Como presentación de Petit valgan las palabras del padre Leonardo Castellani:
«Mucho siento la desaparición del Padre Petit de Murat. Sus ensayos no me consuelan antes me desconsuelan al ver lo que hemos perdido. En fin, él nos ayudará desde donde está. Tengo grandísimo aprecio de este hombre completo y eminente».[1]
Es claro que poseemos sobre él el testimonio de quienes lo conocieron, de sus discípulos más cercanos, como también de tantos que ya ponderaron y elogiaron sus predicaciones y escritos; Petit de Murat es un sacerdote a tener en cuenta, es de aquellos consagrados que han dejado una huella, que han brindado un generoso testimonio de la verdad y de vida consagrada a Dios en el seno de la Iglesia: por eso, tal ejemplo y tal palabra son valiosas también para nosotros.
Sobre su vida
La misma principalmente transcurre en Argentina, es así que nace en 1908 en Buenos Aires y muere en 1972 en Tucumán, la mayor parte del tiempo vive en este país, salvo sus años de formación en Europa. Fue ordenado sacerdote en 1946 en Tucumán donde ejercería su ministerio y viviría la vida religiosa hasta su muerte durante casi 25 años, salvo un muy breve período que luego mencionaremos. Aquí y aquí podemos ver algunos escritos.
Porteño, del barrio de Belgrano, junto con su hermano Ulyses tenían mucho interés por el mundo literario y cultural. Ulyses (1905-1983) fue conocido en el mundo de la poesía, de la literatura y sus ambientes, como así también del cine, escribiendo muchísimos guiones cinematográficos.
Mario José, por su parte, canalizó su formación artística a través del conocido pintor Ballester Peña, cuyo taller frecuentó y anduvo un tanto alejado de la vida religiosa y luego de probarlo todo y de experimentar al final de ese camino un profundo vacío, vivió su «camino de Damasco, un día en la Rioja» en una honda experiencia religiosa que lo introdujo a una búsqueda y entrega espiritual cada vez más intensas.[2]
Aquí mientras uno de los hermanos se adentraría en la Iglesia, en su vida más íntima, el otro más bien se alejaba; «se cruzaron en el atrio» dice Roque Raúl Aragón.[3]
Es así que a los treinta años (1938) ingresa al convento dominico de Buenos Aires, la filosofía la haría en Francia mientras que la teología le tocaría en España (Salamanca), regresando luego a Argentina y siendo ordenado en San Miguel de Tucumán, destacándose aquí por su predicación, por sus dotes de orador sagrado. Al año de ordenado escribe «Respuestas a un libelo ateo» donde ya se manifiesta con fuerte convicción y muestra un talante sacerdotal definido.
Además, Los dominicos hicieron de su convento un centro de irradiación doctrinal y suscitaron muchas iniciativas académicas que terminan desembocando en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino; en todo ese itinerario Petit se abocó a la enseñanza de la Teología y de sus diferentes tratados ante auditorios de los más variados.[4] También enseñó metafísica en el seminario diocesano.
Por otra parte, «inspiró y dirigió la fundación de una obra religiosa femenina» con aquellas personas que seguían su prédica y orientación, «allí se hacían obras de arte religioso y de uso litúrgico, se llevaba vida de oración y de silencio»…» y así «se iniciaba en la provincia un espléndido movimiento de cultura religiosa». Sin embargo, esta fundación «que aspiraba a constituirse en un monasterio de vida femenina» «por varias circunstancias no fue posible llegar a esa meta.» [5]
En dicha ciudad, durante doce años ejerció la docencia del arte en el Departamento de Artes de la universidad estatal, «allí parecía inconcebible la presencia de un sacerdote, de un fraile…»[6] y era sumamente respetado y escuchado ya que sabía y mucho del tema. Todo lo vinculado a la belleza y al arte fue objeto siempre de investigación y de plasmación; fruto de este esfuerzo intensivo surgieron sus obras teóricas y plásticas.[7]
En un brevísimo período (1959-1960) fue asignado a Buenos Aires como maestro de novicios, para regresar a Tucumán viviendo siempre su consagración con intensidad. Esta ciudad del norte argentino está muy ligada a él y viceversa, por eso, alguien acertadamente dijo que «no se entiende a Fray Petit sin San Miguel de Tucumán»,[8] fue un sacerdote que «durante años estuvo bendiciendo a Tucumán».[9]
Es así que estamos ya en los dos últimos años de su vida donde él vivió en un pequeño pueblo de las afueras de la ciudad llamado Timbó Viejo, «allí al llegar el verano del 72 murió atendiendo una capilla…tenía sesenta y cuatro años cumplidos.»
