El fenómeno religioso a lo largo de la historia ha cooperado con la sociedad para ofrecer una visión diversa del mundo que nos rodea; tal es así que las religiones han mostrado y enseñado a la sociedad la existencia de otro mundo distinto al que contemplamos, y tocamos. Me refiero al mundo espiritual y con él, a la existencia de acontecimientos, lugares, cosas, actitudes o personas que nos acercan hacia esa otra realidad, hacia el mundo de lo neumático. Frente a esto, el mundo ateo propone que todo lo que existe es contable y palpable, y por tanto tiene un valor relativo, es decir, el que se le ha querido dar en cada momento por un grupo social; así tanto a los lugares, como a las cosas, los acontecimientos, e incluso a las mismas personas tiene un valor relativo. Hoy por ejemplo para el mundo ateo esta mal vista la tala de árboles, o la muerte de animales, algo que hasta hace tan solo cincuenta años era muy bien visto por este grupo social.
Pues bien, a pesar de los muchos, e incluso graves errores que se han perpetrado a lo largo de la historia por el hecho religioso, seria no solo torpe, sino estulto, no valorar como muy positiva la existencia del cristianismo, y su aportación, no solo en el sentido cultural, político, económico, social, idiomático, científico, e incluso demográfico –pues millones de hombres, incluso usted y yo, no existiríamos en la actualidad si desde la Iglesia Católica no se hubieran apoyado y promovido la vida–, etc.; así también entre otras muchas circunstancias, no existirían los domingos como días festivos, etc. Por tanto la sociedad en la que vivimos seria imposible de imaginar sin la aportación cristiana.
Sin embargo, en estos últimos años en todo el mundo se está dando un proceso diverso: estamos asistiendo a la persecución de lo religioso, y este hecho se está llevando a cabo de un modo enfático y radical en España; se tacha a lo católico no solo de antiguo o retrogrado, sino incluso como pérfido y ruin. Esta difamación publica del hecho católico esta siendo orquestada desde posiciones fundamentalmente de izquierdas, aunque también desde la derecha, pero fundamentalmente desde las filas de la masonería con la intención de crear una nueva sociedad irreligiosa y anti-tea, promoviendo desde el gobierno leyes totalitarias como la legalización del aborto libre, la obligatoriedad de la asignatura de E.p.c., o la próxima “Ley de libertad religiosa” que someterá cualquier actividad religiosa a la tutela del poder político del momento, etc.
Pues bien, este proceso tiene sin lugar a dudas la finalidad –no solo separar la fe y la razón que durante miles de años han convivido juntas– sino de destruir toda religión, y con ello a todo lo sagrado de la sociedad, tanto los lugares, los acontecimientos e incluso las personas que puedan tender un puente hacia el cielo. Según calculan los perseguidores del hecho religioso, que al conseguir finalmente eliminar a Dios, aparecerá un verdadero hombre, despojado de fantasías e ilusiones, de mitos y elucubraciones, será por tanto “el hombre nuevo”, y con él, aparecerá una nueva sociedad prospera, y pacifica, sin valorar que al matar a Dios, se destruye el amor, la misericordia y el perdón, y con ello se relativiza toda dignidad humana: ¿Un feto es acaso un hombre?; ¿Un viejo o un enfermo es tal vez un hombre? Esto se pregunta hoy nuestra enferma sociedad.
Por todo lo expuesto anteriormente, hoy más que nunca es necesario que todos los hombres de buena voluntad, ya sean religiosos o ateos, agnósticos, socialistas, liberales, etc., valoren y sean conscientes de que al consentir la destrucción de la fe, están minando también la razón; al matar el alma, destruyen también el cuerpo; al asesinar el espíritu, solo queda carne; y con ello ciertamente aparecerá un hombre nuevo, el hombre desalmado; y con él, una sociedad enferma, en una sociedad sin espíritu, una sociedad sin alma.
Andrés Marín de Pedro