Hemos saludado con gozo la primavera árabe que ha supuesto, de momento, la caída de las dictaduras de Túnez, Libia y Egipto. Como antes habían caído las de Irak y Afganistán. Y están en un veremos, de momento, las de Yemen y Siria. Pues de primavera, muy poco. O nada. Que se lo digan a nuestros hermanos cristianos de Egipto o Irak. Una dictadura ha dejado el paso a otra. Y la nueva es mucho más perseguidora del cristianismo. Que se lo pregunten, si no, a los católicos irakíes o a los coptos egipcios.
Que Siria es una dictadura brutal no lo discute nadie. Pero de caer el sátrapa que la rige aquello seguirá siendo una dictadura y nuestros hermanos lo pasarán mucho peor. Así que, dictador por dictados, mucho mejor el actual. Lo del Yemen me es igual porque allí no debe haber ni un católico ni un cristiano. Así que, a mí, me es indiferente uno u otro.
Lo de Egipto en estos días, que es continuación aunque extremada de lo que ya venía ocurriendo desde la deposición de Mubarak, es un anuncio de lo que pasará en Siria si consiguen echar a Bashar-al-Assad. Con lo que melkitas, maronitas, ortodoxos, cristianos y católicos de rito latino pueden irse preparando a la masacre, el exilio o las catacumbas. Como en Irak. Como en Egipto.
Los cristianos en países islámicos sólo pueden vivir, mal pero vivir, bajo dictaduras laicas. Cambiarlas por dictaduras religiosas es lo peor que les puede ocurrir a nuestros hermanos en aquellas naciones. Soñar regímenes democráticos en aquellos lugares es absolutamente insensato. Y derribar dictaduras que toleran a los cristianos para implantar otras que los exterminan tan solo refleja la estupidez de Occidente. Y del cardenal Tauran. Que es una auténtica desgracia al frente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Que en pro de ese diálogo imposible con el Islam sacrifica impávido la vida de los cristianos. Que parece traerle sin cuidado.
Francisco José Fernández de la Cigoña
Publicado originalmente en La Gaceta y en La Cigüeña de la Torre