La fiesta de san Pedro y san Pablo el 29 de junio nos trae a la mente la figura del Sucesor de Pedro, el Papa de Roma, que nos preside en la caridad y ha recibido del Señor el encargo de confirmarnos en la fe. El es principio y fundamento de la unidad de la Iglesia. Para un discípulo de Cristo, que pertenece a su Iglesia, la referencia al Sucesor de Pedro es fundamental en su fe católica.
Pedro no se puso al frente de aquella primera comunidad naciente por su propia iniciativa, por su carácter impulsivo, por su afán de mangonear. Pedro fue llamado por el Señor y puesto al frente de su Iglesia con el mandato de Jesús de presidirla en su nombre: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos” (Mt 16,18). Y cuando Pedro falló en su amistad con el Maestro negándole en la noche de la pasión, Jesús le mostró su misericordia mediante aquel triple examen de amor, que concluye con un mandato: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17).
El Sucesor de Pedro no es por tanto un objeto de lujo en la Iglesia del Señor. El Sucesor de Pedro es una piedra fundamental. El Papa Benedicto XVI no ha elegido él ser Papa, sino que ha sido llamado por Dios para esta misión al servicio de la Iglesia. Hemos de orar para que el Señor le sostenga en su tarea de confirmar en la fe a todos los discípulos de Jesús el Señor. Sólo desde la fe entendemos quién es y para qué sirve el Papa.
He oído decir que en el paso que muchos anglicanos están dando para su plena adhesión a la Iglesia católica se les exigen dos condiciones imprescindibles: La aceptación de la fe católica íntegramente, tal como está expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica y la aceptación del primado del Sucesor de Pedro y la plena comunión con su magisterio y su disciplina. Todo eso incluye la Palabra de Dios en la Escritura, los Sacramentos, el mandato nuevo del amor, tal como Jesús nos lo ha enseñado, etc.
Podemos decir, por tanto, que en nuestra condición de católicos estas dos condiciones son innegociables, y uno deja de ser católico si no acepta alguna de estas condiciones. El Catecismo y el Papa. A veces se encuentra uno con cristianos que diseñan ellos mismos la religión que quieren, tomando lo que les gusta y no aceptando lo que les disgusta. Se constituyen ellos mismos en norma de su vida. Prefieren una religión a la carta, en lugar de acoger la salvación que les viene dada. Algunos incluso se permiten el lujo de despreciar la doctrina de la Iglesia o de no atenerse a esa disciplina.
La fiesta de san Pedro es una buena ocasión para revisar nuestra relación con el Papa. ¿Es para nosotros una figura decorativa simplemente? O ¿es un punto de referencia fundamental para nuestra fe? Con motivo de esta fiesta, hacemos también una colecta para poner esos donativos fruto de nuestra caridad a disposición de la caridad del Papa. Sed generosos. Desde la atalaya desde la que el Papa mira a la Iglesia universal y a toda la familia humana, se presentan muchas necesidades a la caridad del Papa. Si él recibe de la solidaridad cristiana de todos los católicos un apoyo traducido en euros, podrá atender a muchas más necesidades entre todas las que se presentan. Con un poco de cada uno, fruto de nuestra caridad, el Papa puede hacer muchísimo en tantos lugares del mundo.
Por la fiesta de san Pedro renovamos nuestra adhesión al Papa, afectiva y efectiva. Y pasamos el cestillo para recoger lo que es fruto de nuestra caridad y entregarlo al Papa para que ejerza la caridad en las múltiples necesidades del mundo entero.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba