Cuando un católico fallece, la Iglesia suele celebrar un funeral por el eterno descanso de su alma. Podemos ver en esta ceremonia dos aspectos: el aspecto social, que hace que muchos, aún no creyentes, vayan a él por razones de parentesco o amistad, e incluso para algunos sea el único motivo por el que pisan una iglesia, y el aspecto religioso, que es el que nos interesa aquí.
¿Por qué la Iglesia celebra funerales? Pues por una razón muy sencilla, porque creemos en la resurrección y la muerte no es el final de todo. Al final de nuestra vida terrena, nos espera el Juicio de Cristo sobre ella, que puede ser de salvación o condena, si rechazamos la gracia de Dios y estamos en pecado mortal. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice sobre este punto: «1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno». La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira».
Pero el Juicio puede ser y esperamos que así sea con la ayuda no rechazada de la gracia Dios, de salvación. Recuerdo que hace años leí en una Revista una encuesta sobre la siguiente pregunta: ¿cómo desearías morirte? Varios contestaron: «rodeado de mi familia», pero algunos dieron para mí y para la Iglesia la respuesta acertada: «en gracia». Desde luego Cristo no es imparcial, sino que desea que todos los hombres se salven, porque para eso ha muerto en la Cruz, pero respeta nuestra libertad y como dice San Agustín: «el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
El Prefacio de la Misa de difuntos tiene estas hermosas palabras sobre la muerte de los creyentes: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».
Ahora bien, los que mueren en gracia y amistad con Dios puede que estén perfectamente purificados y en ese caso el cielo es su fin último y la realización plena de sus aspiraciones más profundas, pues gozan de la visión beatífica de Dios y de una dicha eterna. A me impactó bastante leer en la vida de Sana Teresita del Niño Jesús que cuando descubrió que estaba tuberculosa y que iba a ver pronto a Dios, se alegró mucho con el pensamiento que iba a estar pronto con Jesús o un chico de catorce años con una enfermedad que sabía era mortal cuando sus amigos hablaban sobre donde pasarían las próximas vacaciones él dijo: «yo estaré en el cielo».
Pero puede suceder también que «los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (CEC 1030). La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados (CEC 1031)».
A mí en los funerales me gusta como lectura emplear 2 Macabeos 12,39-46, Ha habido un combate y al enterrar los cadáveres, descubren en los caídos objetos robados. Judas Macabeo entonces hace una colecta para ofrecer sacrificios y oraciones por los difuntos, porque como dice el versículo 46: «Obra santa y piadosa es orar por los difuntos. Por eso hizo que fuesen expiados los muertos: para que fuesen absueltos de los pecados». Recuerdo que en mis tiempos de bachiller, murió el padre de un compañero y otro le dijo: «rezo por tu padre para que no se pueda decir que si tu padre no está todavía en el cielo, es porque le han faltado las oraciones de tus amigos». Y ese es el sentido que tienen los funerales: con la ayuda de la Eucaristía y de la oración de los asistentes, para que el difunto, si está en el Purgatorio, vea suavizada su pena e incluso pueda ir al Paraíso. Y referente a nosotros, darnos consuelo y esperanza.
Pedro Trevijano, sacerdote