Hacia mitad de noviembre, me sorprendió ver que la mayoría de establecimientos y restaurantes de Roma se engalanaban con guirnaldas, espumillones y adornos. Faltaba más de mes y medio para la Navidad, pero en la Città Eterna ya brillaban luces parpadeantes y ofertas de descuento. Este ambiente preparaba la que es, para muchos, la época más entrañable y alegre del año. Ahora bien, ¿comprendemos con profundidad la esencia de esta celebración? ¿Cuánto entendemos el significado de la Navidad?
Para C.S. Lewis, el célebre escritor de clásicos como «Las Crónicas de Narnia» o «Cartas del diablo su sobrino», la Navidad no solo constituye un evento festivo, sino que revive un acontecimiento. Aunque fue clave en su conversión al cristianismo, su aprecio por estas fechas no siempre resultó ser tan positiva. Su metanoia comienza, podríamos decir, gracias a una amistad. J.R.R. Tolkien, el genio creador de «El Señor de los Anillos», le abrió los ojos para vislumbrar el significado detrás del nacimiento de un niño hebreo hace 2000 años.
Ambos formaban parte de «Los Inklings», un grupo de profesores de Oxford con inquietudes literarias. Tras una de sus reuniones y, quizás inspirados por la cerveza, Tolkien y Lewis dieron un paseo y conversaron animadamente sobre los mitos. Durante el diálogo, Lewis expuso que, aunque tenían el poder de explicar aspectos de la realidad, los mitos eran invenciones humanas. Tolkien argumentó que no eran simples mentiras, sino reflejos fragmentarios que hablan de las grandes verdades. Y continuó explicando que, detrás de cada uno de estos mundos imaginarios, existe un creador que los ha poblado, por ejemplo, con elfos, dragones o duendes. Los mitos paganos son historias que indican algo verdadero sobre el mundo real: señalan que existe un Creador. Para Tolkien, los mitos son como diminutos cristales de un espejo que refleja la verdadera luz, esto es, el proyecto de Dios.
La conversación dio un giro cuando discutieron sobre la conexión entre las mitologías y el Nuevo Testamento. Lewis, que al inicio se mostraba escéptico, veía el cristianismo como un mito culturalmente significativo que había permeado el estilo de vida de Occidente. Sin embargo, Tolkien lo desafió asegurando que el cristianismo era «un mito verdadero». La diferencia radicaba en que el «poeta» detrás de este mito era Dios mismo, y las imágenes utilizadas por Él eran hechos históricos. Este argumento revelador convenció a Lewis, quien llegó a la conclusión de que la historia de Cristo era «el mito verdadero», es decir, un hecho que realmente había sucedido.
Tras ese día C.S. Lewis ahondó en la comprensión del nacimiento de Jesús. En su artículo de 1957 titulado «Lo que la Navidad significa para mí», compartió sus reflexiones. Afirmó que la Navidad es «el gran milagro», porque «una vez en nuestro mundo, un establo tuvo algo dentro que era más grande que todo nuestro mundo«. Primero en su cabeza, y más tarde en su corazón, lo que era un mito significativo se había transformado en la verdad que daba sentido a todo lo demás. Por otro lado, en el artículo también expresó su preocupación por la creciente comercialización de la festividad, que puede desviar nuestra atención de su verdadero significado. No se equivocaba.
Si nos centramos en lo comercial o en lo gastronómico, la Navidad puede volverse agotadora, y podríamos llegar a la cuesta de enero con una profunda sensación de insatisfacción. Como antídoto, tenemos el artículo de Lewis, donde nos hace ver que lejos de un mero intercambio de regalos, la Navidad consiste en recibir el regalo único de Dios, a su propio Hijo. La celebración cambia radicalmente si se contempla desde esta perspectiva.
A medida que avanzamos en el camino del Adviento, las palabras de Lewis nos instan a mirar más allá de los fuegos artificiales y los escaparates del centro comercial. Nos invitan a acoger el regalo y no fijarnos sólo en el envoltorio. En sus palabras encontramos una invitación a abrazar al Niño Jesús, »el evento central de la historia de la Tierra". Así evitamos caer en la tristeza de los habitantes de Narnia, quienes, tiranizados bajo el yugo de la Bruja Blanca, lamentaban que «aquí siempre es invierno, pero nunca Navidad».