Meditando sobre el discurso de Jesús en la Última Cena, en la parábola de la vid y los sarmientos, me encontré con esta frase de Jesús “sin mí no podéis hacer nada” sobre la que llevo varios días reflexionando. Por supuesto creo que Jesús es Dios y su Palabra por tanto es Palabra de Dios. La pregunta que surge es ésta: ¿esta frase de Jesús es válida en el momento y para el hombre actual? Está claro que para un creyente la frase de Jesús es verdadera y aplicable a nuestra época, aunque muchos puedan pensar honestamente que, sin necesidad de Jesús, sí están haciendo algo y están colaborando en la realización de un mundo mejor.
En el prólogo del libro de Ratzinger “la sal de la Tierra”, el periodista Peter Seewald nos cuenta: “En una ocasión le pregunté (a J. Ratzinger) cuantos caminos puede haber para llegar a Dios. Yo ignoraba cuál podría ser su respuesta. Podía contestar que pocos o muchos. El Cardenal no necesitó mucho tiempo para responderme. ‘tantos como hombres’”. En su Encíclica “Caritas in veritate”, Benedicto XVI nos dice: “En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo integral” (nº 4), y es que “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones” (nº 11), especialmente porque este desarrollo exige la libertad responsable de las personas y de los pueblos (ibid. nº 17).
Ahora bien, si hay muchos caminos que llevan a Dios, hay otros muchos que no sirven ni para encontrar a Dios, ni para construir la sociedad. En pocas palabras, el dilema en el que está la sociedad actual consiste en o seguir las corrientes relativistas o apostar por la fe. Quiero clarificar que considero que apuestan por la fe aquéllos que, aun no teniendo una fe explícita, sin embargo sirven a valores auténticos y permanentes, como pueden ser la Verdad o la Justicia.
Me gusta mucho este texto que encontré en un documento eclesiástico de hace unos años: “Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. “El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral” (Sal 14,1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral” (Pío XI, Mit brennender Sorge, nº 27).
Y es que cuando uno se aparta de Dios y de los valores eternos, acaba cayendo en toda clase de aberraciones, como les pasó a los nazis y está sucediendo con el Gobierno del PSOE, al que por cierto su derrota electoral no les impide seguir dando muestra de su sectarismo, como prueban la Comisión sobre el Valle de los Caídos y el intento de Leyre Pajín de multar a los Colegios que quieran tener sólo alumnos o alumnas con un desprecio total a los derechos de los padres.
“Los padres, conscientes y conocedores de su misión educadora, tienen, antes que nadie, derecho esencial a la educación de los hijos, que Dios les ha dado, según el espíritu de la verdadera fe y en consecuencia con sus principios y sus prescripciones. Las leyes y demás disposiciones semejantes que no tengan en cuenta la voluntad de los padres en la cuestión escolar, o la hagan ineficaz con amenazas o con la violencia, están en contradicción con el derecho natural y son íntima y esencialmente inmorales” (ibid. nº 30). La idea de esta frase de Pío XI, se encuentra actualmente en la Declaración de Derechos Humanos cuando afirma: “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” (art. 26.3).
El católico tiene que tener muy claro que no puede aceptar ninguna concepción del Estado ni ideología que no tenga en cuenta los derechos humanos como derechos inalienables. De ahí el rechazo a cualquier totalitarismo, o también a aquellos seudodemócratas que pretenden que obedezcamos ciegamente a cualquier ley que salga del Parlamento, aunque vaya contra los derechos humanos, sea inmoral e incluso criminal, como sucede con la Ley del Aborto o con la no aceptación de la objeción de conciencia. Por cierto, sobre la frase “sin mí no podéis hacer nada”, tengo claro que cuando nos apartamos de Dios o de los valores permanentes, lo normal es el desastre.
Pedro Trevijano, sacerdote