Uno de los problemas clásicos en cuestiones educativas es si conviene que chicos y chicas conviene que estudien juntos o separados en la época de la adolescencia. En pocas palabras, en esos años, ¿es conveniente o no la coeducación?
La coeducación es un estilo de formación que reconoce que toda la riqueza de la vida humana reside en la duplicidad de los sexos; es un modo de comprender y valorar las nuevas relaciones entre los dos sexos, dentro de la realidad sociocultural actual. La coeducación encuentra su primer lugar privilegiado en la familia, cuando existe una sociedad fraterna heterosexuada, se prolonga en la escuela y asociaciones juveniles y puede convertirse en determinante de cara al equilibrio emotivo y afectivo de los sujetos, para dar forma y contenido al tiempo libre y salir recíprocamente al paso de la soledad interior.
La coeducación representa un sistema positivo de cara a los fines de la maduración juvenil, ya que el encuentro habitual de muchachos y muchachas bajo una luz genuinamente educativa, el estar juntos para hacer mejor las cosas y las actividades, puede ser de un gran valor para ambos grupos, aunque no hay que olvidar la más tardía y, por tanto, menor madurez masculina en toda esta época de la pubertad. Hoy chicos y chicas viven y crecen juntos, comparten estudios, tiempo libre y diversiones, trabajo y aficiones y crean entre sí lazos de diversa índole, fuera del control familiar. Aprenden, en efecto, a verse como seres distintos pero complementarios, capaces de ayudarse y colaborar en la realización de las más variadas actividades; a convivir con limpieza y transparencia de intenciones; a respetarse como personas que tienen igual dignidad; a resolver conflictos y tensiones que derivan de su proximidad; a expresar en la superación de los obstáculos lo mejor de sí mismos; a dar vida a una amistad de grupo, de la cual puede surgir también el amor, pero que entretanto favorece una cohesión operativa y llena de entusiasmo entre sus miembros; a no confundir el deseo de libertad con una acción sin normas; a superar temores y eliminar prejuicios, que se manifiestan siempre, por tradición inveterada, en perjuicio de las muchachas; a conocerse recíprocamente como seres humanos que saben situarse por encima del capricho y de los instintos. Es decir, el encuentro con el otro sexo incide en la vida personal, abre a una visión más amplia y equilibrada de la realidad y enriquece la personalidad. Los chicos generalmente aprenden de ellas ternura y cariño, mientras ellas mejoran su capacidad de iniciativa y acción, influjo mutuo que influye positivamente en su maduración.
Chicos y chicas deben darse cuenta del valor de la virginidad, que no es algo de lo que casi hay que avergonzarse, ni tampoco un rechazo de la sexualidad, sino la mejor preparación para fundar responsablemente una familia donde el lenguaje del amor tenga la primacía. La virginidad, sin embargo, hay que entenderla, más que como simple integridad física, como la disposición de toda la persona, especialmente en este tiempo de diferencia entre la madurez física y la psicológica, para un no dejarse llevar por la impaciencia, dándose cuenta de que no es la época del “ahora mismo”, sino del “todavía no”, sabiendo dar su sentido al tiempo en el encuentro interpersonal, para no quemar etapas a fin de construir unas personalidades libres y responsables.
Está claro, sin embargo, que no siempre sucede así y que cuando la conciencia no está sostenida por unas normas precisas que hagan salir a la luz los valores morales que irradian de la persona, todo se debilita y la vida transcurre bajo la enseña del hedonismo. Entre los peligros están la mayor posibilidad de contacto sexual, el flirteo, el enamoramiento prematuro entre gente jovencísima, un intercambio de los defectos de cada sexo, una excesiva supresión de las diferencias, un posible menor rendimiento escolar y un falsear la propia imagen, buscando deslumbrar al sexo contrario. La coeducación, sin embargo, lejos de romper los diques de la sexualidad, debe ayudar a lograr una mayor serenidad, una mejor comunicación y sobre todo un avance en la madurez moral, no considerando las normas éticas como una constricción sino, más bien, como una condición de la libertad. Tener presentes los inconvenientes de la coeducación no es condenarla, sino preparar las condiciones más adecuadas para hacerla más fecunda.
Sin embargo, la separación de sexos en los centros de enseñanza también puede ser legítima. Se trata de un derecho reconocido por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Debido a determinados avances científicos, especialmente en psicobiología, se ha comenzado a considerar pedagógicamente recomendable la educación diferenciada. Entre los argumentos que se suelen dar en su favor está la mayor madurez de las chicas con respecto a sus coetáneos en estos años de la pubertad y adolescencia. De hecho actualmente en Gran Bretaña la mayor parte de las mejores escuelas son diferenciadas y en Estados Unidos bastantes escuelas públicas han pasado del sistema mixto al diferenciado con éxito espectacular, especialmente en los barrios conflictivos, donde la separación de sexos está haciendo posible que algunas chicas lleguen a la Universidad.
El presidente Obama dijo acertadamente en la toma de posesión de su ministro de Educación: “No empañemos nuestras reformas con ideologías cuando sólo se tratará de averiguar qué es lo que más ayudará a la buena formación de nuestros niños”, aunque evidentemente podríamos discutir hasta el infinito las ventajas y desventajas de ambos sistemas.
Pedro Trevijano, sacerdote