Leyendo este verano los recuerdos de Joaquín Navarro-Valls, ilustre portavoz de Juan Pablo II, me ha llamado la atención un par de ocasiones en las que señala que, a raíz de algunos problemas provocados por trabajadores de la curia vaticana, el Papa polaco no hacía comentarios negativos sobre ellos. Es más, añade que no le oyó decir nunca nada malo ni de la curia ni de sus empleados.
Evidentemente esto no quiere decir que no actuara para mejorar las formas de trabajo o el desempeño de los trabajadores de la Santa Sede. Por supuesto que lo hacía, pero no iba esparciendo comentarios negativos para desahogarse o fomentar una visión descorazonadora del Vaticano. Su categoría humana tenía una magnanimidad enorme.
Comento este asunto porque, hoy en día, muchos fieles cristianos o informadores del área religiosa nos hemos acostumbrado a hablar mal de la curia, airear sus trapos sucios sin reconocer sus méritos y, corremos el riesgo de generalizar los juicios negativos a la mayoría de trabajadores del Vaticano.
A lo largo de los últimos 15 años han salido a la luz muchas noticias especialmente tristes sobre la curia romana y sus trabajadores: corrupción económica, escándalos de naturaleza sexual, presiones a los distintos papas, carrerismo para tener un puesto más alto o de mayor influencia, etc.
Este conjunto de sucesos ahora se conocen con mayor detalle gracias a los medios de comunicación digitales. No se trata de cosas nuevas, pues parecen haber estado presentes, con mayor o menor intensidad, en los últimos 50 años. Desconozco cómo fue en las décadas anteriores pero, si uno ve la historia de la Iglesia, es evidente que el pecado y la corrupción han acompañado a las más altas esferas eclesiásticas en muchos períodos.
El Papa Francisco ha optado por una estrategia muy distinta a la hora de abordar la reforma de la Santa Sede. Desde su primer año de pontificado expuso públicamente hasta 15 enfermedades de la curia, atacando la mundanidad, el carrerismo y el clericalismo que tientan con facilidad a los clérigos. Esta manera de enfrentar el asunto me parece que es adecuada y necesaria, aunque requiere del resto de fieles de la Iglesia una madurez en la fe mayor, al ser todos más conscientes de las miserias que afectan a quienes deberían ser especialmente ejemplares. Francisco ha denunciado muchas cosas que se hacían mal, con ese estilo directo e incisivo que le caracteriza. Quizá sea ahora necesario, pues enfrentar los problemas con fuerza ha permitido logros muy importantes, como la reforma económica de la curia, algo que Juan Pablo II apenas intentó y Benedicto XVI encontró gran resistencia.
Sin embargo, en estos tiempos de polarización política, social y eclesial, me parece muy interesante que los fieles corrientes no olvidemos la actitud del san Juan Pablo II que, siendo consciente de los problemas -trabajando y rezando para que mejoraran- no se dejaba llevar por una visión derrotista y evitaba los comentarios negativos gratuitos, incluso entre los más allegados. Si tomamos buena nota de su ejemplo, mejoraremos nuestra perspectiva sobre la situación de la Iglesia y mantendremos un juicio también realista sobre sus problemas.
En definitiva, evitemos cargar la mano sobre lo negativo y hablemos de ello solo cuando sea adecuado. Quizá pueda servirnos el consejo de Aristóteles: «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo».