En el Credo confesamos nuestra fe en el perdón de los pecados, lo que significa que el Catolicismo ha de insistir no en el pecado, sino en la Buena Nueva de su perdón. Es decir, no creemos en el pecado, sino que el objeto de nuestra fe es el perdón de los pecados, que no es precisamente lo mismo. Se trata por tanto de la reconciliación del cristiano pecador con Dios y con la Iglesia. Lo que mi fe me exige, lo que está en el Credo, lo que es verdad revelada de fe, es: creo en el perdón de los pecados. Es decir el acento, la fuerza está en la consoladora verdad del perdón y el pecado es aquello que se nos puede perdonar. Aparte de que, más que tener fe en el pecado, la realidad de su existencia se palpa hasta en la vida cotidiana. Que el pecado existe, es indiscutible. Los horrores del siglo XX y la Ley del aborto con las miembras, según Bibiana Aído, del gobierno abrazándose nos muestran no sólo que maldad e inteligencia no siempre van unidas, sino también lo que pasa cuando el ser humano se deja llevar por el espíritu del mal. El Bien y el Mal son realidades y hay cosas que no debemos hacer porque son malas.
Creer o no creer en Dios tiene consecuencias muy importantes en nuestra manera de pensar y de vivir. No es lo mismo vivir como si Dios no existiera que vivir creyendo en él, pues todas las cuestiones se enfocan de distinta manera: la dignidad de la persona, el aborto, la sexualidad, el amor, el matrimonio, la familia, el servicio a los demás y la cuestión social. Me acuerdo de un refrán que dice: vive como piensas, para que no tengas que pensar como vives. Si una falta como el exceso de alcohol puede tener consecuencias terribles para un automovilista y para los demás, no se precisa mucha fantasía para entender que el rechazo empedernido de Dios pueda tener las peores consecuencias.
El sentido del pecado está unido al rechazo de Dios y tiene su raíz en la conciencia moral. A veces, el sentido de Dios y de la conciencia está oscurecido, pero sin embargo no llega a borrarse del todo. Con frecuencia se ha perdido el sentido del pecado, pero hay ocasiones en las que la sociedad reacciona contra algunos pecados, como la violación y asesinato de mujeres. Pecado es lo que ofende a Dios, al prójimo y a la creación entera. El pecado daña las relaciones con Dios y con los demás y es una consecuencia del mal uso de nuestra libertad y responsabilidad, o si queremos una definición muy breve de lo que es el pecado, dado que se opone al mandamiento del amor y al sentido de la vida, pecado es sencillamente no amar, “faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo”(Catecismo de la Iglesia Católica nº 1849). Desde el Antiguo Testamento se ha considerado que los pecados fundamentales son el de la infidelidad hacia Dios, y el de la injusticia contra el ser humano. “El que maltrata al pobre, injuria a su Hacedor”(Prov 14,31) leemos en el Antiguo Testamento, mientras en el Evangelio de San Mateo, en la escena del Juicio Final, hay una muy dura condena hacia los que se desentienden de los necesitados: “tuve hambre, y no me disteis de comer”(Mt 25,42).
Ahora bien, si nos fijamos en nuestra vida, hay hechos en ella que indudablemente nos avergüenzan y molestan, pues somos conscientes que en esas ocasiones nos portamos mal: son nuestros pecados. Nos gustaría no haber actuado así y desearíamos saber que estamos perdonados. Pues eso es una de las buenas noticias del evangelio, de la fe en Jesús: nuestros pecados pueden ser perdonados. Eso es lo que nos enseña el Credo. Que mis pecados puedan ser perdonados si me arrepiento de ellos, es una gran ayuda para vivir en paz conmigo mismo.
Cuando era adolescente, tuve una confesión que marcó mi vida. El cura me dijo: “tú tienes la mentalidad que estás jugando a ir por el bordillo de la acera, y que Dios está esperando que te caigas para mandarte al infierno, cuando la realidad es justo la contraria: Dios va a hacer contigo todas las trampas que pueda, menos cargarse tu libertad, para llevarte al cielo”. Y es que el primer interesado en que nos salvemos es Dios: nos ama infinitamente y quiere nuestro bien. Además si nos arrepentimos de nuestros pecados y le pedimos perdón se lleva un alegrón, como muestran las parábolas del hijo pródigo (Lc 15,11-32), de la oveja perdida (Lc 15,1-7), o en el episodio de la adúltera (Jn 8,1-11), a quien Jesús perdona, pero le dice: “Vete, pero no peques más”, y al paralítico de la piscina: “no vuelvas a pecar, no te suceda algo peor” (Jn 5,14). Y es que Dios es bueno, pero no tonto, y el pecado le molesta tanto que se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado por nosotros para librarnos de él y de sus consecuencias.
Pedro Trevijano, sacerdote