La fase prepuberal da lugar a una crisis de oposición, que le hace rebelarse contra la disciplina y contra toda clase de autoridad y de barreras sociales. Es la edad difícil, en la que los educadores debemos decir a estos chicos y chicas que sus dificultades son normales, que todos hemos pasado por ellas, y que lo que les pasa sólo les pasa a ellos y a casi todos los demás, lo que les ayuda a sentirse como personas normales y no como unos bichos raros, así como les evita el sentido excesivo y exagerado de culpabilidad, sobre todo en cosas poco voluntarias, ayudándoles por otra parte a encauzar sus ímpetus, a encontrar la justa medida, haciendo que su agresividad se dirija hacia formas y actuaciones aceptables y constructivas, dominando su cuerpo con ejercicios o sacrificios en los que desarrollen la fuerza de voluntad.
La crisis de oposición se prolonga durante la pubertad con más fuerza todavía. El joven conquista su autonomía en parte frente a su familia, pero también con su ayuda y ojalá sin romper la vinculación que le liga a ella. La adolescencia coincide con la lucha de la conciencia por su autonomía moral, frente a las presiones heterónomas a las que ha estado sometido hasta ese momento. Evidentemente entre sus problemas están los familiares, religiosos, intelectuales y sexuales. Ellos son conscientes en su inmensa mayoría que su gran punto débil es la falta de fuerza de voluntad, por lo que les animo a hacer pequeños sacrificios que son ciertamente una gimnasia para la voluntad.
Entre los problemas familiares están las relaciones con los padres. Les quieren, aunque con frecuencia les da vergüenza manifestarlo, y se sienten queridos por ellos. A la pregunta de cómo educarían a un hijo o hija, si son chicas, de su edad, te contestan que más o menos como les están educando a ellos, salvo en un punto donde suele haber bastante discrepancia, pero es lo normal porque ahí en este caso son juez y parte: la hora de llegada a casa. De sus padres les recuerdo que cuando son pequeños son dioses para ellos, luego en la edad difícil de la adolescencia son un par de ignorantes que no entienden nada, aunque aparentemente hay una contradicción con lo dicho antes sobre su conformidad con la educación recibida. Posteriormente descubren qué grandes personas eran sus padres. Les invito a descubrir desde ya y antes de que sea tarde qué grandes personas son sus padres. En cuanto a los hermanos les suelo recordar que los hermanos están hechos para dos cosas y que el orden de factores no cambia el producto: para quererse y para reñir. Naturalmente les pido que se quieran lo más posible y riñan lo menos posible.
El inicio o reforzamiento de amistades profundas y el encuentro con el otro sexo son muy propios de esta época. Dos problemas morales afectan de modo especial a los adolescentes: el despertar de su sexualidad, siéndoles muy conveniente que sepamos hablarles de los valores religiosos y morales estrechamente relacionados con ella, no debiendo nosotros tener miedo de hablarles de la castidad como la sexualidad al servicio del amor y de la razón, pues ello les va a ayudar a madurar su personalidad, y el de la amargura para aquéllos que no encuentran sentido a su vida o se aminalan ante las dificultades de ésta, pues un gran problema suele ser la falta de fuerza de voluntad.
El adolescente es muy idealista, capaz de sacrificarse más que muchos adultos, con una búsqueda muy seria de lo verdadero y auténtico, pero a renglón seguido se entrega a sus instintos; capaz igualmente de obediencia ciega y rebelión contra toda autoridad; del optimismo más alegre y la melancolía más triste; de trabajo infatigable y negra pereza; a veces son muy sociables y buscan la compañía y amistad de los demás para luego desconfiar de todos y buscar la soledad. Oscilan igualmente entre una gran confianza y desconfianza en sí mismos, entre la vida heroica y la sensualidad. Las jóvenes generaciones apenas tienen sentido de la continuidad, pues destacan privilegiadamente el momento presente con la tentación de vivir al día dejando que los acontecimientos impongan su ritmo.
Y sin embargo hay que ayudarles en esta época a que maduren y a que aprendans a tomar decisiones, algunas de ellas, como la elección de profesión, sencillamente fundamentales para su existencia. Decidirse supone escoger y con ello renunciar a posibilidades que le estaban abiertas. Pero no decidirse y no concretar supone no llegar nunca a nada y la no realización personal.
Con frecuencia el adolescente confunde su tarea de personalización con el singularizarse, si bien muchas veces funde su singularidad en un conformismo grupal, llegando incluso al mimetismo. En cuanto a las instituciones educativas, como la familia, escuela e Iglesia, las vive muchas veces como represoras y portadoras de una moral de prohibiciones, pero también espera mucho de ellas como instancias protectoras y de apertura de su futuro.
La conciencia moral del adolescente no es ciertamente una conciencia fácil para los adultos, de los que se siente incomprendido, pues piensa no se le toma suficientemente en serio, si bien también a él hay que pedirle que intente comprender a sus mayores. Es una conciencia idealmente simplista, que se manifiesta sobre todo en forma de conciencia moral antecedente, llena de grandes proyectos y dirigida especialmente hacia el futuro.
Una buena educación tenderá a hacer ver al adolescente que encontrará su mayor satisfacción y se sentirá más profundamente él mismo cuando ejerza en la vida la función a la que ha sido destinado, ayudándole a encontrar el sentido de su vida en un ideal que valga la pena y en el que pueda ejercer su responsabilidad.
La crisis de la adolescencia suele terminarse entre los 18 y los 20 años, en que comienzan a dibujarse los rasgos definitivos de la conciencia adulta.
Pedro Trevijano, sacerdote