En las últimas semanas la acogida a los homosexuales y transexuales ha ocupado muchos titulares por dos noticias. En primer lugar, su aceptación como padrinos de bautismo y, esta semana, por la comida del Papa con varias trans (bueno, en realidad era con 1200 pobres, pero las noticias se han centrado sólo en que había algunas trans con los que compartió mesa).
Es muy interesante ver cómo la prensa generalista, por ejemplo Associated Press y la prensa «católica progresista» (perdón por las simplificaciones, pero nos entendemos), ven en estos gestos del Papa su deseo de aceptar la antropología de género. En mi opinión, la realidad es mucho más compleja y me gustaría explicar por qué:
1. El medio católico Vida Nueva afirmaba que es «comprensible que, más allá de las indicaciones del documento [sobre los padrinos trans] no se lleven a cabo reformas legislativas. La vida va por delante de la ley y estas indicaciones permiten aterrizar en el día a día de una parroquia ese ‘quién soy yo para juzgar’».
La razón por la que el Papa no cambiaría directamente la doctrina es que debe velar por la unidad de la Iglesia, por eso la estrategia debe pasar por cambiar primero la praxis y luego la ley.
«A la vez, urge una labor pedagógica --tanto en el presbiterado como en la comunidad creyente-- para sensibilizar y conocer en materia de diversidad sexual e identidad de género para derribar estereotipos y prejuicios ideologizadores que llevan a un rechazo injustificado».
Estoy de acuerdo en que, en los últimos años, los católicos hemos aprendido -y todavía queda camino por recorrer- a comprender mejor que la verdad no es sólo que alguien es biológicamente hombre o mujer, sino que los casos de disforia y atracción hacia el mismo sexo también son reales. Sin embargo, no podemos olvidar que, si bien la Iglesia defiende la dignidad de todas las personas, también cree que la distinción y complementariedad de los sexos son características esenciales de la naturaleza humana y, por lo tanto, no tiene sentido que entre a defender el discurso de la supuesta separación entre el cuerpo (sexo) y los sentimientos, la mente y las actitudes (género).
2. Otro ejemplo reciente de cómo se va cambiando la praxis, con pequeños gestos hacia la comunidad LGBT, lo hemos visto en esta noticia de un obispo mexicano que ha permitido un funeral en la catedral con banderas LGBT sobre los féretros de una famosa pareja de homosexuales (y por si la historia no fuera suficientemente rocambolesca, parece que uno de ellos asesinó al otro y luego se suicidó...).
3. La normalización de la aceptación de la doctrina de género también ha dado un paso al frente con la publicación de una entrevista a un sacerdote que, en Madrid, realiza actividades de acompañamiento a Crismhom, una asociación cristiana LGBT. Las razones con las que el sacerdote justifica su actuación son semejantes a los equilibrios lingüísticos del cardenal Fernández pero, como ya se ha visto en muchas ocasiones, la pastoral de esta asociación no pretende sino la aprobación de la doctrina de género por parte de la Iglesia.
4. El presidente de Crismhom ha declarado recientemente que estos nuevos aires proceden del sínodo y «ponen el acento, de forma explícita y pública, en la verdadera antropología: la del amor de Dios, en la que Él, Padre y Madre, nos ama como somos». Y añade que, «como es costumbre, los más conservadores se han posicionado en contra de este nuevo puente entre la Iglesia y el colectivo de diversidad sexual e identidad de género».
5. En otro artículo de Vida Nueva de esta semana (disponible solo en parte en la versión digital), el famoso y heterodoxo teólogo Marciano Vidal señala que «la condición homosexual no es ni buena ni mala (sencillamente es dada por Dios)». Sin embargo, su texto no hace referencia en ningún momento a la distinción entre las inclinaciones y los actos homosexuales, que es la base del juicio moral de la Iglesia sobre este asunto, como refleja con claridad el Catecismo.
Lo que parece dar a entender Marciano Vidal -y otros muchos teólogos actuales- es que la homosexualidad es una condición inamovible e innata, creada y querida por Dios y, por lo tanto, puede ejercitarse sin problema moral alguno. Por eso, continúa diciendo Vidal que es natural aceptar «la unión socio-jurídica de dos personas homosexuales, con los derechos y deberes que en nuestra cultura asignamos al matrimonio». Más adelante especifica esos derechos: adopción, matrimonio y terapias de conversión.
Estos cinco ejemplos de esta semana muestran la enorme influencia que se está ejerciendo en el ámbito de la Iglesia para que ésta cambie su doctrina. Por suerte, todavía quedan algunos obispos que salen a la palestra a recordar la verdadera doctrina. Muller es un habitual, aunque esta semana también se ha sumado el presidente de la Conferencia Episcopal polaca, señalando cómo la aceptación de la antropología de género trae como consecuencia que los católicos con atracción hacia el mismo sexo que tratan de luchar contra sus inclinaciones se sienten abandonados por la Iglesia.
Agradezco y recomiendo este sugerente artículo de Jack Valero, en el que aporta algunas claves para comunicar mejor el discurso de la Iglesia sobre género y homosexualidad sin edulcorarlo y con una visión optimista del asunto. Porque como él mismo dice, ««hay muchas semillas del Evangelio en el mundo contemporáneo».