Nos llega hoy martes la noticia del traslado de Mons. Rafael Zornoza, hasta ahora auxiliar de Getafe, a la diócesis de Cádiz-Ceuta. Si bien hacía tiempo que se comentaba que se podían llevar a don Rafael a otras tierras –era de esperar que, siendo todavía joven y lleno de energía, en la Santa Sede pensasen en él para llevar una diócesis–, sin embargo la noticia a finales de agosto nos ha pillado por sorpresa.
En cualquier diócesis un obispo, aun siendo auxiliar, deja una huella muy importante pues durante unos años marca el estilo pastoral de esa porción del pueblo de Dios, pero en este caso, la figura de don Rafael ha acompañado a la diócesis de Getafe desde el comienzo, siendo una diócesis muy nueva. Vino con don Francisco, el primer obispo, se le encomendó después levantar el seminario y no sólo lo levantó sino que lo convirtió en un seminario ejemplar, y cuando en 2004 el Señor se llevó a don Francisco de modo inesperado y don Joaquín fue nombrado obispo de Getafe –también él había estado desde el principio junto a don Francisco–, poco después fue nombrado don Rafael obispo auxiliar.
Todo esto forma parte de la historia de la diócesis, quedará en los anales, pero lo importante en este caso es el buen ejemplo que don Rafael nos ha dejado a los que le hemos en estos años, si bien el abajo firmante llegó a Getafe hace poco. Personalmente quiero destacar su trabajo incansable por las vocaciones y su cuidado de los sacerdotes jóvenes. Son dos aspectos de la vida diocesana que, sin ser los únicos, tienen especial importancia en los tiempos que corren, de escasez de clero. Son dos tareas, entre otras muchas, que don Rafael ha llevado a cabo con especial esmero y con muy buenos resultados. En todo ello se ve el estilo de don Francisco, el primer obispo, que ya en Madrid era conocido por su trabajo con los sacerdotes y que inculcó en todos los que le trataron –por supuesto en don Rafael– el amor al sacerdocio y la preocupación por las vocaciones.
El trato con los jóvenes de las diferentes parroquias y el suscitar en ellos la pregunta acerca de la posibilidad de la entrega a Dios en el sacerdocio, el acompañarles con un discernimiento que les ayude a comprender si de verdad tienen vocación, el presentarles un ministerio atractivo y alegre a pesar de las dificultades, el no poner horario a la atención de los que ya son sacerdotes sino estar dispuesto a atenderles a la hora que sea, todas estas cosas las he visto en don Rafael en estos años y me han llamado profundamente la atención. Más allá de su persona concreta, es esa pasión por el sacerdocio, en sus distintas facetas de promoción, cuidado, formación y hasta descanso de los curas, lo que muchos hemos admirado en el futuro obispo de Cadiz-Ceuta.
Decía el beato Juan Pablo II que sacerdotes felices atraían más fácilmente las vocaciones y no le faltaba razón. Este es el caso de muchos clérigos en todo el mundo cuya vida es atrayente con solo conocerles, pues se les ve llenos de alegría, realizados, felices. Esta alegría ha sido también una de las características de don Rafael, como sacerdote y como obispo, haciendo que muchos jóvenes se sintiesen atraídos hacia una entrega que veían atrayente. Que después llegasen o no al sacerdocio, es cuestión del necesario discernimiento propio de la formación en el seminario, pero lo importante es ese ser capaces, nosotros sacerdotes –también los obispos– de mostrar, en modo sencillo y práctico, sin sermones, que nuestra entrega nos llena la vida y nos hace felices.
Por todos estos ejemplos buenos hoy quiero agradecer al Señor el trabajo de don Rafael entre nosotros y desearle lo mejor para su nueva tarea pastoral.
P. Alberto Royo Mejía, sacerdote