Un años más, con ocasión de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones, el Papa nos ha dejado un mensaje, que este año –como se podía imaginar– ha tenído una mención especial a las vocaciones sacerdotales, en el contexto del Año Sacerdotal que estamos celebrando. El mensaje es parecido al de todos lo años, pero en éste ha hablado un poco más concretamente de la vocación al sacerdocio. Con la claridad que le caracteriza, Benedicto ha dejado clara cual es la mejor pastoral vocacional: el ejemplo de los sacerdotes. Pero no un ejemplo voluntarista del sacerdote que se quiere portar bien porque hay que hacerlo, sino del que es feliz, vive en plenitud su sacerdocio y por tanto da buen ejemplo, como algo espontáneo. En este sentido, ojo, que buen ejemplo no es algo moralista, sino existencial: teniendo en cuanta que la vocación la da Dios, de tejas para abajo es el sacerdote feliz el que atrae a las vocaciones.
He aquí el texto del Papa:
“De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas. En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá:"sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir" (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius, 2).
“Me es grato recordar lo que escribió mi venerado Predecesor Juan Pablo II: “La vida misma de los presbíteros, su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia –un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual–, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional” (Pastores dabo vobis, 41). Se podría decir que las vocaciones sacerdotales nacen del contacto con los sacerdotes, casi como un patrimonio precioso comunicado con la palabra, el ejemplo y la vida entera”.
Como el Papa cita a Juan Pablo II, querría yo añadir otros dos textos del venerado Pontífice, que tanto habló de las vocaciones y para el que la cosa estaba también clara sobre cómo atraer vocaciones al sacerdocio. Concretamente, en su Mensaje a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo del 2004, afirmaba:
“No obstante, más que cualquier otra iniciativa vocacional, es indispensable nuestra fidelidad personal. En efecto, importa nuestra adhesión a Cristo, el amor que sentimos por la Eucaristía, el fervor con que la celebramos, la devoción con que la adoramos, el celo con que la dispensamos a los hermanos, especialmente a los enfermos. Jesús, Sumo Sacerdote, sigue invitando personalmente a obreros para su viña, pero ha querido necesitar de nuestra cooperación desde el principio. Los sacerdotes enamorados de la Eucaristía son capaces de comunicar a chicos y jóvenes el «asombro eucarístico» que he pretendido suscitar con la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» (cf. n. 6). Precisamente son ellos quienes generalmente atraen de este modo a los jóvenes hacia el camino del sacerdocio, como podría demostrar elocuentemente la historia de nuestra propia vocación”.
Y un par de años antes, en su encuentro anual con el clero de la diócesis de Roma el jueves, 14 febrero 2002, nos dejó aquellas hermosas palabras que deberían ser el auténtico vademecum de la pastoral vocacional:
“Si los niños y los jóvenes ven a sacerdotes afanados en demasiadas cosas, inclinados al mal humor y al lamento, descuidados en la oración y en las tareas propias de su ministerio, ¿cómo podrán sentirse atraídos por el camino del sacerdocio? Por el contrario, si experimentan en nosotros la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en el servicio a la Iglesia y el interés por promover el crecimiento humano y espiritual de las personas que se nos han confiado, se sentirán impulsados a preguntarse si esta no puede ser, también para ellos, la «parte mejor» (Lc 10, 42), la elección más hermosa para su joven vida”.
Volviendo de la hermosa teoría a la realidad, hay que hablar de cuántas veces nosotros sacerdote hemos dejado la pastoral vocacional en manos de los delegados diocesanos, comisiones, o pensando que es el Seminario el que se debe apañar para sacar vocaciones. A veces incluso hemos achacado la falta de vocaciones al mayor o menor carisma del Obispo… Todos estos organismos diocesanos, y la misma figura del Obispo son importantes en la pastoral vocacional, no hay duda (concretamente creo que el delegado de pastoral vocacional de mi diócesis hace una óptima labor, por no hablar de los dos obispos ejemplares que tenemos). Pero Benedicto XVI, siguiendo lo que ya habían dicho sus predecesores, sobre todo Juan Pablo II, y la sapientísima tradición pastoral de la Iglesia a los largo de los siglos, nos recuerda que somos los sacerdotes los que atraemos o espantamos a las vocaciones. Norma general que admite excepciones, por supuesto, y que para nada le quita al Espíritu Santo su libertad de obrar como, cuando y donde quiere.
Recuerdo una conversación con un superior de un Seminario de Estados Unidos que, en plena crisis mediática y jurídica de la Iglesia de aquel país por los casos de pedofilia que se habían descubierto –lo cual implicaba por supuesto una crisis espiritual más profunda que la de los tribunales o la de los periódicos–, cuando parecía que se iban a hundir las vocaciones por tanto escándalo, por el contrario dicho Seminario había visto aumentado el número de sus seminaristas. La explicación que daba era que los jóvenes que llegaban nuevos conocían los escándalos pero todos ellos habían tenido un buen ejemplo en su parroquia y un buen cura que les había guiado.
Por lo cual, si la importancia del cura es fundamental en las vocaciones, por desgracia lo mismo habrá que decir en la falta de vocaciones. Sin negar factores demográficos, sociológicos y de otro tipo, la verdad es que si los jóvenes no se acercan al Seminario ¿no podrá ser porque no ven en nosotros una vida atrayente, entusiamada, feliz, aunque hagamos muchas cosas? La pregunta, por supuesto, debe quedar en el aire, para que la pille el que quiera. De todos modos, y como consuelo, el ver que este año ha aumentado el número de vocaciones en España debe ser un motivo para dar gracias a Dios y a todos los que han hecho posible dicho crecimiento, muy especialmente a los sacerdotes.
Alberto Royo Mejía, sacerdote