Soy sacerdote católico, e influyó mucho en ello el intentar dar un sentido a mi vida, que me pareció podía ser el apostar la vida por Cristo. Hoy sigo pensando, y cada día estoy más convencido de ello, que la mejor solución ante los grandes problemas humanos, es decir si existe un Ser Supremo, el cómo es ese Ser Supremo y qué hay más allá de la muerte son cuestiones ante las que no he logrado encontrar ninguna contestación mejor que las que nos da la Iglesia Católica.
Para empezar si Dios no existe, lo lógico es que todo termine con la muerte por lo que la vida en este mundo, tan dura para tantos, sería una gigantesca estafa. y nuestro máximo deseo, el ser felices siempre, se trataría de algo sencillamente irrealizable, Si Cristo no ha resucitado, si los muertos no resucitan, el propio San Pablo nos recomienda “comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Cor. 15,32). Si todo termina con la muerte, si no nos espera ninguna recompensa por nuestro bien obrar, es lógico que nuestra máxima preocupación sea pasarlo lo mejor posible, procurando no hacer demasiado caso a nuestra inútil conciencia.
Pero si Dios existe y me ama, la visión del mundo cambia radicalmente. Si Dios se ha hecho hombre porque me quiere hasta el punto que se hace hombre, vive y muere por mí, a fin de que sea posible mi eterna felicidad, la visión del mundo cambia radicalmente. Amar y ser amado pasan a ser las realidades que dan sentido a mi vida, con la consecuencia práctica de que no vivo aislado, sino que mi primer deber es hacer el bien. Vivo en sociedad y tengo una serie de deberes hacia los demás que podríamos resumir en que tengo que sentirme prójimo, es decir cercano de los otros. Para ello, como primer paso hacia el amor, tengo que empezar por respetarles, es decir cumplir mis deberes para con ellos, lo que significa tener en cuenta los derechos de los demás, tan espléndidamente expresados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU del 10 de Diciembre de 1948, Declaración de la que no me importa decir es mi ideal político.