Como bien dice el himno de la liturgia de las horas en castellano, “La mujer fuerte puso en Dios su esperanza: Dios la sostiene”. Esto, que se ha podido aplicar a millones y millones de mujeres en la historia de la humanidad y, concretamente en la de cristianismo, mujeres que han confiado en Dios y Él las ha hecho fuertes, aunque a veces físicamente no lo fueran tanto, hoy lo quiero aplicar a una madrileña de pro, poco conocida en Madrid, pues pasó gran parte de su vida en Sevilla, donde sin duda se la conoce.
Sevilla ya se engalanó en el 1982 para la Beatificación de Sor Ángela de la Cruz, que según la costumbre de entonces presidió Juan Pablo II. Lo que fue aquella Beatificación lo recordamos lo más mayores, los más jóvenes lo pueden consultar en las hemerotecas, pero los sevillanos difícilmente lo olvidan, porque es difícil olvidar el bien que hizo esta mujer entre los pobres, los enfermos, la gente sencilla, y también los de clase media y los ricos, vaya, a todos, y el bien que sigue haciendo desde su tumba, auténtico santuario de la piedad popular sevillana.
Ahora Sevilla se está ya engalanando para otra Beatificación, a mediados de septiembre, que también va a dejar una huella honda en la ciudad, la de una de las hijas espirituales de Sor Ángela, la Madre María de la Purísima, que la siguió en el carisma y la siguió en el gobierno de la Congregación. Ahora la sigue también en el subir a los altares, pero lo que quizás es más importante, la siguió en el cumplimiento fiel del espíritu fundacional de Sor Ángela, reflejado en la regla que ella dejó y por la que esta hija suya luchó denodadamente en los tiempos del postconcilio.
Es una mujer que ha conseguido, sin buscarlo, un auténtico record: Falleció en 1998 y en este 2010 la veremos en los altares. Son 12 años los que han transcurrido, lo cual no es nada habitual, y eso que ahora el procedimiento de estas causas es más rápido. Para los que dicen que las causas de los santos son muy largas y requieren mucho dinero, basta decirles que miren a la Madre María de la Purísima: Una causa rapidísima llevada a cabo por una congregación paupérrima. Porque cuando hay fe, todo es posible.
Su biografia se encuentra en infinidad de sitios, pero casi todos repiten lo que dice la biografía oficial de su Causa de Canonización. Era madrileña, da familia distinguida y se llamaba María Isabel Salvat Romero. Nació el 20 de Febrero de 1926 y cuando contaba 18 años, ingresó en la Compañía de la Cruz. Tomó los hábitos en 1945, profesó temporalmente en 1947 e hizo los votos perpetuos en 1952. Culta y distinguida, hablaba tres idiomas, francés, inglés e italiano.
Fue elegida Madre general de la Compañía de la Cruz el 11 de Febrero de 1977, pero antes fue superiora de las casas de Estepa y Villanueva del Río y Minas, maestra de novicias y consejera generalicia. Austera y pobre para sí misma hacía vivir a las hermanas el espíritu del Instituto en la fidelidad a las casas pequeñas y se entregó a todos los que la necesitaban, especialmente a las niñas de los internados. También los pobres y enfermos ocupaban un lugar privilegiado en su corazón. Su ideal fue hacer vida el carisma de la Santa Madre Fundadora y con su vida sencilla, humilde y llena de fe, supo dar ejemplo. Fue fiel seguidora de su obra, y ha dejado en el corazón de todas sus hijas deseos ardientes de imitar su amor a Dios y a su Santo Instituto. Falleció el día 31 de octubre de 1998.
Hasta aquí básicamente lo que dice su biografía oficial. Pero, además de estos breves retazos generales, hay que decir que fue una mujer impresionante, de una talla humana grande donde las haya, por no hablar de la talla espiritual. En su proceso de Canonización aparecen innumerables muestras de su humildad, su paciencia, el amor a la pureza, la caridad para con las Hermanitas, para con los niños, los pobres, etc, vaya, lo que compone la santidad, que son las virtudes. Pero a mí, concretamente, tras leerme los documentos de dicho proceso, me ha llamado la atención la Madre María de la Purísima por otra cosa.
