Los historiadores suelen situar el inicio del cisma de Lutero en el momento en que éste clavó sus 95 tesis contra las indulgencias en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittemberg. Era el año 1517 y Lutero aún tardó cuatro años en ser excomulgado. Cuatro años que, también según los historiadores, fueron excesivos y que le permitieron fortalecerse y dieron la oportunidad a su herejía de extenderse por Europa. Lo que acaba de ocurrir este fin de semana en Alemania, puede ser considerado también como el principio de un nuevo cisma, mucho más peligroso y grave aún que el de Lutero.
Ha concluido ya el Sínodo alemán. No ha habido ni el más mínimo intento por parte de sus promotores por acercar posiciones con las de la Iglesia católica. Al contrario. De forma consciente han ido al choque. Lo han hecho usando métodos dictatoriales, como prohibir el voto secreto, para impedir que votaran en contra los obispos que no estaban de acuerdo con lo que se iba a aprobar; claro que podían haberlo hecho -unos pocos lo hicieron-, pero los que se abstuvieron tenían miedo a sufrir el acoso que los “tolerantes” infringen a los que no están de acuerdo con ellos.
Han aprobado, entre otras cosas, pedir el fin del celibato sacerdotal, la celebración de bautizos y bodas, así como la predicación de las homilías, por laicos (entiéndase sobre todo por laicas). Han aprobado la bendición de parejas homosexuales y de todo tipo de parejas que no estén casadas. Han aprobado la ideología de género, aceptando que el sexo de la persona no tiene nada que ver con su biología, sino que es una cuestión ligada a su voluntad y, por si fuera poco, cambiante todas las veces que lo permita la ley civil. Como consecuencia, han aprobado que las mujeres que se sienten o dicen sentirse hombres -los transexuales- puedan ser ordenadas sacerdotes, lo cual implicaría de hecho la existencia de sacerdotisas, pues no sólo estos “sacerdotes” serían físicamente mujeres, sino que, una vez llegados al sacerdocio, podrían decir que vuelven a sentirse mujeres. Usando las palabras de uno de los pocos obispos alemanes que han decidido seguir siendo católicos, por mucho menos que todo esto se acaba de producir un cisma dentro de la Iglesia anglicana y eso que en la Iglesia anglicana se puede ser de todo y creer en todo, con tal de que no te metas en lo que hacen o creen los demás.
Previendo todo esto y, sin duda, con la información de que iba a ocurrir lo que ha ocurrido, el Papa hizo pública a principios de semana la composición del nuevo Consejo de cardenales que le asesorarán en el gobierno de la Iglesia. Lo más llamativo fue que dejó fuera de él al cardenal Marx, arzobispo de Münich. Es verdad que incluyó a otro cardenal -Hollerich, de Luxemburgo- que sostiene tesis parecidas a las de los alemanes en algunos puntos, pero la eliminación de Marx era una señal de que no le gustaban ni sus consejos ni sus hechos. A los alemanes les ha traído sin cuidado esa advertencia del Papa. Están dispuestos a llevar a la práctica lo que han aprobado, sin modificar una coma. Algunas cosas serán de efecto inmediato y otras tardarán un poco más. Pero hacerlo, lo van a hacer.
Es el Papa y sólo él quien tiene la responsabilidad histórica de intervenir cuanto antes. Él es el único que tiene el ministerio petrino. Ya no es suficiente con que algunos de los ministros del Pontífice de más alto nivel -como los cardenales Parolín o Ladaria- intervengan. Hacen falta decisiones claras y prohibiciones expresas, de forma que quede muy claro que el obispo que aplique las medidas aprobadas por el Sínodo queda automáticamente destituido. El tiempo que se perdió con Lutero no puede perderse ahora. Si no se toman medidas, lo ocurrido en Alemania se extenderá por el mundo y no tardarán norteamericanos, belgas, suizos e incluso latinos en hacer lo mismo, pues se interpretará la pasividad del Vicario de Cristo como un permiso tácito. ¿Qué harán los cardenales y obispos que no están de acuerdo, por ejemplo, con la existencia de sacerdotisas transexuales cuando éstas existan? ¿Qué harán los fieles? ¿Todo el mundo callará como si no pasara nada? ¿Hasta ese punto de pasividad habremos llegado? Hay que seguir rezando, pero ahora hace falta algo más que rezar.