Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.
Sube la cuesta. Una cuesta que cuesta subir. Han terminado las fiestas navideñas, como una dulce tregua que por unos días con nuestra gente más querida, hemos podido brindar gozosos por tantas cosas hermosas: recordar y actualizar el significado de la navidad cristiana, dejarnos envolver por unas fechas que tienen música y magia en el desenfado más tierno y verdadero, gozar de personas y lugares amados que en estos días se hacen siempre presentes. Sí, tantos motivos, no pocas ocasiones, en donde a modo de tregua inocente hemos podido holgar en una justa alegría llena de encanto y embelesados por su canto.
Pero, hay navidades que sencillamente se desmontan como días antes se pudieron montar. Unas navidades que ni más ni menos… se desenchufan. Acaso se pueden guardar en las cajas adecuadas para el año que viene si Dios quiere. Pero su implacable fecha de caducidad impone fieramente su punto final sin que se pueda negociar en absoluto la prórroga de un punto y seguido.
Entonces vuelven las cosas cotidianas que dejamos de algún modo entre paréntesis al comienzo de las fiestas navideñas. Los más peques hablan de “volver al cole”, y esto es también lo que los adultos escenificamos al concluir estos días especiales: volvemos a nuestro diario caminar, tejido de todos los hilos que sostiene nuestra trama de cada día. Así es, que lo que nos hacía daño nos vuelve a doler, lo que nos sumió en mil preocupaciones nos seguirá ahora amenazando, los conflictos pendientes no han fallado a su cita de reclamarnos una solución. Cuántos nombres con su fecha y dirección tienen estos registros. Cómo son pesarosas las cosas que nos abruman, asustan, y nos provocan, aquellas que son para nosotros tremendos retos e innombrables desafíos.
Pero junto a todo esto, también estarán presentes al acabar la dulce tregua de la Navidad cristiana, lo que hace que esta fiesta no concluya jamás. Porque a pesar de todos los pesares, hay una esperanza que no defrauda en nuestras vidas, que nos hace seguir aguardando al Señor que no deja de bendecirnos de mil modos. Y hay también una fe que nos mantiene firmes como la roca en medio del más encrespado oleaje o del más airado vendaval. Y existe sobre todo un amor que pone en nuestros ojos una manera diferente de ver las cosas, de ponerles nombre, de sentir su cercanía, de atemperar su lejanía: es el amor de caridad con el que nos asemejamos al Señor a cuya imagen estamos hechos por Él, un amor que pone en nuestros latidos el mismo pálpito que se escucha en el Corazón del mismo Dios.
Sube la cuesta, sí. Una cuesta que cuesta subir, como cuando llegan estos primeros días de cada año. Pero en medio de estas calendas, y cuando en este enero frío se nos pueden congelar también las esperanzas, la fe o el amor, se vislumbra un tiempo en el que seguir reconociendo una grandeza: lo que Dios nos sigue dando en lo que no deja de bendecirnos, por más que sean concretas las apreturas que nos embargan, o sean precisos los temores o las angosturas. Se abre así un tiempo sereno, que es irremediablemente humilde, sin particulares festejos, pero que nos propicia la certeza de que en medio de todo es posible la verdadera alegría.
Una cuesta que no debe subirse solitariamente, sino debidamente acompañados por la Presencia discreta del buen Dios, de María nuestra Santina y de los Santos, y por aquellos hermanos o hermanas que como adecuada compañía el Señor nos ha dado.
Recibid mi afecto y bendición.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, Arzobispo de Oviedo
15 enero de 2012