En un comentario a un artículo mío me he encontrado esto: “también hay otro dogma que dice que el papa nunca se equivoca, lo cual da que pensar pues resulta que tenemos un papa infalible puesto en ese cargo por hombres falibles que toman decisiones falibles, entonces ¿donde está el sustento del dogma?”. ¿Qué pensar de esta afirmación?
Para saber en qué consiste exactamente la infalibilidad lo mejor es transcribir la definición dogmática del Concilio Vaticano I. Dice así: “Con aprobación del sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cátedra, esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia” (Denzinger 1836).
Ratzinger explica así este dogma: “Ese dogma no significa que todo lo que diga el Papa es infalible. Significa, exactamente que en el cristianismo, en la fe católica en todo caso, hay una última instancia que decide. Significa que el Papa tiene autoridad para decidir, con carácter vinculante, en las cuestiones esenciales, y que nosotros, en definitiva, podemos tener la certeza de que la herencia de Cristo se ha interpretado correctamente”… “El Papa, lógicamente, también está sujeto a ciertas condiciones, que a él le obligan en grado sumo, para garantizar que no se trata de una decisión suya, de su conciencia subjetiva, sino que se ha tomado conforme a la conciencia de la Tradición”… “Los obispos de Roma fueron muy pronto conscientes de su tradición petrina, y de que, junto a aquella responsabilidad, habían recibido la promesa de ayuda para responder a ella. En la crisis del arrianismo, esto se hizo evidente al ser Roma la única instancia que pudo hacer frente al Emperador. El obispo de Roma, que, naturalmente, debe oír a toda la Iglesia en su conjunto y no crear una nueva fe, tiene una función que está en línea de la promesa petrina. Todo esto se ha formulado conceptualmente de manera definitiva en el año 1870”(Estas citas están tomadas del libro “La sal de la Tierra”, capítulo “El dogma de la infalibilidad”).
La promesa petrina hace referencia a los siguientes textos evangélicos: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18); “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20) y “Yo he rogado por ti, a fin que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32), lo que significa que Cristo ha confiado a Pedro y a su Iglesia la misión de conservar siempre fielmente su doctrina.
“Es decir, siempre será necesario un hombre que sea el sucesor de San Pedro, y que asuma una responsabilidad personal última, apoyada colegialmente. Es propio del cristianismo este principio personalista que no desaparece en el anonimato, y que se hace presente en el sacerdote y en el obispo, que son también expresión personal de la unidad de la Iglesia universal. Eso permanecerá siempre igual, así quedó definido en los Concilios Vaticano I y II, como responsabilidad del Magisterio para la unidad de la Iglesia, de su fe y de su ordenamiento moral” (“La sal de la Tierra”, capítulo “El futuro de la Iglesia y la Iglesia del futuro”).
Benedicto XVI es sensible a esta necesidad de unidad. El poder del Papa “consiste solamente en que existe una convicción, en que los hombres captan que formamos una unidad y que el Papa tiene una misión que no se ha dado él a sí mismo. Sólo a través de la convicción de la fe común puede la Iglesia vivir también de forma comunitaria”… “Los problemas de la cristiandad no católica, tanto desde la perspectiva teológica como desde la pragmática, estriban también ampliamente en que no tienen un órgano de unidad. A partir de allí se ve con claridad que es necesario un órgano de unidad que, naturalmente, no actúa de forma dictatorial sino a partir de la unidad interior de la fe. Si bien seguirá habiendo tendencias centrífugas, el desarrollo de la historia, la flecha que indica la dirección de la historia nos dice: la Iglesia necesita un órgano de unidad” (Del libro “Luz del mundo”, capítulo “Iglesia, fe y sociedad”).
Termino con una pregunta: ¿Si el Papa no fuese infalible en ese caso muy especial de cuando habla ex cathedra, tal y como lo enseña la Iglesia, cómo se realizaría la promesa de Cristo “estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”?
P. Pedro Trevijano, sacerdote