Confieso que no acabo de entender la insistencia con la que desde alguna instancia política piden que a la Iglesia Católica –y sólo a ella- se le obligue a pagar el IBI. Me hago cargo del maremágnum que supone dar respuesta a la crisis en curso, y que se intenta recortar por todos sitios y por todos sitios recabar ingresos. Pero me cuesta entender la razón por la que la Iglesia es la única en el punto de mira de alguna artillería.
Estamos en plena campaña del IRPF y este año los aparatos pensantes del acoso laicista, han dirigido su maquinaria contra la Iglesia a cuenta del impuesto del IBI. Isidro Catela ha hecho una radiografía del desmán que con gusto parafraseo y hago mía. Como él dice, el primer bulo que hay que desmentir es que todo hijo de vecino paga el IBI. No es verdad. No lo pagan: partidos políticos, sindicatos, Cruz Roja, fundaciones, federaciones deportivas, embajadas, terrenos de la RENFE, los inmuebles de culto de judíos, musulmanes, evangélicos, etc. en virtud de la Ley de mecenazgo 49/2002. Con todas ellas la Iglesia comparte el régimen fiscal especial concedido a entidades sin fines lucrativos. No son únicamente los Acuerdos Iglesia-Estado los que amparan la exención del IBI a la Iglesia, sino esa Ley de mecenazgo común para todos. La razón es que todos estos hijos de vecinos ofrecemos alguna utilidad a la sociedad desde los diversos ámbitos. La Iglesia lo hace, y de qué manera, en el religioso, cultural, educativo, social.
¿Entonces por qué tanta gente piensa que se trata de un privilegio de la Iglesia? ¿Por qué no se cuestiona que deben pagar el IBI, un sindicato, la federación de fútbol o las mezquitas? La manipulación de la opinión pública, lleva a creer a mucha gente que la Iglesia católica es aprovechona, insolidaria y egoísta, porque es la única que no paga ni el IBI ni los impuestos. La Iglesia ya pagaba el IBI de locales no destinados a un uso religioso (garaje, floristería o la tienda de dulces de un convento, etc.), como ya pagaba las tasas municipales en las que no hay exención fiscal (la basura, el vado de una cochera, etc.). La Iglesia ni tiene ni quiere privilegios, pero tampoco desea ser discriminada. Desgastar la imagen pública de una de las instituciones que más está haciendo por la gente que peor lo está pasando, solo puede responder a intereses que nada tienen que ver con el bien común. Afortunadamente, cada vez más gente, llama a las puertas de la Iglesia, gracias a Dios, no a las de ellos, y también cada vez son más los que ayudan a sostener esa puerta y a mantenerla abierta.
La Iglesia ya está haciendo gestos todos los días a favor de los que sufren. Muchos cristianos están dando ejemplo de generosidad y entrega. Algunos, para animar a muchos, se han rebajado considerablemente su ya de por sí exiguo sueldo o entregan sus pagas extras. Si se contara con menos recursos la actividad caritativa y social de la Iglesia quedaría mermada. Que pregunten en esos comedores sociales donde ya se está dando un único plato de comida, porque si siguen dando dos, no llega para todos. La Iglesia ya estaba allí antes de la crisis, antes del IBI, y en esos mismos lugares va a seguir estando, al lado de los viejos y nuevos pobres víctimas de la corrupción, de la ideología y del engaño.
Entendemos el momento de apuro real, también en las administraciones públicas, pero no creo que sea justo exigir sólo a una de las instituciones, verdaderamente comprometida con los más desfavorecidos, que renuncie no a un privilegio sino a una justa posibilidad para acercar ayuda, consuelo, compañía, esperanza, a los que por diversos motivos más necesitados están.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo