Decía Chesterton: «Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural». A lo largo de bastantes artículos, he denunciado la maldad de la Ideología de Género, que para la Iglesia no es sólo anticristiana, sino también diabólica, porque lo que defiende, salvo el caso de violación, es lo contrario de lo que defiende la Iglesia Católica, es decir la Moral del Diablo. Pero hoy, de que quiero hablar es de la estupidez que va inseparablemente unida a la concepción del lenguaje que tiene la Ideología de Género.
En artículos anteriores denuncié eso que el ser humano pueda escoger libremente su sexo, pues el rol social es más importante que la Biología, o que la familia y el matrimonio sean instituciones a combatir, o lo que antes era corrupción de menores en centros educativos, ahora sea práctica recomendable con sus consecuencias nefastas para los niños. Por supuesto los casos de pederastia de miembros de la Iglesia hay que perseguirlos, pero no si afectan a los partidos de izquierda, como sucede actualmente en Baleares y Valencia. Eso se llama desfachatez y desvergüenza
Pero hoy me voy a centrar más en el aspecto del lenguaje, aprovechando una conferencia que he oído al exdirector de la Real Academia de la Lengua, don Darío Villanueva.
La Ideología de Género intenta modificar también el lenguaje. En el caso del español, lengua hablada por quinientos cincuenta millones de personas, unos cuantos políticos, más bien políticas, que no se distinguen precisamente por sus conocimientos, ni por su sentido del ridículo, intentan modificar el lenguaje. Ya en el 2012 nuestros Obispos escribían en su documento: «la Verdad del amor humano» lo siguiente: «De esos intentos de deformación lingüística forman parte, por señalar solo algunos, el empleo, de forma casi exclusiva, del término «pareja» cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de «familia» de distintos «modos de convivencia» más o menos estables, como si existiese una especie de «familia a la carta»; el uso del vocablo «progenitores» en lugar de los de «padre» y «madre»; la utilización de la expresión «violencia de género» y no la de «violencia doméstica» o «violencia en el entorno familiar», expresiones más exactas, ya que de esa violencia también son víctimas los hijos» (nº 58).
Con el paso del tiempo, las idioteces se agravan. En el 2018 la entonces Vicepresidenta del Gobierno criticó la Constitución por estar escrita, según ella, en masculino. Lo que intentan es modificar la estructura del lenguaje, siendo el español, como casi todos, un lenguaje inclusivo masculino. Las bofetadas al lenguaje, en nombre de lo políticamente correcto, son diarias, aunque empieza a haber cada vez más gente, como los lingüistas, que ven como sus estudios son menospreciados por una panda de ignorantes, por lo que empiezan a decir: ¡Basta!, enfrentándose a los genios que nos dicen que hay que hablar de ellos, ellas y elles. Es el Ministerio de Igualdad el que dicta las normas, inmiscuyéndose en Educación. Aristóteles ya decía que Verdad es decir que lo que es, es y lo que no es, es no es, mientras Mentira es decir que lo que no es, es y lo que es, es no es
Aunque en honor de la verdad hay que decir que todo esto empieza en las Universidades norteamericanas, aunque desde luego el colmo de lo que conozco está en Inglaterra, donde en el lenguaje de lo políticamente correcto la palabra mujer ha sido sustituida por persona menstruante y la palabra madre por persona gestante. Son ganas de terminar con las palabras más bonitas de cada idioma.
Pero lo peor no es que cada uno hable como le dé la gana, sino que si no empleas el lenguaje de lo políticamente correcto te cae encima una censura que no tiene nada que envidiar a la de los estados totalitarios. La corrección política es la mordaza para los que no piensan como ellos y lo políticamente correcto consiste en no atacar sino defender la Ideología de Género, que actualmente no es otra cosa sino una imposición autoritaria y absurda que nos hace ver la gran verdad de Chesterton cuando nos decía: «Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural».
Pedro Trevijano, sacerdote