Desde esa capilla viajaría una vez por semana a la Universidad del Norte, propiedad de la Orden, a dictar lo que fue su último curso vinculado, en este caso, con la Teología de la Historia, clases especialmente valoradas por quienes las oyeron estando ya Petit en la parte final de su vida; es aquí donde retoma lo enseñado y abre nuevas perspectivas y pareceres.[10]
¿Por qué esa pequeña capilla si tenía el convento? Una respuesta es que «fray Mario vivió su sacerdocio con una intensa vocación monástica. Entendía que, sentirlo de otro modo, acallar esa voz, era traicionar a Dios. No le fue dado encontrar, dentro de la Iglesia, la tierra y el tiempo que Dios le deparó sitio ideal para encontrar ese camino, tal como él lo entendía. Encontró, entonces, al cabo final de sus años, la respuesta. Ésta era la vida religiosa solitaria».[11] Fuera de estos dos años, un tanto excepcionales, toda su vida religiosa estuvo siempre en los conventos de la Orden.
Si bien allí, en el Timbó, en el ocaso de su vida, canalizaría su particular ansia de vida monástica, dejemos bien sentado que allí evangelizó a los habitantes de esa parte del campo tucumano quienes poseen de él el mejor de los recuerdos; por otra parte, fue caritativo con ellos ayudándolos materialmente, deshaciéndose incluso de lo que él necesitaba, al punto que sus bienhechores le prestaban las cosas a él para que no las diera a los demás. Hay un sacerdote tucumano, Edgardo Morales, quien da testimonio de eso, además de Pascual Viejobueno.
Y allí en el Timbó «una noche del verano del 72, los latidos de su corazón comenzaron a desgranarse, buscando el reposo de una tierra definitiva».[12]
Escuchemos a quienes más lo trataron, sus discípulos, cómo lo describen: «Se llamaba Mario José Petit de Murat. Era sacerdote del Señor y fraile de Santo Domingo. Nació y se crió en Buenos Aires,» «fue una de las inteligencias más lúcidas, uno de los talentos religiosos de mayor envergadura que haya recibido la Argentina». «la gente que lo escuchaba jamás pudo olvidarse de él. Era de esas presencias magníficas que se incrustan como experiencia singular en cualquier vida».[13]
«Escribió poco, casi mezquinamente para lo que hubiésemos deseado». «Porque él sobre todo hablaba. Hablaba, enseñaba, y todos acudían a él. Y no era por cierto un hombre de concesiones o halagos que desdibujasen… las cosas».[14] «Santo Tomás de Aquino, en cuya inteligencia halló reposó la suya, preguntándose si por qué Cristo no expuso por escrito su doctrina responde que la primera razón fue la dignidad de su persona. Y dice: a más alto doctor corresponde más alta manera de enseñar, y a Cristo, como a excelentísimo doctor, correspondía este modo de enseñar, que consiste en imprimir la doctrina en el corazón de los oyentes»; «¡Qué decir entonces de alguien que fue excelentísimo maestro cristiano como él, como el padre!»[15]
«Decíamos que enseñaba con la palabra, que era ahí donde se desplegaba magníficamente. Y eso que sabía escribir con igual musicalidad».[16]
«Era de una presencia austera, pero sin sequedades. Creemos que al verlo, uno se daba cuenta de que dominaba con señorío y hermosura, no sólo su palabra, sino aún su propia estampa…» «Su buen gusto hacía evitar hasta la sospecha de afectación. Llevaba el hábito de Santo Domingo como quien lleva nítida la precisa distinción de lo blanco y de lo negro» «Desde esa misma presencia exhalaba una fragancia de delicada dulzura, de humildad, que a cualquiera lo hacía sentirse cálidamente acogido».[17]
