Con relativa frecuencia escucho o leo a personas entrevistadas, que contestan a la pregunta sobre sus creencias con la frase: “Soy creyente, no practicante”, o bien “soy católico, pero no practico”. Pero lo que me asombra de los que así contestan es que te lo dicen a menudo con un cierto orgullo, seguros de que lo suyo es una actitud progre, o, al menos, políticamente correcta. Y sin embargo si nos ponemos a reflexionar sobre lo que han dicho nos encontramos con unas personas profundamente incoherentes, que te dicen que tienen unas ideas, pero que tratan que su vida no se ajuste a sus ideas, lo que no es ciertamente una actitud recomendable. En ese sentido me parece mucho mejor y honrada la respuesta de un personaje envuelto en un escándalo de faldas, que cuando le preguntaron si era católico, respondió: “soy católico y pecador”.
Es evidente que hablo de quienes presumen de no practicar. No me refiero a los ateos o agnósticos, entre quienes hay dos grupos: aquéllos que han recorrido todo el camino en su alejamiento de Dios, y aquéllos generalmente buenas personas, que te dicen: “Claro que me gustaría, o al menos no me importaría nada creer, pero no puedo”. Yo, sobre estos últimos no puedo por menos de pensar en la frase del canon IV de la Misa “tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”, y, sobre todo, en el episodio del Juicio Final en Mateo; “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre… Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos…? (25,34-37).
Pero sobre nuestros católicos o creyentes no practicantes, el Nuevo Testamento tiene unas expresiones muy duras: “si alguien se avergonzare de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él” (Mc 8,38; Lc 9,26); “¿quieres saber, hombre vano (tonto, según la traducción del Misal), que es estéril la fe sin las obras?! (Sant 2,20). Y en el Apocalipsis se dice a la Iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras y que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca” (3,15-16). Y es que tenemos que pensar que, si a nosotros, que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, nos molesta profundamente que se abuse de nuestra bondad y se rían de nosotros por ella, porque hay mucha gente que confunde bondad con tontería, también a Dios le tiene que pasar lo mismo. A Dios le tiene que molestar que tratemos de abusar de su bondad, aprovechándonos descaradamente de ella. Dios es bueno, muy bueno, incluso infinitamente bueno. Pero no es tonto en absoluto y las frases del Nuevo Testamento son una seria advertencia para que no tratemos de pasarnos y abusar de Él.
Pedro Trevijano, sacerdote