Todos los años suelo pasarme unos días confesando en Santiago de Compostela y, casi siempre, publico algún artículo sobre la experiencia de lo que allí sucede. Este año me he visto agradablemente sorprendido por un hecho, del que si ya en años pasados se me presentaron algunos casos, nunca ha sido en la cantidad que he tenido esta vez. Por supuesto no estoy hablando de grandes números, pero sí de un aumento significativo. Se trata de personas que, generalmente tras una peregrinación de varios días, vienen a proponer su experiencia religiosa a los pies de un sacerdote con una confesión de la que saben que, por diversos motivos, no van a poder recibir la absolución. Y, aún así, desean ese encuentro religioso con Dios, encuentro que no puedo sino calificar muy positivamente, porque, aún sin absolución, es indiscutiblemente un paso en la buena dirección y, donde no me cabe la menor duda, la gracia de Dios está allí presente actuando.
Los tres tipos más corrientes de penitentes que no pueden recibir la absolución son: ante todo los divorciados reesposados; saben que no pueden ni ser absueltos ni comulgar, aunque para ellos casi todas las demás prácticas religiosas les están abiertas. Así pueden y aun deben, en cuanto bautizados, participar en la vida de la Iglesia, escuchando la Palabra de Dios, frecuentando el sacrificio de la Misa, perseverando en la oración, incrementando las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, educando a los hijos en la fe cristiana, cultivando el espíritu y las obras de penitencia e implorando de este modo, día a día, la gracia de Dios. A veces, sin embargo, uno se tropieza con sorpresas agradables y relativamente frecuentes, como cuando te encuentras con un divorciado, que por el hecho de serlo, piensa que no puede recibir los sacramentos, aunque no se haya reesposado. Es una alegría comunicarle que, si hace una buena confesión, puedes darle tranquilamente la absolución, y en consecuencia acercarse a comulgar. Menos frecuente, pero también se da, el de dos divorciados reesposados que viven como hermano y hermana, y, por tanto, también pueden acceder a los sacramentos. Es un camino extraordinario al que algunos recurren y recorren, con valentía y espíritu de sacrificio.
En segundo lugar están los protestantes. Su caso es distinto de los ortodoxos, a quienes se pueden dar tranquilamente los sacramentos. En estos casos procuro que mi enseñanza sea la que les daría cualquier buen pastor protestante, Así que les indico que pidan a Dios el don del aumento de la fe, como nos dice Lucas 17,5 le pidieron los apóstoles. El don de la oración, base de toda vida cristiana, y el don de la alegría que Pablo nos recomienda en 1 Tes. 5,16 y Filipenses 4,4, porque el cristiano lleva consigo la buena noticia del evangelio y las buenas noticias no se dan con caras largas, aparte que hacemos más y mejor el bien cuando estamos alegres que cuando estamos tristes o amargados. Estas tres virtudes pienso que son la clave de toda vida cristiana.
En tercer lugar están los no bautizados. Para muchos ha sido su primera experiencia religiosa fuerte, A éstos les digo, como a todos, que traten de llevar a la práctica los propósitos que se han hecho durante el camino y que vean ¿por qué no?, si puede ser su primer paso hacia una vida religiosa más fuerte que llegue incluso a una integración plena en la Iglesia Católica. Es por tanto muy recomendable para ellos el iniciar al regresar a su tierra, si les parece bien, el catecumenado para el ingreso en la Iglesia Católica.
En todos los casos, termino con mi bendición y con la promesa de mi oración para que un día se complete felizmente el camino iniciado por ellos en la peregrinación a Santiago.
Pedro Trevijano, sacerdote