«Nunca habíamos conocido, y nunca volveríamos a ver un hombre así. No sólo un sacerdote, sino un hombre entero como él». «Hemos hablado con decenas de personas; todas nos dijeron con madurada convicción de que, en el transcurso de su vidas, se habían abierto dos tiempos de existencia: uno antes de conocer al padre, y otro después. Un después hecho irreversible por él, por su palabra». «Ninguna de esas vidas pudo volver impunemente a envolverse en la rutina, la resignación a las mediocridades tibias, a las chaturas pusilánimes».[18]
Estos discípulos que hablan son los que a la muerte de Petit se dedicaron a «recoger con paciente y sigilosa fidelidad, fragmentos a fragmentos, gran parte de su palabra.» Y consideran que «el padre Petit de Murat ocupa un lugar destinado por la providencia divina para dar a conocer, por su palabra, el juicio y la voluntad de Dios sobre esta Argentina».[19]
Crítico del mundo moderno.
Petit afirma que «estamos en una hora de la historia semejante al 400 D.C. y al 1400 D.C., es decir, una edad del mundo cae, la moderna, mejor llamada burguesa», y que «lo peculiar y más grave de toda caída histórica es la crisis intelectual que la acompaña. La razón se enloquece y al final desmaya como si hubiera entrado en una disparatada sala de espejos». Y en este contexto,«La labor fundamental corresponde a la inteligencia».[20]
Con la siguiente reflexión va aún más a fondo: «nuestra época se mueve dentro del ámbito de un mal teológico; le anima la peor malicia, la de una apostasía…lo que la civilización actual intenta es negar la encarnación del Verbo, además de todo el orden sobrenatural y temporal originado por Él en la tierra. Si frente a este hecho recordamos que la medida de un mal está dada por el bien que niega, se entenderá que nos encontramos en la hora actual, ante un abismo idéntico a la nada, pues si se niega al Verbo eterno, ¿qué nos queda de Dios y de las cosas?»[21]
La afirmación anterior se halla en su artículo «El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada» ¿Por qué lo de «palabra violada»? Porque «la edad moderna ha logrado corromper la palabra en sí» y así lo describe: «el triunfo de la iniquidad moderna, su carcajada final frente al Verbo sangrante consiste en que ha logrado clavar su aguijón en las junturas mismas del concepto con su vocablo. Este último ha sido robado para violarlo e imponerle desde dentro el feto de una significación contraria que desde dentro le devora su propio ser significante…»[22]
Reflexión suya que nos ayuda invadidos como estamos de tanto nominalismo que lleva a cada cual a darle el contenido que se le antoje a las palabras, incluso a aquellas que poseen ya sentido definido y seguro; para él, esta «violación de la palabra» implica que «corre el frío de la muerte por la médula del alma cuando se piensa que la mentira anida en el interior del lenguaje del hombre moderno» , lo cual lo lleva a percibir que «estamos viviendo días desprovistos de venas esenciales; tiempos opacos terriblemente mudos…la confusión ha engendrado, al fin, un lenguaje, el propio de la ramera y del mercader, soberanos del mundo actual».[23]
