Estos días he estado reflexionando sobre cuáles son los días más especiales en una vida humana. Para mí son: el inicio de mi existencia, mi nacimiento, el día de mi bautizo, cuando decido qué hacer con mi vida, mi muerte.
El ciclo vital de un ser humano se inicia a partir de una célula única, el zigoto, formada por la fecundación de dos gametos (óvulo y espermatozoide), que tras el proceso de desarrollo dará lugar a la formación del individuo adulto que, al alcanzar la madurez sexual, producirá a su vez uno de los gametos. El espermatozoide emigra desde la vagina hasta el extremo en forma de embudo de la tropa de Falopio (el punto donde normalmente se produce la concepción) en busca del óvulo. La concepción (fertilización) o comienzo del embarazo es el momento en que un óvulo es fecundado por un espermatozoide, llamándose la nueva célula zigoto, y con la que se inicia el ciclo vital del ser humano. El embarazo es todo el período en que la mujer tiene dentro de su cuerpo un nuevo ser vivo, desde la concepción hasta el parto.
En cuanto al parto puede prepararse y facilitarse. Hoy la mujer puede dar a luz casi sin dolor gracias a una preparación adecuada.
En el acto de la procreación, palabra que deja entrever la presencia de Dios y su participación en el inicio de la vida humana, pues «toda paternidad proviene de Dios»(Ef 3,14), el varón y la mujer intervienen conjuntamente para engendrar una persona con características imprevisibles e irreducibles a las de sus progenitores. El hijo no es un mero efecto de un proceso biológico natural, sino también espiritual, pues es una persona que ordinariamente surge como consecuencia de un acto de amor. El nacimiento de un niño normalmente significa una victoria sobre el egoísmo, el miedo y la falta de responsabilidad; es una señal de fe en el otro a quien se ama, y de esperanza en el futuro. Empezamos a existir porque nuestros padres se han querido y también porque Dios nos ama y nos llama a la existencia. Los niños, todos los niños, tienen derecho a nacer, a vivir, a crecer sanos y felices en una familia estable y amorosa. La reproducción humana debe darse en unas circunstancias que hagan posible que sea un proceso humanizado y humanizador. Todo niño tiene derecho a tener un padre y una madre que se amen y le amen profundamente.
Para el creyente, el Bautismo es otro de los grandes momentos de la vida, Preguntado San Juan XXIII, cuál había sido el día más importante de su vida, respondió: «El día que me bautizaron, porque ese día pasé a ser hijo de Dios y miembro de la Iglesia».
En mi vida ordinaria, tengo que decidirme sobre cuál va a ser mi profesión y mi estado civil, así cómo mis relaciones con Dios. En estos puntos es más fácil que haya altibajos que ojalá me conduzcan a acertar en mis decisiones. Y, por último, nos queda el tema de la muerte. Todos hemos de morirnos. El creyente. lo que desea sobre todo es morir en gracia, para alcanzar así el paraíso y la recompensa eterna. Recuerdo las palaras finales de Benedicto XVI: «Señor, te amo». O la de un señor que moría santamente: «la muerte, es cruzar una puerta, detrás de la cual está Dios»: O, como dice el Salmo 116,15:: «Preciosa es a los ojos de Yahvé, la muerte de sus santos».
En cambio, horrible es la muerte de los condenados, destinados al castigo eterno: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el demonio y sus ángeles» (Mt 25, 41).
Pedro Trevijano, sacerdote