“Disparen contra la Iglesia”, parece ser la consigna. Aquí y en el mundo. Total, es gratis y genera créditos, en dinero, prestigio y poder. Quien publique un libro haciendo gala de ateismo y tratando de “basura” el Evangelio y de impostor al Papa, venderá millones. Si Benedicto XVI imparte sabiduría y ecumenismo en Ratisbona, se le acusará de ser anti-islámico. Si va a dialogar en La Sapienza, dirán que es anti-Razón (el mismo Joseph Ratzinger que el 2007 fue elegido como el intelecto más brillante y potente de Alemania). Si anuncia visita a Inglaterra, ya estarán circulando los buses londinenses con ostentosas pancartas en contra de lo que él profesa. De sus magistrales homilías sobre valores candentes, los medios sólo registrarán si aludió o no aludió a los abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
Desde el interior de la Iglesia disparan sus hijos contra ella. Acusan a Juan Pablo II de haberle hecho daño a la Iglesia, y a Pablo VI de haber traicionado o involucionado el Concilio, obsesionándose con la moral sexual en detrimento de la moral social y segregando a miles de parejas con arbitrarias prohibiciones para poder comulgar. Hijos de la Iglesia son parlamentarios católicos que asumen con ímpetu mesiánico la vanguardia en todo proyecto que navegue en dirección contraria al Magisterio pontificio, basado en el Evangelio y en la ley natural. Y exacerban mediáticamente los pecados de sacerdotes, cooperando a instalar la percepción subconsciente de que clérigo católico es sinónimo de abusador de menores. Ignoran, silencian que los casos verosímiles reportados y acogidos no superan el 0,05% del clero, en los últimos 50 años. Tuvo que ser un judío norteamericano quien saliera a reprochar a los estadounidenses su locura de atacar con saña al gremio que provee a las familias del más elevado estándar de seguridad en la educación y custodia de sus hijos.
Molesta, a los contradictores de la Iglesia, que ella posea y proponga certezas: ellos sólo admiten opiniones (las suyas, por cierto). Que esas certezas vengan propuestas (nunca impuestas) con las dos alas de la fe y de la razón. Que por esas certezas, millones de hijos de la Iglesia hayan estado y estén hoy dispuestos a perder libertad, patrimonio y la vida. Y que en sus dos mil años de venerable antigüedad, se muestre joven, alma y esperanza del mundo, absolutamente coherente con lo que siempre creyó y enseñó. Es un hecho: ningún líder mundial, salvo el Papa, puede hoy convocar a más de un millón de jóvenes de los cinco continentes, para cinco días de intenso cultivo espiritual y autoexigencia de superación moral. Es otro hecho: la mayoría prefiere y busca para sus hijos colegios de orientación católica. Y otro hecho: donde llega la fe, florece la cultura, se fortalece la justicia, cunde la solidaridad, se afianza la libertad, los indefensos tienen su abogado. Amo a mi Iglesia y a mi Nación: Dios las quiso desde el principio unidas. Que no las separe el hombre.
P. Raúl Hasbún, sacerdote
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.