Sigue aquí un anhelo muy grande: «siendo en este caso la palabra la ultrajada, el ayuno que cabe es el silencio. Únicamente el silencio lava el alma en las aguas de las esencias, las causas, la Trinidad desbordante, y solo allí la palabra llagada reposa y rehace su transparencia significativa como el vino cuando el mosto se asienta».[24]
Tal adulteración de la palabra es observada por él en otro ámbito ligado al pensamiento religioso. Afirma así que «la misma teología no deja de padecer la letal infección de algunas herejías a una residual sedimentación de todas ellas en cuanto los teólogos divulgadores intentan modernizarla».[25] Por supuesto no le gustaba lo que estaba ocurriendo con la Biblia, enfatizando que «es algo deplorable lo que se está haciendo con las Sagradas Escrituras. La exégesis de hoy de las Sagradas Escrituras, la católica, no es más que meter las Sagradas Escrituras en la mentalidad del burgués del siglo XX».[26]
En este contexto así descripto, viviría él su ministerio, es así que en su importantísima «Carta a un trapense» manifiesta: «me veo obligado a declarar que lo he hecho no como quien llena correctamente los oficios encomendados, sino a fondo, urgido por la angustia de los tiempos, por la común mediocridad de los cristianos, por la multitud de las almas que se pierden, he llegado a la madurez de esas sendas y puedo considerar sus frutos» y pasa a realizar enjundiosas reflexiones sobre la esterilidad del apostolado si no está arraigado en una vida de oración y teologal intensas, como también explicita la insistencia en la primacía de la contemplación, no sólo en lo personal sino en el cuerpo eclesial todo.
Petit es religioso y sacerdote y transmitía sus certezas y se lamenta: «sólo el silencio puede ser expresión de mi dolor presente: los sacerdotes de Cristo aún no conocen la malicia de la civilización moderna».[27] Muchas fueron sus reflexiones sobre la vida religiosa y sobre el sacerdocio, es llamativo como a sus fieles los exhorta a que «comulguen bien por los sacerdotes que comulgan mal». [28]
Hasta aquí, entonces, vemos cómo se insertaba él en el mundo y la época que le tocó vivir consustanciado a fondo desde su condición de religioso y sacerdote.
Cerramos esta parte con una consideración de sus discípulos: «el padre nos fue dado para que en el desplegarse pleno de su nunca traicionado sacerdocio, nos hablase en nombre de Dios, y lo hizo», no es poca cosa hallar un sacerdote así, o mejor, qué gracia para aquellos que lo tuvieron cerca. También nosotros nos aprovechamos de su ejemplo y de su palabra.
Algunos textos y tópicos suyos
«El amanecer de los niños, palabras sobre la crianza de los hijos» es un libro suyo muy difundido como así también el breve y enjundioso ensayo «El buen amor» abordando la temática indicada enraizado siempre en la doctrina, a la vez que, con mucho criterio y observaciones prácticas.[29] Las mismas se evidencian también al abordar el tema antropológico en: «Estructura psicológica esencial del hombre» y «Diecinueve lecciones de Psicología».[30]
A propósito de lo anterior, es notable la hondura con la que Petit habló del varón, de la mujer, de la familia, de la educación de los hijos; con qué delicadeza habló del vínculo entre los esposos, vínculo espiritual y carnal; con cuanta verdad y delicadeza explicitó las diferencias entre el varón y la mujer para luego explicitar su complementación; cuánto respeto evidenció hacia el orden creado, hacia el orden natural, hacia las creaturas. Todo lo cual evidencia una percepción profunda y religiosa de las cosas.
