Tengo ante los ojos, en mi escritorio, una reproducción del retrato que de Santo Tomás de Aquino hizo Giotto, el pintor contemporáneo del Doctor Angélico, famoso por sus numerosas obras maestras. Esta circunstancia me inspira exponer mi relación personal con los escritos de Santo Tomás, que presidieron mi formación intelectual, a partir de los primeros contactos con la Suma Teológica. Fue el padre Julio Meinvielle quien me inició, siendo yo un muchacho de colegio, en el conocimiento de la Suma, en las lecturas que él ofrecía, los domingos por la mañana, en su capellanía de las Hijas del Divino Salvador, en la esquina de las calles Independencia y Salta, de Buenos Aires. Yo viajaba en tranvía desde Mataderos, para estar allí a las diez.
Después, siendo seminarista, en el período del filosofado, abordé un estudio que tomaba muy en cuenta la base aristotélica del pensamiento tomista. Debo reconocer en esta etapa mi trato con el padre Rafael Tello; entonces me inicié en la lectura de los comentarios a la Ética y la Política del Estagirita. De paso, estos empeños fortalecieron mi latín, que fue siempre el medio o recurso de acceso a aquella literatura. Más adelante, me aventuré en los comentarios de Santo Tomás a los Evangelios y a las cartas de San Pablo. Desde esta perspectiva, el In Ioannem y la lectura sobre Mateo abren a la comprensión de la Teología Trinitaria. Por supuesto a esta altura de mi evolución intelectual, a la base tomista se sumó mi conocimiento de autores modernos, especialmente, Kant y Hegel, al igual que Bergson.
El estudio histórico de la filosofía medieval lo he aprendido de la metodología expuesta por el padre Eduardo Briancesco, un especialista en San Anselmo. Participé en un seminario sobre la teología moral anselmiana («La verdad, la libertad del albedrío y la caída del demonio»), en el que se indagaron los principios de la teología moral y sus bases filosóficas. Santo Tomás cita frecuentemente a San Anselmo. El método consiste en interrogar incansablemente el texto para que manifieste su estructura, más allá del contenido de cada cuestión.
¿Qué beneficios puede reportar el estudio de Santo Tomás? Nada menos que la formación cristiana y el gusto de la sabiduría natural y sobrenatural. Apunto sobre todo a un elemento fundamental: el orden de la cabeza, lumbre de toda la vida. No me detengo en el significado y el uso analógico del concepto de ordo; es este concepto el que da pleno sentido a la realidad humana. Porque, ante todo, Dios es orden en su dimensión trinitaria, en el misterio de la Encarnación redentora. Orden equivale a verdad y sentido, la comprensión intelectual y su analogía en el conocimiento sensible y en los fundamentos de la Vida, obra de la creación divina. Estos elementos son de una actualidad insospechada, frente a la cultura fragmentaria y, por consiguiente, superficial. El estudio paciente de la teología tomista y sus bases filosóficas puede valerse de la recuperación que hizo Cornelio Fabro de la metafísica del Aquinate, en sus obras sobre la noción de participación. Dios es el Ipsum Esse per se subsistens y su creación es una participación del Ser, de la naturaleza y de la gracia.
Las universidades católicas deberían reconocer la actualidad del tomismo e incorporar en sus carreras la lectura de la Suma, en las clases de Teología que se imparten a los alumnos. Y no gastar el tiempo con las lecturas de autores actuales, cuya finalidad queda capturada por la cultura secular.
La importancia de la formación tomista aparece en confrontación con la problemática actual de la cultura en Occidente. Con el largo proceso de secularización, desde los planteos de Lutero y luego el desarrollo de la ideología de la revolución francesa. Así se ha llegado a la desaparición, a la ausencia de Dios de la vida personal y social. La postración religiosa de Occidente aparece, sobre todo, en la comparación con el mundo islámico, en el cual la dimensión religiosa es un factor de identidad. En este contexto se plantea la posible necesidad de una batalla cultural; no es necesario que ésta sea explícita, basta la conciencia de que el islamismo desconoce el proceso vivido en Occidente: en realidad, no le importa que los líderes occidentales estén trabajados por el secularismo. El islam sigue presentándose como el futuro del mundo.
Esta perspectiva constituye un desafío para la Iglesia Católica, aunque en la actualidad esté empeñada en el diálogo interreligioso, que para el islam es insignificante, ya que él continúa con su aspiración de ser, efectivamente, el futuro de la humanidad. Hay que notar que el islamismo no se limita al ámbito religioso, sino que es una cultura y abarca la manera de pensar y el compromiso de la acción. En este sentido, también el catolicismo rebasa de lo religioso al conjunto de la cultura. El catolicismo debería retomar la promoción del pensamiento tomista, especialmente los conceptos de orden, verdad y sentido, elementos propios de una sabiduría natural, base de la ulterior Revelación.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, miércoles 30 de octubre de 2024. -