Recuerdo que mi primer sermón en el Seminario, como ejercicio de oratoria, fue sobre la tempestad calmada. Es una situación, la de la tempestad, que se está dando constantemente en la Iglesia y que con frecuencia lleva a sus adversarios a anunciar el próximo e inmediato fin de la Iglesia. Pero aunque Jesús pueda parecer que está dormido, se mantiene vigilante y nos ha prometido «estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20).
Ello nos lleva a preguntarnos cuáles son las tormentas que actualmente agitan a la Iglesia. Indudablemente una de las más importantes es la de encontrarnos con cardenales y obispos cuyas opiniones no tienen nada que ver con el magisterio de la Iglesia. El Sínodo de la Iglesia Alemana es una seria preocupación para lo que queremos permanecer fieles a la Iglesia de Jesucristo. Las opiniones del cardenal de Munich y las del de Luxemburgo han ocasionado que el director de Courage, la organización apostólica católica que trabaja en la pastoral de los homosexuales, haya tenido que protestar públicamente contra estos cardenales para que «sean fieles a sus juramentos y transmisores de las enseñanzas de la Iglesia». Que no te puedas fiar de las enseñanzas de algunos altos cargos de la Iglesia me parece muy preocupante.
Pero desgraciadamente no son los únicos. Hay muchos sacerdotes que no tienen la más mínima preocupación por conocer el Magisterio eclesial. Es cierto que vivimos en la civilización del papel y que se producen demasiados documentos, pero debiéramos conocer al menos aquéllos que están directamente relacionados con nuestro trabajo pastoral, porque el estudio es uno de los principales deberes del sacerdote, y la ignorancia además es sumamente peligrosa, porque nos puede llevar a graves errores.
A mí me gusta comparar la enseñanza de la Iglesia con una ancha autopista en la que podemos caminar tranquilamente por la derecha, centro o izquierda. Pero lo que no podemos hacer es salirnos de la autopista porque nos vamos a la extrema derecha y nos salimos de los carriles, como sucede por ejemplo aquéllos que rechazan el Concilio Vaticano II y los documentos conciliares, que ciertamente son Magisterio, o por el contrario aquéllos que en nombre de un llamado espíritu conciliar, se inventan una doctrina de la Iglesia que nada tiene que ver con lo que enseña la Iglesia.
Pero, ciertamente, los peores enemigos de la Iglesia son aquéllos que intentan directamente destruirla en nombre de algunas ideologías que no es que sean solamente anticristianas, sino que se les puede llamar directamente diabólicas, al servicio de poderes ocultos que tratan de dominar el mundo. El relativismo, el marxismo y la ideología de género han llegado a penetrar profundamente en nuestra Sociedad hasta el punto que se les clasifica como lo políticamente correcto y en bastantes Parlamentos, entre ellos el nuestro, gozan de una cómoda mayoría parlamentaria.
Podemos preguntarnos: ¿ha hecho la Iglesia algo contra esto? Aquí está sucediendo algo realmente extraño. Lo lógico sería que los sacerdotes, dado que estas ideologías son el máximo enemigo de la Iglesia actual nos desgañitásemos en hacerles frente, aunque seguidos por Obispos, Cardenales y Papa. Pues bien, está sucediendo lo contrario: son los Papas, desde Pablo VI, los que están hablando con más claridad, seguidos de algunos cardenales y obispos, aunque no muchos en verdad, y algunos sacerdotes, pero no es muy frecuente oír en los sermones dominicales, denunciar este problema, tan importante hoy. Recemos para que los sacerdotes no nos dejemos llevar por un buenismo estúpido, sepamos coger el toro por los cuernos y no nos dé miedo enfrentarnos a las poderosas fuerzas del Mal.
Pedro Trevijano, sacerdote