El Papa Francisco ha promulgado, recientemente, un Motu proprio sobre la teología. Las afirmaciones vertidas en el documento, manifiestan, una vez más, el rechazo de la metafísica como la única vía válida, según la tradición de la Iglesia católica y de la encíclica de Juan Pablo II Fides et ratio, para llevar a cabo un recto intellectus fidei.
Aquí, el problema fundamental es el punto de partida. Desde el comienzo, el Papa nos dice que la «universalidad debe ser descartada y reemplazada por la singularidad». Proceder del primer modo, continua el Pontífice, equivaldría a repetir «fórmulas y esquemas del pasado» y caer en el «campo de lo abstracto e ideológico».
¿Qué está afirmando el Papa? Nada más y nada menos que este principio: el hombre carece de un conocimiento directo del ser. Mi alma ya no tiene una potencia denominada intellectus que es capaz de leer dentro de las cosas aquello que estas cosas tienen como participación del ser.
De este modo, todo orden universal y objetivo que es menester conocer para adecuarse en el obrar, resulta inaccesible. El punto de partida no puede ser la universalidad sino la singularidad. Es decir, la universalidad ya no será primera, sino el resultado, el producto del encuentro de las diversas singularidades propias de los pueblos.
Esta peculiar «teología», llamada ´del pueblo´, «no encuentra su punto de partida ni en un ver (teoría) un orden inteligible en el seno del ser, ni tampoco en un oír la eterna Palabra de Dios. El punto de partida no puede encontrase en la eternidad sino en el tiempo: el inicio es siempre histórico, contingente, temporal. En realidad, para esta posición teológica, el hombre no es capaz de pensar sub specie aeternitatis sino solo sub specie temporis.» Para esta ´teología´, «ningún hombre (…) puede tener un punto de partida fijo que se sustraiga de la historia y de su relatividad. (…) La inteligencia de la fe, de este modo, no puede llevarse a cabo a partir de una razón metafísica abstracta, propia del pensamiento griego, sino desde una práctica esencialmente histórica. El intellectus fidei formulado desde una metafísica del ser resulta totalmente ingenuo por cuanto no tiene en cuenta que la formulación temática de esos principios que considera eternos es puramente histórica, forma parte de una cultura determinada, e implica opciones históricas co-culturales y ético-políticas» (Cfr. Carlos Daniel Lasa. «Teología del pueblo»: ¿Teología o ideología? En Anales de Teología, Universidad Católica de la Santísima Concepción, Chile, 19/2 (2017), pp. 225-226).
El ser, como lo señala uno de sus mentores, el sacerdote jesuita Juan Carlos Scannone, deja su paso al estar en virtud de la esencial historicidad de este último.
Ahora bien, si el punto de partida resulta ser lo particular, entonces el método de la teología debe ser cambiado. El mismo documento se encarga de afirmarlo: el método de la teología debe ser el inductivo.
A partir de un nuevo lugar teológico (nº 8), esto es, la voz de cada pueblo, podrá auscultarse el sentido común de la gente dentro en el cual habitan muchas imágenes de Dios.
La nueva teología debe ser el reflejo de la Iglesia sinodal: debe ser una «teología en salida» (nº 3). Ya no se tratará de adaptar, de modo puramente extrínseco, los contenidos de la teología cristalizados (léase: la intelección de las verdades reveladas) a nuevas situaciones. Esos contenidos deben ser re-formulados.
De allí que la teología actual exija re-pensarse tanto epistemológica como metodológicamente. La reflexión teológica, nos dice el Papa, está llamada a operar un cambio de paradigma (nº 4). Dado que la teología está llamada a ser contextual, es decir, a ser «capaz de leer e interpretar el Evangelio en las condiciones en las cuales los hombres y las mujeres viven cotidianamente» (nº 4), aquella se ejercerá a partir del diálogo con las diversas tradiciones y con los distintos saberes y disciplinas. De allí la nota de interdisciplinariedad que caracteriza este nuevo locus.
No puedo dejar de preguntarme si dentro de la referida interdisciplinariedad podrá sostenerse una jerarquía de los saberes. Si bien la cuestión no se responde de modo explícito, sí se lo hace implícitamente cuando el documento afirma que el ser es relación. Por lo tanto, la jerarquía entre los saberes quedará suprimida.
Los católicos deberemos dejar de pensar en términos de eternidad, de permanencia, buscando captar la realidad como esencialmente cambiante, histórica y contingente. La asunción de la categoría «estar» en lugar del «ser» nos está indicando la esencial fluidez de todo lo que es, como así también, la radical situacionalidad del ser del hombre en este mundo.
El cristiano, privado de toda realidad permanente, solo podrá interpretar e interpretar-se dentro de su estrecho horizonte vital y en función de las estrictas exigencias de su transcurrir. De allí que la teología del pueblo no pase de ser una mera ideología, esto es, una expresión de una determinada situación histórico-social de un pueblo, la cual responde a intereses de clase, a motivaciones inconscientes y a condiciones concretas de existencia social.
Toda especulación teórica, si es que pretende ser inculturada, no podrá sino ponerse al servicio de los referidos intereses, motivaciones y condiciones concretas de existencia social (Cfr. Carlos Daniel Lasa, art. cit., p. 245).
Considero que el Papa actual, siempre preocupado por el peligro de que la fe se transforme en ideología, debiera estar seriamente preocupado y ocupado para que esta pseudo-teología no llegue a corromper el contenido de la auténtica fe católica.
Como refiere el gran teólogo español Cándido Pozo, «la gravedad de la crisis actual radica en el enfrentamiento entre dos teologías de signo contrario: una teocéntrica, de dirección vertical, y otra antropocéntrica, de dirección horizontal. ‘Dios delante de nosotros’ o ‘Dios a la espalda’, según la formulación de la disyuntiva que ha hecho Hans von Balthasar.» («Teología humanista y crisis actual en la Iglesia». En Iglesia y secularización. Madrid, B.A.C., 1971, pp. 63-64).