Hace mucho tiempo que no se veían protestas como las de las últimas semanas. Marchas masivas; tomas de colegios y universidades; los consabidos destrozos de propiedad pública y privada de los “infiltrados” de siempre. Múltiples gremios o grupos de diferente naturaleza sumándose a las manifestaciones públicas para demandar las más diversas cosas del gobierno.
Es cierto que nada de esto es demasiado novedoso –todavía está fresco el pingüinazo–. Sin embargo, lo inédito va por el lado de la persistencia de estas manifestaciones de descontento. Ya son varias semanas de trabajo interrumpido, de clases perdidas, de profesores que no pueden desarrollar normalmente su investigación, y, por lo que hasta este momento se ve y no obstante el mensaje presidencial, pareciera que el ánimo no es deponer estas manifestaciones, paros y protestas.
Por qué esta persistencia en la protesta. La respuesta obvia es que en educación hay mucho que mejorar y las medidas del gobierno no garantizan que esa mejora vaya a producirse. La verdad es que en esto, me parece, no hay una voz disidente. Hay muchas causas, podría decir alguien. Es complejo, podría agregar otro. Si estamos hablando de la mala calidad de la educación, es obvio que las causas son muchas y complejas. Pero si estamos hablando de por qué tenemos alterado el devenir cotidiano de la educación escolar y universitaria, a mí me parece que la razón es mucho más simple.
Si quienes se han sumado a los reclamos públicos al gobierno tuviesen la intención real de mejorar la educación, no pondrían condiciones imposibles de cumplir. O simplemente absurdas como son las que tienen que ver con las relativas al cobre o a la estatización de la educación. Quien quiere llegar a un fin pone los medios que de él dependen. Si alguien no pone esos medios, pudiendo, es que no quiere llegar al fin, aunque declare lo contrario. Por eso, si realmente los actores de los acontecimientos que nos preocupan tuviesen la real intención de cooperar al mejoramiento de la educación, otra sería la disposición, otras las decisiones: obras son amores y no buenas razones. Quien quiere mejorar la educación que lo pruebe con obras, no con declaraciones.
¿Cuál es la razón entonces de la persistencia de las protestas? Como decía, la razón que yo veo detrás de las manifestaciones y demandas que se están haciendo es mucho más simple. En este momento se está concretando lo que la derecha, antes de ser gobierno, sabía que ocurriría: muchos grupos sociales de distinta índole saldrían a la calle. Por qué no ocurrió el 2010. Probablemente en parte por el terremoto, en parte por los mineros, en parte por algo más. Es decir, si ustedes me preguntan a mí, el motivo es mitad irracional mitad ideológico. Irracional, porque la motivación es ese izquierdismo inveterado que lleva a oponerse visceralmente a cualquier cosa que provenga de la derecha… aunque esa derecha tenga, hoy día, políticas izquierdistas en muchas materias. Ideológico, porque tiene detrás esa mentalidad socialista que ven en el gobierno al acreedor universal de todas las carencias.
Por supuesto, lo que estoy diciendo no es que no haya problemas reales que no sea justo manifestar a los gobernantes. Tampoco, en consecuencia, que el Estado no deba hacerse cargo de algunos de los problemas que han salido al tapete estos días. Menos que el gobierno no ha sido responsable, por impericia y a veces franca estulticia, de crear ciertos problemas que vienen a sumarse a los anteriores (piénsese en la próxima manifestación de los portuarios: a no creerlo, el gobierno resucita la idea del puerto seco , evidentemente en Santiago, aunque no nombre a la capital, en sus cincuenta medidas para activar la economía; un tema que estaba oleado y sacramentado, tranquilo, asumido, pero que algún brillante burócrata detrás de su escritorio metropolitano discurrió que había que resucitarlo).
Lo que estoy afirmando es que a quienes hoy están protestando no les interesa solucionar esos problemas y lo que los motiva es, simplemente, crearle los mayores problemas al gobierno, aparentemente, aún cuando eso suponga que se caiga el mundo.
¿Qué solución tiene esto? Francamente no le veo mucha salida. ¿Se cansarán los protestantes? ¿Les bajará en algún momento algo de racionalidad? ¿Les picará el bicho de la preocupación por el bien común? No lo sé. Hasta el minuto no pareciera haber indicios de que algo así pueda suceder. Yo enfrentaría el tema tratando de llegar a soluciones y acuerdos con algunos de los actores, escogiéndolos según sea posible realmente llegar a algo con ellos, que tengan incidencia en el desenvolvimiento normal de la actividad implicada –y dañada– por la protesta o paro, que el hecho que cesen en su actitud contestataria implique un quiebre en el movimiento general, etc.
También me preocuparía de no estar siempre reaccionando, de no “enganchar” con cada actor que dice o hace algo, de dar menos explicaciones y tomar el timón con mano más firme. En otras palabras, creo que hasta el momento el gobierno ha llevado el tema al estilo de las “lacrimógenas”: a alguien se le ocurre decir un día que hacen mal y el gobierno elimina las lacrimógenas, al día siguiente otros dicen que es irracional, y el gobierno repone las lacrimógenas. Y así nos vamos… Por querer estar siempre en la cresta de la ola, se están ahogando… en un mar de protestas.