Si bien su prosa es poética, cultivó también la poesía y ocupa un lugar en la Poesía religiosa argentina de Roque Raúl Aragón: «fray Mario José ocupa su tiempo en hablar de Dios o a Dios de modo que sus escritos rezuman la sapiencia atesorada en la meditación orante».[31]
Petit nos indica un horizonte al decirnos que «es necesario rehacer el mundo, recomponer el orden, tomar posesión de nuevo de la realidad. Esto se puede llevar a cabo, no hablando sino viviendo intensamente la verdad con todas sus consecuencias…», y nos presenta un antagonismo al decirnos que «frente a la ciudad de pecado que transforma la realidad en mentira debe elevarse la ciudad de Dios, el monasterio, que transforma la realidad en epifanía».[32]
Reflexiona sobre la cultura «¿Cuál es el hombre culto, el que conoce muchos autores? Ése es un catálogo de autores, no es un hombre culto. Es culto el hombre que ha profundizado un genio. Dicen que la forma superior contiene a las formas inferiores. Entonces el hombre que haya entendido a Bach y Beethoven va a asimilar a todos los músicos, porque en una forma eminente están contenidas las demás».[33]
Para el fraile la cultura «es la labor de una inteligencia ayudando a una cosa a alcanzar su perfección en la línea de su naturaleza» y «cuando un pueblo atenta con pertinacia contra la ley natural hasta el punto de que esa violación se estabiliza en atavismos mentales y grandes deformidades psíquicas que pueden afectar al soma, se produce el estado de degradación colectiva que llamamos salvajismo;» y por supuesto, nosotros vivimos en un «salvajismo civilizado». La barbarie «está con respecto de la cultura como la infancia con respecto de la madurez» y «bárbaro es aquel hombre sano que está en disposición inmediata, no remota, a una cultura humana…» [34] En medio de tanta contracultura asfixiante resultan valiosas sus finas distinciones entre la barbarie, la cultura y el salvajismo.
Petit es muy crítico del liberalismo en general y advierte el mal que esa corriente hizo en su propio país, cree que «el mayor enemigo está en el liberalismo del propio católico. Lo convence de que su fe es para su fuero interno, esto significa la destrucción de la esencia misma del catolicismo. Católico, universal. El católico posee el poder de renovación universal de Cristo» y así «el liberalismo logró esterilizar la poderosa virtualidad social del bautismo».[35] Pondera que en su país el daño se hizo desde la capital al punto que dice: «de tal manera que si yo estuviera en el campo civil dedicaría toda la vida a decir «delenda est Buenos Aires».[36] No se queda allí sino que recuerda «que el cristiano es el alma y sangre del mundo» y convoca: «nuestra patria necesita, reclama nuestro bautismo».[37]
En la meditación del Via Crucis escribe uno de sus textos más impactantes que a más de uno podrá parecer exagerado e incluso escandaloso cuando afirma que «todo está subvertido, absolutamente todo» y sigue, «si confías en tu mente, la mente que has recibido de este mundo estás perdido, todo ha sido prolijamente cambiado, sustraída la verdad con toda paciencia y obstinación», el vértigo de la frase no se agota. Continúa: «en cuanto pienses una cosa por ti mismo estás perdido, allí está la grieta que aprovechará satanás para llevarte al infierno. Cualquier principio de este mundo que aceptes estarás perdido, porque el sistema de confusión es total, el sistema de mentiras es total».[38] Allí sí terminamos esta aguda reflexión y tal vez nos ayude a huir de todo inmanentismo, naturalismo e indiferentismo que pudiera infiltrarnos. Bueno, es cierto que hablaba o escribía fuerte, pero se entiende a qué se refería.
