De aprobarse la ley del aborto propuesta por el gobierno se produciría un cambio sustancial en nuestra convivencia. Para darnos una idea, un cambio más importante del que seguiría a la independencia de Galicia si se diese, por ejemplo. Simplemente dejaríamos de ser lo que somos.
Vamos a ver si nos damos cuenta. Lo que se ventila con la nueva ley del aborto es de tal calado que supone una rotura con los presupuestos sobre los que se ha edificado nuestro presente y con los que hasta ahora se atisbaba que se podría construir el futuro. A la fecha hemos tenido en España gobiernos más o menos abortistas, leyes más o menos saludables, pero dentro de un marco en el que se podía sufrir la injusticia. La ley de plazos vigente en sí misma (otra cosa es la aplicación que se ha hecho) no atenta contra la obediencia debida de toda la ciudadanía. Pero lo que viene ahora es muy distinto. Al estipular el aborto como derecho consagrado por ley, lo que el gobierno pretende es convertir a España en un estado constitutiva y activamente abortista. Pasamos del accidente a la esencia. Y esto es insufrible.
Un estado esencialmente abortista hace a todos sus ciudadanos, en cuanto contribuyentes, cómplices en la barbarie. Ya no dependerá de la aplicación de la ley. Ya no se podrá aspirar a que, como en Navarra durante muchos años, no se hagan abortos a pesar de los supuestos despenalizados. Estamos ante un nuevo orden que priva al ciudadano común y corriente de la esperanza de la justicia. Si la nueva ley sale adelante al ciudadano moral solo le quedarán dos opciones de coherencia legítimas: objetar del estado o irse.
¿Se ha debatido sobre esto? ¿Hemos sido informados? ¿Nos damos cuenta de lo que nos jugamos? Algún ingenuo podrá pensar que no es para tanto: que nuestros gobernantes son tolerantes y que se respetará la objeción y las creencias y que realmente el estado seguirá teniendo, como hasta ahora, solo una circunstancial implicación en la conculcación del derecho a la vida. Que si uno no quiere contribuir al crimen del aborto podrá no hacerlo ¿En serio? ¿Alguien se cree a estas alturas que nuestros políticos defienden la justicia, la vida, la libertad, por encima de sus intereses sectarios y fobias? ¿En qué cabeza cabe que los mismos que han perseguido a la familia, han impuesto su credo (laico), o vaciado el acervo moral de una sociedad sin tener mandato para ello, vayan a dejar de hacerlo con la ley y todos los resortes del estado de su parte?
Ayer uno de mis alumnos me decía refiriéndose a esto y recordando al nazismo: "ninguna tiranía dura eternamente por muchos apoyos y fuerza que tenga". Me admiró su entereza y capacidad de resistencia. Yo no sé si llegado el caso las tendría y como, por otro lado, no me gusta empezar a pensar seriamente en el exilio, el 17O estaré en Madrid. Esto hay que pararlo: es mucho lo que nos jugamos.
José Pérez Adán, profesor de Sociología, Universidad de Valencia