Una es la de los indignados; la otra, los jóvenes peregrinos católicos. A los primeros hay que agradecerles que se quitaran la careta de buenismo, tolerancia, libertad y de coleguitas simpáticos y enrollados, con que pretendían engañarnos en las reivindicaciones del 15-M, para mostrar lo que de verdad son: unos radicales que no respetan a los piensan distinto a ellos, violentos y, además, marginales.
La estética de sus reivindicaciones lo dice todo. Sus insultos, empujones y provocaciones a los pobres peregrinos –muchos de ellos extranjeros que no sabían de qué iba esa movida– quedarán en el subconsciente colectivo español como posible advertencia del camino que lleva irremediablemente al suicidio como sociedad.
La otra cara de la moneda ha sido el ejemplar comportamiento de los jóvenes católicos, poniendo la otra mejilla ante los bofetones, perdonando las injurias, y siendo mansos ante ese bochinche laicista de tono guerracivilista. Nuestros mayores deben estar con los pelos de punta rememorando proclamas y actitudes que recuerdan al final de la II República.
El futuro de España pasa por esas dos juventudes. La católica ofrece el mensaje evangélico, que es puro amor, cuyas consecuencias son claras: defender al más débil, procurar la dignidad de toda vida humana, trabajar por los demás, fortalecer los lazos personales, proteger a la familia, desarrollar la educación, crear riqueza, ser responsable… en definitiva, vivir de una manera determinada que favorece que la comunidad humana avance.
La otra juventud, la de los «indignados laicistas» sienta en el odio, y no en el amor, su programa de vida. Su fin es destruir lo que tanto molesta: la civilización occidental, que ancla sus raíces en el cristianismo. El relativismo es su hoja de ruta donde no hay límites en la libertad. Tampoco hay verdad. «Cada uno se construye su verdad con la propia experiencia de la vida», suelen decir.
Estos últimos están fuertemente apoyados por el progresismo que ostenta el poder, y son modelos para una buena parte de los medios de comunicación en España. «Por ahí va el futuro de España», proclaman los santurrones del rancio mundo progre.
Estamos ante dos modelos de hombre y de sociedad, y metidos de lleno en la vieja batalla entre el bien y el mal, algo que no nos abandona nunca.
Álex Rosal
Publicado originalmente en Religión en Libertad