Por otra parte detecta que «la comodidad es el imperativo categórico de toda la civilización moderna»…y exhorta a sus fieles a que «combatan como un signo de maldición el ideal de comodidad, de que la comodidad es la felicidad». Por el contrario, «la felicidad se alcanza al cabo de una vida de esfuerzos. Es una maduración, un apogeo que no se alcanza sino por una maduración y un apogeo interior que nace de nuestra voluntad».[39]
En cuanto a búsqueda interior se refiere indica que »hay un solo modo de tener interioridad de verdad: dejarnos medir por el ser de las cosas. Si las rechazamos ya no seremos interiores, profundos, cuanta mayor cabida demos a las cosas que nos circundan, sin eludirlas, mayor verdad interior habrá en el alma».[40]
Quizás en esta afirmación encontramos al pastor con trato y experiencia de las almas: «Os voy a decir algo insólito, algo que os llamará la atención Dios tiene el olor de todos los aromas más exquisitos, tiene el perfume de las almas, bendito el sacerdote a quien se han abierto estas flores y ve que no existen bellezas como ésas».[41]
Una última reflexión suya, profunda y desafiante que nos despierta y convoca: «sólo los capaces de borrar en sus corazones la gritería del mercado con las luces del desierto tendrán poder contra los demonios que revuelven en vaciedad y blasfemia el mundo moderno. Si ese linaje del espíritu ya no se levanta desde el bautismo y el llanto de la Iglesia, peor para este siglo: sobrevendrá un silencio de cenizas lívidas, durante tiempos conocidos sólo por el Padre. Luego, la multitud de las aguas que brotan de su trono encenderán una vez más el alba y desde hierbas nuevas encenderá hasta el corazón del que es, fue y será, el hilo del canto glorificante, el de la palabra que nombra y ordena en el Verbo, las trémulas criaturas de la tierra».[42]
Para finalizar
El padre Renaudière de Paulis O. P. amigo y discípulo suyo nos ayuda a dimensionar la figura de Petit al ponerla en un contexto especial: «yo creo que el padre sabía que él debía dejar algo… Y es que hay hombres, hombres de Dios, que desean por lo que nosotros no deseamos, que quieren por lo que nosotros no queremos, que aman por nuestra falta de amor; que cumplen una misión frente a nuestra sequedad. Para no morirnos de sed, ellos piden el agua, y claman, y la tienen en sus propios labios. Y entonces un día, lo que ellos han deseado, se cumplirá. No se cumplirá en sus vidas, porque ellos se han despojado hasta de sus éxitos inmediatos… pero un día se podrá cumplir; se verán obras, lo que hoy parece frustrado, surgirá, porque han deseado en el seno de un inmenso despojamiento. Así, son los hombres de Dios; éstos, juzgan el mundo».[43]
Es cierto que el lenguaje expuesto puede resultar un tanto duro y áspero, y su figura puede parecer seria y severa pero lo que nos transmite es una enseñanza verdadera, y muy bien nos viene para nuestros días. «Le fueron dadas a la mujer las dos alas de la grande águila para que volase al desierto a su lugar donde es alimentada tiempo, tiempos y medio tiempo lejos de la presencia de la serpiente» dice misteriosamente Ap 12,14. ¡Cuántas veces nuestros ámbitos se terminan desertificando o tornando en páramos, sin embargo, Dios siempre nos alimenta, nos concede su gracia, su Palabra, su Eucaristía! Y nos concede también alimentarnos con el ejemplo y palabra de muchos que nos precedieron, y fray Petit puede, o mejor, merece, aquí ser mencionado.
Este artículo comenzaba mencionando aquella obra de sus discípulos a la que ahora vuelvo. La misma se encuentra enmarcada por una cita de del Profeta Ezequiel quien cumplió su misión anunciando la Palabra de Dios al Pueblo: «Y cuando todo esto suceda y ya está a punto de suceder, sabrán que había un profeta en medio de ellos» (Ez 33,33).[44] Ellos sintieron a Petit como alguien que les predicaba un mensaje divino, una palabra revelada venida del cielo, percibieron en ese fraile a un sacerdote, a un consagrado que vivía su vocación. ¡Acaso no es eso lo que tendrían que experimentar los fieles de los hombres de Dios, de los ungidos del Señor!