Llegaron los tiempo del postconcilio y, como es bien sabido, desde los dicasterios romanos se animó -porque lo pedía el mismo Concilio- al aggiornamento de las congregaciones religiosas, para quitar lo que en muchas de ellas se había ido añadiendo al carisma original y que les había quitado la frescura espiritual que tenían en tiempos del fundador o la fundadora. Pero dicha recomendación, en sí muy buena, o faltaba más, llevó en muchos casos a un desbarajuste en el que entre lo que eran ciertas congregaciones y cómo se han quedado todo parecido es coincidencia.
En algunos casos la cosa fue sangrante: A una de las primeras congregaciones, española concretamente, que primero dio el campanazo en Roma con su aggiornamento, no se le ocurrió otra cosa que vender la casa general en el centro de Roma, donde había vivido la fundadora, para irse a vivir a unos pisitos en la periferia, y vendieron los recuerdos personales de dicha fundadora en una especie de marcadillo que organizaron. En dicho mercadillo fueron los seglares devotos de la fundadora los que compraron los objetos para que no se perdiese el recuerdo de esa santa mujer. Gracias a Dios, casos así no hubo demasiados.
Aún así, todos estos cambios nos han llevado a acostumbrarnos a ver religiosas cuya vida no se parece en nada a las de la madre fundadora. Se podría pensar que eso es normal en fundadoras que vivieron hace muchos siglos, como Santa Escolástica, Santa Clara o Santa Teresa de Jesús. Y curiosamente, en la mayoría de los conventos fundados por ellas, la vida se parece bastante a lo que era la vida en su tiempo, aunque ahora con electricidad, calefacción si hace falta, agua corriente y, cuando la prudencia lo permite, medios cibernéticos que no conocieron las fundadoras.
Pero lo de la verbena que tenemos a veces de monjas casi minifalderas, cuando no pantaloneras, luciendo moldeados de pelo, a veces joyas, a veces en chándal o en shorts, es lamentable si contemplamos lo que fueron las fundadoras, la vida ejemplar que llevaron, las penitencias que hicieron, la austeridad que vivieron, etc. Ahora bien, si su fundadora las quiso así de aseglaradas, pues bien está que vayan de esa guisa, que sean fieles a su carisma, pero la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos hay un abismo (material y espiritual) entre la una y las otras.
Tales dislates no son de todas, cada vez quedan menos porque las vocaciones huyen de ellas a toda prisa. Pues bien, cuando hay religiosas que mantienen el carisma con fidelidad, a pesar de las dificultades de los tiempos en que vivimos, creo que hay que quitarse el sombrero.
La Hermanitas de la Cruz nunca tuvieron tentaciones de hacer locuras, pero en los años 70, llevadas por algunos clérigos y religiosos de los que siempre hay dispuestos a ayudar a las monjas a actualizarse o reinventarse con apertura al espíritu de los tiempos, vaya, dispuestos a ayudarlas a relajarse, como ellos han hecho (sobre todo los religiosos), no faltaron algunas intentonas de comenzar los recortes: Recortar el hábito, recortar las penitencias, recortar las oraciones, etc. La Madre María de la Purísima tuvo que frenar los recortes de propias y extraños, lo hizo sin faltar a la caridad y supo mantener la Congregación fiel al espíritu de Sor Ángela.
Llevan una vida durísima, un hábito recio que impone sólo mirarlo (uno se puede imaginarlo en Sevilla, en plena calorina), una vida que no tiene que envidiar a la de los ascetas del Yermo, y una caridad que habla de ellas por donde quiera que vayan. Todo lo han conservado, y son felices. Gran parte de esa felicidad se la deben a la Madre María de la Purísima, que no cedió a los experimentos, porque sabía que lo que estaba en juego no eran unos centímetros más o menos de falda, o dormir en el suelo o en colchón, sino algo tan importante como la fecundidad que el Señor concedió a Sor Ángela y, a través de ella, a sus hijas.
Alberto Royo Mejía, sacerdote