La adolescencia es el tiempo en que la persona vive el descubrimiento de la dimensión sexual en su relación con los demás. El adolescente se acerca poco a poco a la madurez tanto en la vivencia de la sexualidad como del amor, gracias a una serie de pasos sucesivos, en los que se ve favorecido o perjudicado según haya sido su ambiente familiar. En esta evolución primeramente su atención se dirige hacia sí mismo, después hacia los otros, buscando inicialmente la amistad con los de su sexo, habiendo incluso una época de rechazo hacia el otro sexo, que le sirve como preparación para el encuentro más maduro con los del otro sexo, hasta que surge el sentimiento nuevo de estar enamorado y se escoja al cónyuge.
Cada uno de estos pasos tiene sus cosas bonitas, pero también sus problemas y peligros, tanto más cuanto que la ideología de género con su moral diabólica, pues es la contraria a la Moral de la Iglesia, les puede hacer mucho daño. Está claro que en la adolescencia lo que se debe hacer es adquirir una personalidad fuerte, siendo necesario esforzarse en adquirir fuerza de voluntad a base de pequeños sacrificios. La afirmación de sí mismo no debe confundirse con el narcisismo y la masturbación, que cierran al joven en sí mismo. En efecto, en la masturbación falta la apertura de la sexualidad al amor. El acto masturbatorio no es evolutivo, sino regresivo, pues convertido en actitud permanente, puede hacer peligrar el positivo desarrollo de la personalidad. La sexualidad humana está al servicio del amor y de la comunicación. Ahora bien, esto no se realiza, sino todo lo contrario, en la masturbación, que es un mecanismo negativo. En cambio, como el impulso que nos lleva a relacionarnos con gente del otro sexo, pertenece al proceso de maduración de la vida humana, la persona debe esforzarse en una recta formación y afirmación de su sexualidad, no a base de una represión o desprecio de sus instintos, sino de construcción e integración de la sexualidad en el conjunto de sus relaciones. Para la moral católica, la sexualidad es un lenguaje privilegiado de la relación interpersonal y su verdad deriva de la autenticidad de la relación en cuyo contexto se está viviendo.
En cuanto a la amistad con compañeros, tan importante en esta edad, que es una de las cosas más bonitas de la vida humana, no conviene confundirla con la homosexualidad, cuyos actos son rechazados por la Iglesia y están cerrados a la vida, ni la amistad y más adelante el noviazgo con persona del otro sexo con la prostitución y el amor libre. En cuanto a la fornicación, que es la cópula carnal fuera del matrimonio, trivializa la sexualidad y banaliza el amor Estas desviaciones no sólo no significan progreso para la afectividad en lo psicológico y moral, sino que son un verdadero retroceso que impide o dificulta llegar a una heterosexualidad madura, adulta y generosa.
También se hace mucho daño a nuestros adolescentes cuando se les enseña a desvincular la genitalidad de la persona. No es satisfactoria la instrucción que les inicia sólo en los aspectos estrictamente técnicos, y mucho menos tendría legitimidad una labor de incitación, haciendo creer que hoy los métodos anticonceptivos permiten que se puedan mantener conductas sexuales sin que afecten a la persona. Esto, aunque muchos inicien en esta época su vida sexual activa, no deja de ser un error gravísimo, pues se debe insistir en la integridad de la persona y en la necesidad de no disgregar de ella nuestros comportamientos sexuales.
Termino con una cita muy interesante de Lenin «Usted conoce al joven camarada XYZ. ¡Un muchacho magnífico y muy capaz!. Temo que a pesar de todo, no salga nada de él. Anda de la ceca a la meca y sale de una historia amorosa para caer en otra. Eso no sirve ni para la lucha política ni para la revolución»… «La incontinencia en la vida sexual es burguesa, es un signo de degeneración»… «El dominio de sí mismo y la autodisciplina no significan esclavitud; y ambos son necesarios para el amor» (V. Lenin acerca de la Moral Comunista. De los recuerdos de Clara Zetkin).
Pedro Trevijano
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