Vida Nueva ha denunciado que uno de los sacerdotes de la tertulia de Youtube de La Sacristía de la Vendée pidiera en tono de broma «rezar por que el Papa se vaya al Cielo cuanto antes». Tras la presión, los sacerdotes han pedido disculpas por el desafortunado comentario, por el escándalo causado, y han reiterado su adhesión al Papa Francisco. De sabios es rectificar. Bien por ellos.
Otro medio, Religión Digital, ha calificado a los sacerdotes como «ultras», «juampablistas», miembros de la «fachosfera católica», en lo que sin duda es un caso paradigmático de denunciar la viga del ojo de tu hermano sin ver la propia. Para colmo, el último párrafo del artículo es un magnífico ejemplo de desinformación, pues señala que los sacerdotes no se han disculpado…
Esta misma publicación no tuvo ninguna sensibilidad con Juan Pablo II o Benedicto XVI, les instaba a renunciar, les insultaba y les tildaba de reaccionarios y fulminadores del concilio. Desear la muerte a cualquier persona es deleznable, pero también lo es la doble vara de medir y la hipocresía a la hora de denunciar lo que hacen mal otros.
Si uno sigue regularmente esa tertulia, verá que muchas veces recurren al humor y el sarcasmo al comentar la situación de la Iglesia. También advertirá que hay juicios duros sobre este pontificado y, en mucha menor medida, sobre algunas decisiones de los Papas de los últimos 60 años. En este sentido, recurrir a la ironía o a expresiones un tanto gruesas en vídeos en directo de Youtube, puede no estar bien en ocasiones y perjudicarles notablemente, como ahora ha ocurrido.
La actuación de los obispos
Lo que no deja de sorprender es que, en unos casos, la jerarquía eclesiástica sea tan rápida y eficaz para llamar al orden a algunos sacerdotes mientras que, para retirar carteles polémicos de la Semana Santa, o para sancionar al sacerdote redentorista que continuamente insiste en que se acepte la perspectiva de género, no haya ninguna medida. Es cierto que las autoridades religiosas son distintas de las diocesanas, pero también lo es que hay muchas formas de conseguir algo.
Actuar de este modo, puede hacer pensar a los fieles que los obispos comulgan con los planteamientos eclesiales de Religión Digital y Vida Nueva, o que ceden fácilmente a sus chantajes cuando presionan con reclamaciones. Si esto es así, solo queda esperar a ver cuándo ceden al resto de demandas de esas publicaciones (ya sea la aceptación plena de la homosexualidad, el diaconado femenino o la abolición del celibato). Lo que está claro es que la vara de medir muchas veces no es la misma para todos.
El caso de Don Benito
Sin duda la crisis de autoridad en la Iglesia se debe, en gran medida, a la dejación de funciones de muchos prelados en el gobierno diocesano. Un ejemplo de esta semana, el obispo de Plasencia ha pedido que «no ejerzamos de jueces, sino de médicos» a la hora de valorar el caso del sacerdote homosexual que vendía droga en la casa parroquial.
Sorprende esta llamada a la calma cuando no está claro si el mismo obispo estaba al tanto del asunto y no hizo nada o, más preocupante aún, no sabía nada del tema.
El obispo también ha señalado que le «duele el sufrimiento y las lágrimas de nuestro hermano y de su familia», así como «el dolor y consternación de su comunidad parroquial». Pero vamos a ver, ¿de verdad es creíble que un sacerdote y su pareja vendan droga en la casa parroquial y no se enteren los feligreses del pueblo? ¿Y que no llegue ningún comentario al vicario o al obispo?
¿Cuál es el problema de fondo?
Ante todo este panorama, uno se pregunta, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué los obispos reaccionan de este modo? Pues bien, me atrevo a aventurar que ocurren varias cosas. En primer lugar, la naturaleza humana favorece la espiral del silencio y la inacción de la mayoría de personas.
En segundo lugar, hay mucho miedo a la reacción que pueda haber en Roma si uno es claro con la doctrina del magisterio y aplica la disciplina eclesiástica con claridad (no hay más que ver cómo se gestiona el tema de Alemania).
En tercer lugar, creo que este asunto se mezcla con otra polémica reciente, la celebración de una oración en una ermita durante una boda gay. El sacerdote que denunció el hecho y lo viralizó, provocando que el obispado de Madrid se desvinculase de los hechos, es uno de los que participa en la tertulia de La Sacristía de la Vendée.
Por último, la semana que viene es la elección del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, por lo que es el momento perfecto para coger un comentario desafectivo contra el Papa de la famosa tertulia sacerdotal, denunciarlo y presionar a los obispos para que se posicionen frente a él. Si además lo denuncia Vida Nueva, el medio español que más entrada directa tiene con el Papa Francisco, es un arma de presión imbatible para conseguir que la propia jerarquía crucifique a este grupo de sacerdotes.
De momento, el obispado de Toledo ha tenido una reacción normal y ecuánime (ha mostrado su afecto al Papa y ha pedido a los sacerdotes que rectifiquen), aunque no han excluido que se vayan a tomar «otras medidas de corrección». Con semejante perspectiva, es normal que determinada prensa no se vaya a dar por vencida.
Si finalmente reciben sanciones canónicas, u otro tipo de castigos, muchos lo interpretarán como la señal de que la cultura de la cancelación va a imponerse contra los que se opongan con claridad al avance LGBT y otros desvaríos doctrinales.
Vida Nueva es un lobby
Vida Nueva y Religión Digital son los dos medios españoles que defienden la aceptación de la antropología de género en la Iglesia. Los primeros lo hacen con más disimulo, los segundos presionando con fuerza. Lo novedoso del caso que nos ocupa, es que ha destapado a Vida Nueva como un medio fuertemente activista, en vez de ser un medio de información.
En 24 horas, Vida Nueva ha sacado tres artículos pidiendo la cabeza de los curas youtubers y, ese mismo día, publicaba un artículo en el que no le parecía nada mal que se aplique toda la misericordia del mundo con el sacerdote homosexual y traficante de Don Benito. Los primeros hicieron un comentario jocoso y desafectivo sobre el Papa, el otro cometía delitos y estaba muy lejos de vivir como se espera de un sacerdote.
¿Se ve la doble vara de medir de esta publicación?
¿Se entiende que las cuestiones de género son el caballo de batalla que más está polarizando a la Iglesia?