La mira de un arma de fuego ayuda a focalizar el blanco y asegura que el proyectil lo impacte de lleno. Su funcionalidad obvia es herir y matar.
Un programa de TV que ya en su título alardea de poner a personas e instituciones “en la mira”, está delatando su propósito de herir y matar. Y por cierto lo hace. Durante interminables minutos actúa como medio de estigmatización social. Expone sus víctimas al escarnio público, disparando con implacable reiteración hasta destrozar lo que pudiera quedarles de honra, respeto y aún compasión de los demás.
Su coartada es que hace periodismo de investigación y denuncia. Se arroga un poder que constitucionalmente el Estado reserva, en exclusiva, a los Tribunales de justicia. Con una diferencia. El ente investigador, depositario de esa facultad exclusiva, se ciñe a rigurosos parámetros éticos y jurídicos. Sabe que no le es lícito violar garantías constitucionales y legales en el afán de obtener condenas a todo evento : las pruebas que exhiba serán desechadas como nulas y consideradas como inexistentes, si fueron obtenidas en violación de esas garantías. Un poder paralelo e independiente estará fiscalizando que todo se haga con el debido proceso, respetando principios básicos como el de objetividad, imparcialidad, contradicción inmediata, fundamentación razonada de todo cargo o alegación. Estos francotiradores que eligen por su cuenta a personas e instituciones para ponerlas “en la mira” tienen sus propios códigos, funcionales al objetivo anunciado: disparar con certeza de dañar, herir y matar. Manipulan citas truncas. Pisotean la presunción de inocencia. Hacen, de la denuncia, sentencia. Santifican al testigo que les gusta, sin someterlos a un elemental contrainterrogatorio. Y al que está “en la mira” lo castigan sin argumentación ni apelación, con penas que superan en dolor y daño las del sistema judicial.
¿Desentierran verdades ocultas? ¿Arrancan velos y máscaras? ¿Son paladines de la justicia popular, superior a la formal? Mentira. Sólo buscan hacer ruido, conscientes de su incapacidad de captar atención y ganar respeto por las vías normales de un periodismo serio. Profitan del escándalo, apuntando a los blancos más expuestos. Ganan dinero en proporción al ruido, porque el ruido atrae a los que no pueden ni quieren razonar, y el escándalo paga. Pero es una forma de prostituirse. Hay quienes lo hacen vendiendo su cuerpo. Peor es hacerlo vendiendo el alma.
El alma del periodismo es informar, entretener, comunicar. En una sociedad decente, en un periodismo ceñido a la razón y al derecho, en una televisión que legalmente exige el respeto al pluralismo y a la dignidad de las personas, la honra de un ser humano y de instituciones de bien público no puede estar “en la mira”.
P. Raúl Hasbún, sacerdote
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas.