Este episodio narrado en el evangelio de Lucas es muy conocido. Narra como Jesús, en el lago de Genesaret, sube a la barca de Simón. Los pescadores han estado toda la noche intentando pescar, pero no han conseguido nada. Jesús les dice que tiren las redes otra vez y obtienen una gran redada. Simón se disculpa ante Jesús por su escepticismo, pero él lo confirma en su futura misión: «desde ahora serás pescador de hombres». Y aquí los pescadores dejan su labor y comienzan su vida de apóstoles.
El texto describe un momento crucial en la vida de Jesús, aquel en el que se pone en marcha el grupo de los apóstoles; de alguna manera, el inicio de algo tan importante como la sucesión apostólica. Sin duda tiene varios detalles dignos de comentario.
Sin embargo, a mí me ha llamado siempre la atención la frase que le dice Simón a Cristo, después del trabajo infructuoso: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Me parece que en esta sencilla frase y esta actitud se resume una dimensión importante e insoslayable de nuestra condición: nuestra tarea con las cosas del mundo es una dura briega de la que nunca vamos a obtener el resultado que esperamos. Toda actividad humana, por muy bien que termine, tiene sus carencias y no llega a cumplir del todos sus objetivos; toda pretensión humana, de alguna manera termina en fracaso. Si lo pensamos a fondo, la mayoría de las cosas que emprendemos nos salen mal o tienen consecuencias negativas a medio o largo plazo. Estamos en el mundo, somos parte de él, amamos al mundo (en el sentido correcto de la expresión[1]), pero entre nosotros y él hay algo que chirría, como una piedra incrustada en el engranaje de una máquina. La felicidad en su versión consumista, en su difusión impostada en las redes sociales puede mitigar o enmascarar esta carencia, pero no hacerla desaparecer.
Pero esta disfunción toma un significado distinto en la Revelación; ya no sólo nuestros actos son un esfuerzo que busca unos resultados, sino que toman sentido en la medida en que obedecen a un mandado de Cristo. Esto nos sitúa en la dirección correcta y nos obliga a nos rendirnos ante el fracaso: «por tu palabra, echaré las redes». Aunque vayamos en un barco que hace agua por varios agujeros y que se bambolea por los embates de las olas, vamos en dirección correcta.
[1] El concepto cristiano de “mundo” es un tema que tiene muchos matices. Véase, por ejemplo, Josemaría Escrivá, Amar al mundo apasionadamente, en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid, Rialp, 1968. Aquí se resume bien lo que llamaríamos el concepto “positivo” de mundo.