Cada año, al llegar al mes de mayo, nuestros corazones se vuelven hacia una figura entrañable de nuestra fe, María, la Virgen, la Madre de Jesús. Es una tradición antigua, que viene de lejos, desde la Edad Media, la de dedicarle este mes a Ella para tenerla especialmente presente en nuestras vidas.
Se trata de una tradición antigua y arraigada en la vida del pueblo fiel que, en medio de las inquietudes de cada día, en medio de la agitación de la vida, experimenta la protección de esta madre que nos mira y nos ama.
No es un símbolo, no es un mito o la proyección de la necesidad de una madre. Es una persona real, una madre real, la Madre de Jesús, que por ser Él el Hijo Eterno de Dios nos lleva en su corazón desde toda la eternidad y también, claro, en su encarnación en María.
En el designio de Dios, en su proyecto de amor, cuando creó a los seres humanos, cuando se hizo hombre en María para salvarnos, desde siempre nos ha llevado en su mente y en su corazón, desde toda la eternidad Dios nos conoce y nos ama, y nos ha dado a su Madre como madre nuestra.
Puede ser que actualmente se haya perdido un poco esta tradición que también llamamos «el mes de las flores», y no sólo porque coincide con la primavera sino porque se nos invita a ofrecer a María como madre nuestra las flores, el obsequio, de nuestras buenas obras y nuestros detalles de amor a Dios y a los hermanos.
Pienso que quienes hemos sido hechos hijos de Dios por el bautismo estamos también llamados a vivir una especial relación con la Madre de Jesús, la Virgen María. Lo que llamamos «devoción» debe ser la expresión de nuestro corazón de hijos hacia María, la misma Madre de Jesús. La devoción a María se ha ido extendiendo y adaptando a los distintos lugares del mundo, a través del tiempo, pero siempre es manifestación de este corazón de hijos hacia la que es también nuestra Madre.
Esta expresión de amor a la Virgen María, y de Ella a nosotros como Madre de la Iglesia y madre nuestra, es universal, como lo es también la de todas las madres a sus hijos. El Santo Rosario, las jaculatorias y otros tantos actos de piedad que se viven en toda la Iglesia son expresión de un mismo sentimiento y de una misma convicción de tenerla como madre.
Recientemente hemos vivido dos momentos especialmente significativos de la devoción del pueblo fiel a la Virgen María. Me refiero a la colocación de una imagen de la Nuestra Señora de Montserrat en una calle céntrica de la ciudad de Terrassa y la entronización de otra imagen de la Virgen de la Salud en la Catedral Basílica de nuestra diócesis.
Vivamos pues, aprovechemos este mes para acercarnos más a María y experimentaremos su ayuda, su protección, en nuestro camino de discípulos de su Hijo.
+ Salvador Cristau Coll, obispo de Tarrasa