Petit dejó de enseñar arte, belleza y estética en la universidad estatal cuando vio que a su auditorio no los podía llevar a una instancia superior de religiosidad y sólo lo apreciaban humanamente. Vivió intensamente su sacerdocio y su vida religiosa, que en él conformaban una preciosa unidad, exhortó vivamente al clero a no tener vida privada, «de la vida particular líbrame Señor» es la jaculatoria que enseñó a rezar para que toda la vida ministerial estuviera ofrecida. Vivió su sacerdocio con dramatismo, alertando a sus fieles de muchos peligros para la fe, lo cual le acarreó más de una dificultad seguramente. «Sabrán que había un profeta en medio de ellos» no necesariamente en relación al futuro, aunque todo aquello que no esté edificado sobre lo eterno a nivel personal o social terminará cayendo y sucumbiendo, sino también profeta porque predicó a sus fieles la Palabra de Dios para que ésta germinara y diera fruto.
Petit sintió muy hondo en su alma la vocación a la oración, a la soledad y al silencio pero no la vivió aislado, marginado sino siempre con gente, con pueblo, con sus fieles, con sus hijos. Y en todo caso, de sus deseos y anhelos nos beneficiamos todos en la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
Petit vivió su ministerio inserto en el tiempo, en su época, inserto en una comunidad a la que conocía muy bien y allí dio testimonio del eterno, del Cristo que vino a salvar a los hombres. También nosotros, laicos y sacerdotes, estamos llamados a vivir y confesar la fe suplicando la asistencia del Espíritu Santo! Por más cambio de época que se registre, Dios siempre asiste y alimenta a sus hijos.
Le agradezco a Pascual Viejobueno quien hace ya muchísimo tiempo me pasó generosamente todo el material que tenía de Petit, del que aquí fue mencionado una muy pequeña parte, material que desde entonces me acompaña y ayuda. Por otra parte, le agradezco a Enrique Prevedel por tantas conversaciones profundas relacionadas con Petit y sus implicancias.
Pablo Sylvester
[1] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, Grupo de Estudios Fray Petit de Murat, Tucumán, Argentina, 1983, contratapa. (Esta obra tiene reedición 2022, EDIVE, accesible por Amazon).
Este libro es importantísimo en todo lo que tiene que ver con Petit. Se publicó a once años de su muerte y es fruto de sus discípulos más cercanos quienes recogieron la palabra del fraile en cientos de grabaciones y escritos aislados y a través de esta obra procuraron que esa palabra llegara a quienes no habían conocido Petit, entre ellos yo. Si bien es una obra “colectiva” en la inspiración, el redactor del texto es Enrique Prevedel también conocido por su seudónimo Miguel Cruz. Este libro introduce de lleno en lo que su título promete.
[2] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 160.
[3] Cf. Aragón, Roque Raúl, La poesía religiosa argentina, Ediciones culturales argentinas, Buenos Aires, 1967,57. Por su parte, Caturelli en una obra importante incluyó y ponderó a Petit a quien califica de: “hombre de intensa vida interior, maestro nato (sobre todo filósofo del arte), teólogo y místico…” y también habla de la “admirable obra espiritual del padre Petit de Murat”. Caturelli, Alberto, Historia de la filosofía en la Argentina, 1600.2000, Ciudad Argentina - Universidad del Salvador, Buenos Aires, 2001, 790-796.
[4] Por ejemplo de allí surge, Petit de Murat, Mario José, Jesús el Cristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, Grupo de estudios del Tucumán, 1988. Petit de Murat, Mario José, Conversaciones sobre el Evangelio, UNSTA, Tucumán, 2004.
[5] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 158.
[6] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 40.
[7] Petit de Murat, Mario José, La belleza y el arte, Grupo de estudios del Tucumán, 1991; Petit de Murat, Mario José, Criteriología del arte, arte religioso y arte cristiano, dibujos y pinturas, Ediciones del archivo de Pascual Viejobueno, Salta, 2014. Esta obra posee los diversos trabajos plásticos de Petit hechos a lápiz, tinta, tempera y pastel, siendo mostrados por primera vez todos juntos.
