Estoy de acuerdo. España es legalmente un estado aconfesional. Ningún reproche. Creo, además, que es bueno que lo sea. Es precisamente la separación Estado-Iglesia la que purifica la acción de esta última, cuya acción es fructífera en la medida en que nace de la libertad y no de la imposición, de la elección y no de la obligación. Sin embargo, esta laicidad constituyente en nuestro Ordenamiento Jurídico, no faculta per se a la ignorancia de las raíces cristianas de España, al olvido de la condición mayoritariamente católica de su población y a la negativa a aceptar la legitimidad de sus prelados de dirigirse a sus fieles con el mensaje que le venga en gana, que es abrir la boca y empezar a llover calificativos que comienzan por “retro” o “ultra”. Aquellos que han hecho de la libertad su bandera, cercenan su ejercicio en aquellos que no comparten su progresía. Y lo hacen desde la tergiversación del lenguaje y el victimismo, ingredientes básicos de la receta del totalitarismo. Viva la convivencia. Dios nos pille confesados, nunca mejor dicho.
En efecto. Gran parte del discurso de los críticos ha ido encaminado a construir la idea de que la Iglesia está caduca, su visión del mundo obsoleta y su postura alejada a lo que la realidad social demanda. Reclaman, además, el papel del Evangelio como fuente de verdad (con minúsculas) pero censuran la interpretación que del mismo hacen los jerarcas. Hacen propio, de este modo, el concepto bohemio y amoroso del texto pero lo vacían de contenido, eliminando la parte de exigencia que el mismo conlleva. Ignoran que la Iglesia no es sino depositaria del derecho natural, de aquellos principios básicos que aseguran un umbral mínimo de convivencia y la perpetuación en el tiempo de las sociedades, situando el juicio fuera de sí misma para dotarlo de inmanencia. Y olvidan el hecho de que el alejamiento de los pueblos respecto a tales fundamentos ha sido causa recurrente de su declive y desaparición. El hombre es el único animal...
Oír que la Iglesia está contra todo suena a chiste. Si es la que está a favor de aquello que contribuye a la perpetuación social: la apertura a la vida, la aceptación del discapacitado, el respeto a la herencia de sabiduría de los mayores con independencia de su condición, el matrimonio capaz de concebir y así sucesivamente. No plantea la bondad o maldad de los actos en función de las circunstancias sino que va a la raíz de los mismos para defender su criterio. Un modo de actuación que implica renuncia que es libertad. Los actos discrecionales conducen a la angustia y al vacío. No en vano la depresión es la enfermedad de nuestro tiempo. La elección de un camino centra y motiva. Y he ahí el quid de la cuestión. El problema de la fe católica en España no es de la jerarquía, sino de los propios católicos que se han olvidado de este fundamento y han abrazado el relativismo moral, tan en boga en estos días. Al absurdo formalmente objetivo de un Dios creador que nos espera en un presunto cielo y está en una caja que es venerada por la gente, sólo cabe oponer la coherencia de las obras y la solidez de los argumentos, conocimiento teórico y experiencia práctica. Dios asoma en la frontera de la razón, no lo olvidemos. La Iglesia se alimenta de la santidad de sus miembros. Fue esto lo que cambió el curso de la Historia hace 21 siglos y es lo que desinfla el mensaje de Cristo hoy. Antes dar la cara era morir, ahora es despertar una sonrisa escéptica. ¿Entonces?
Sobre la financiación de la Iglesia
Las apelaciones recurrentes a las finanzas de la Iglesia y a su presunta protección por parte del Estado no dejan de ser un intento más de coger el nabo por las hojas. Me gustaba decir en mis tiempos de catequista a los chavales en plena ebullición hormonal cuyo supremo interés era hablar del condón que si yo tuviera que creer en un Dios que me juzgara por un preservativo, aviados íbamos. Que era empezar la casa por el tejado y que no se puede entender las manifestaciones de algo sin haber profundizado antes en sus principios rectores. Que el juicio divino siempre es de intenciones y no de concreciones, al contrario que el humano. Estoy seguro que no frenaría su ímpetu pero lo ordenaría. Dado que la progresía ha renunciado a reflexionar sobre este hecho a la hora de comprender las motivaciones de la jerarquía para sus pronunciamientos, se aferra al manido discurso de la autofinanciación de la Iglesia, prosa plena de conocimiento material. Ahí no tiene escapatoria. A degüello.
Poco importa que la Administración se limite a dar a la Iglesia aquello que sus contribuyentes han elegido en sus declaraciones impositivas para dolor de quienes confunden recaudación al alza con asignación estable; les es irrelevante el ahorro que para el Estado supone la acción de la Iglesia a nivel asistencial, sanitario, educativo o de conservación del Patrimonio Nacional con una gestión, por cierto, notablemente más eficiente que sus equivalentes públicos gracias a la generosidad de quien la realiza y a su carácter intrínsecamente ajeno al lucro, intangibles difíciles de cuantificar; atacan el coste del hecho religioso como parte de la enseñanza, opción elegida mayoritariamente por los padres; y se ceban con el dispendio de las visitas papales obviando el carácter privado de la mayoría de la financiación. Me encantaría saber qué sería de Santiago sin el Camino o Barcelona sin la Sagrada Familia. Es más, me pregunto qué sería del turismo español sin las tradiciones o la herencia monumental católica: sin el Románico o el Gótico, sin el Corpus o la Semana Santa, sin las Romerías o las Procesiones Marítimas del 15 de agosto, sin la Navidad. Quitémoslas de un plumazo como los Budas afganos de Bamiyan, a ver qué pasa. Estoy convencido que podríamos potenciar las Lagunas de Villafáfila como destino alternativo. Lo que no tengo tan seguro es su éxito. ¿Quién ha dado y da más a este país?
La Iglesia es pecadora antes que santa porque es obra de Dios perfeccionada por los hombres. Nadie puede asegurar al 100% la fidelidad de los miembros de ninguna organización. Ni siquiera cuando su inspiración es divina. Es abominable la pedofilia, es deleznable la corrupción, son censurables determinadas iniciativas empresariales en las que la Jerarquía asume un rol que debería corresponder a fieles convencidos. Pero son excepciones a la norma general aunque algunos traten de convencernos de lo contrario alimentando la sombra de la sospecha. Muchos de ellos de mi generación, llenos de un rencor absurdo que han querido alimentar internamente. Poco importa. Al final, vuelta la burra al trigo, la fe imprime carácter, determina la vida tanto para las personas consagradas como para las que no lo son. No entiende de horario, ni de calendario; no distingue por razón de raza, nivel económico o condición. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca, no se constriñe al tiempo o al espacio. Esa es, precisamente, su victoria y la derrota de aquellos que morirán esperando la muerte de la Iglesia. No les arriendo la ganancia. Que esperen sentados.
Alberto Artero
Publicado originalmente en Cotizalia
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