Llegan noticias del Vaticano sobre lo avanzado que está ya en la Congregación de los Santos el proceso de declaración de Doctora de la Iglesia de Santa Hildegarda de Bingen, que todo apunta a que concluirá en breve, con el resultado de la concesión de dicho título al segundo alemán -en este caso alemana-, después de San Alberto Magno, y al sexto hijo de San Benito -en este caso hija-, después de San Gregorio Magno, San Anselmo de Canterbury, San Beda el Venerable, San Pedro Damián y San Bernardo de Claraval.
A esta noticia hay que sumar el anuncio oficial, aunque sin fecha, por parte de Benedicto XVI, en Madrid el verano pasado en contexto de la JMJ, de la concesión del Doctorado a nuestro compatriota San Juan de Ávila, para completar el cuadro de lo que parece que podrían ser los nuevos Doctores que serían declarados con ocasión del próximo sínodo de los Obispos, que como es sabido versará sobre la nueva evangelización, si bien la noticia no es oficial aunque todo apunta en dicha dirección. Resumiendo, dos nuevos Doctores para la nueva evangelización.
Surge por tanto la pregunta acerca de lo que estos dos futuros Doctores de épocas tan diferentes y lejanas pueden aportar al gran esfuerzo de la nueva evangelización actual, que como bien recordaba Juan Pablo II no es nueva por los contenidos sino por los métodos y en el entusiasmo que requiere. La respuesta pasa por reconocer que todo santo, con su ejemplo e intercesión, puede ser valioso para la evangelización de cualquier tiempo y lugar, y que la sabiduría de todo Doctor puede iluminar al pueblo de Dios en toda circunstancia, pero a la vez se puede buscar lo específico del testimonio y la sabiduría de estos dos candidatos al Doctorado en el contexto de la Iglesia actual.
Sobre San Juan de Ávila, el santo patrón del clero español, es el cardenal Cañizares el que responde a la pregunta, citando a su vez a Juan Pablo II:
“Hombre del siglo XVI español, de la reforma y renovación eclesial más señera, es una figura de una talla excepcional, de una actualidad grandísima que tiene mucho que decir a la Iglesia y a la sociedad de hoy y del futuro. De él dijo, entre otras cosas, el Beato Juan Pablo II que, ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz, un modelo siempre actual. No resulta extraño que en estos precisos momentos de nueva evangelización, el doctorado de San Juan de Ávila es invitación a fundamentarse en su pensamiento, en sus escritos y en su vida de santidad señera”.
Y continúa explicando que el santo español fue ante todo un evangelizador, urgido, como san Pablo, a evangelizar, según lo atestiguan la historia, sus biógrafos, los testigos de su vida y de su predicación,y la estela de santidad y de frutos que dejó por donde anduvo sembrando la Palabra de Dios. No le importaba anunciar el Evangelio a tierno y a destiempo, con ocasión y sin ella, aún en plena calle; en todo momento se sentía urgido a anunciar a Cristo, convencido de la necesidad que tenían de Dios, de su misericordia, y de la salvación los hombres de su época, tan crucial y de tan grandes, profundos y decisivos cambios en la humanidad, a la que amaba con pasión y amor extraordinarios al estilo de san Pablo.
Sobre Santa Hildegarda, que fue uno de los personajes más fascinantes del siglo XII y sin duda la mujer más erudita de su tiempo, explica Rodolfo Vargas:
“Su afán de saber la llevó a abordar las más variadas materias: filosofía, teología, biología, medicina, zoología, botánica, música, lingüística, poesía… Era una auténtica polímata, un espíritu poliédrico, como lo sería Leonardo algunos siglos después. (…) Hildegarda mantuvo correspondencia con los personajes más importantes de su época: entre ellos papas como el ya citado Eugenio III y Anastasio IV, el emperador Federico Barbarroja, Enrique II de Inglaterra y su esposa Leonor de Aquitania (otra mujer fuera de serie), el abad Suger de Saint-Denis (hombre de Estado y consejero de Luis VI y Luis VII de Francia) y san Bernardo de Claraval. Se mantuvo siempre atenta a los acontecimientos de su tiempo. Pero también se escribió con gentes de todos los estados, que le enviaban cartas pidiéndole consejos y oraciones, que ella nunca negaba. Parece increíble cómo pudo esta abadesa conjugar sus deberes de gobierno monástico con sus estudios, el cultivo de sus relaciones políticas, la redacción de sus visiones y la atención a un público cada vez mayor. Pocas personas, a la verdad, tienen tal capacidad de trabajo: en tiempos modernos sería comparable a un Pío XII”.
Por lo tanto, un sacerdote secular evangelizador a tiempo y destiempo, predicador, director de almas, consejero de obispos y escritor; y una abadesa benedictina medieval, auténtico pozo de ciencia, que desde el claustro fue capaz de dialogar con la cultura de su tiempo e influyó activamente en la sociedad que la rodeaba por su sabiduría espiritual y su santidad. Dos figuras con vocaciones y carismas diferentes que coincidieron en saber adaptarse a su tiempo para servir a la Iglesia en lo que ésta necesitaba; y dos santos y Doctores con estilos completamente distintos, pero en el fondo una sola santidad y una sola sabiduría, que es la que la Iglesia necesita en su esfuerzo por llevar a cabo la nueva evangelización.
P. Alberto Royo Mejía, sacerdote