[8] Petit de Murat, Mario José, La Sabiduría de los tiempos, Ediciones del Cruzamante, Buenos Aires, 1995,117.
[9] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 9. A todo esto, Tucumán es la provincia argentina más pequeña y a su vez, la más densamente poblada.
[10] Petit de Murat, Mario José, Teología de la Historia, editorial UNSTA, Tucumán,2021, 258 ps; compilación de Pascual Viejobueno.
[11] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 163.
[12] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 170.
[13] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,7.
[14] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,7.
[15] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,8. El texto de la Suma Teológica aludido es III, 42,4.
[16] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,8.
[17] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,7.
[18] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,8-9.
[19] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,12.
[20] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,98.
[21] Petit de Murat, Mario José, El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada, Revista Gladius, n.17, 1990, p.85-86. Este artículo se editó por primera vez Ensayos Filosóficos, Homenaje a M.G. Casas, Edición Troquel, Buenos Aires, 1963,79-93.
[22] Petit de Murat, Mario José, El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada, Revista Gladius, n.17, 1990, p.90.
[23] Petit de Murat, Mario José, El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada, Revista Gladius, n.17, 1990, p.91-92.
[24] Petit de Murat, Mario José, El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada, Revista Gladius, n.17, 1990, p.92.
[25] Petit de Murat, Mario José, El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada, Revista Gladius, n.17, 1990, p.92.
[26] Petit de Murat, Mario José, La Sabiduría de los tiempos, Ediciones del Cruzamante, Buenos Aires, 1995,81. Era muy crítico de Hegel. “Detrás de Hegel está la teología de satanás”, Padre Petit, 72; “la persona moderna, con mentalidad hegeliana no necesita redención, la redención le resulta extrínseca” Teología de la historia, 12; “el señor que rige el siglo XX es Hegel” Teología de la historia, 14.
[27] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,152.
[28] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,151.
[29] Petit de Murat, Mario José , El amanecer de los niños, Grupo del Tucumán, 1987; Petit de Murat, Mario José , El buen amor, Grupo del Tucumán ,1986.
[30] Las lecciones de Psicología fueron publicadas por la revista Moenia de Buenos Aires entre los años 1984-1986.
[31] Aragón, Roque Raúl, La poesía religiosa argentina, Ediciones culturales argentinas, Buenos Aires, 1967,57.
[32] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 157. Sí, él allí se refiere al monasterio, él mismo amaba y apreciaba la vida monástica y destacaba ese aspecto en el fundador de la Orden: ”No entenderemos a Santo Domingo mientras no descubramos en él la arquitectura vigorosa y fundamental del monje” cf. Petit “Santo Domingo de Guzmán en la providencia de la historia humana, Moenia XXVIII, 1987,97.” El tema monástico aparecerá, hasta el final, en su Teología de la Historia.
[33] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,51.
[34] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,96.
[35] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, 109-110.
[36] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,122. ”Hay que destruir a Buenos Aires”, parafraseando al “hay que destruir a Cartago” de Catón. A pesar de ser porteño, en muchas ocasiones, Petit manifestó su desdén por la Capital y la responsabilizó de muchos males ocurridos en la nación toda. “Buenos Aires, la Babilonia maldecida por ti”, ídem, 161. El suyo es un caso raro, ya que se trata de un porteño visceral y fundadamente antiporteño.
[37] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,110.
[38] Petit de Murat, Mario José, El Camino de la Cruz, Grupo del Tucumán, 1987, 20.
[39] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,141.
[40] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,144.
[41] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,149.
[42] Petit de Murat, Mario José, El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada, Revista Gladius, n.17, 1990, p.95.
[43] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra,15. Con Renaudière muchas veces hablamos de Petit y sus implicancias y algo anecdótico, una vez, cansado él de como decía yo Petit pronunciando la “t” final, me corrigió y enseñó a pronunciar: “Petí ”; “tragáte la t”, me dijo.