La Verdad esconde siempre un «peligro». De lo contrario, no llamaríamos al Espíritu Santo «Defensor» o «Protector», como Jesús mismo lo llama, y si tiene este nombre es porque existe, y es inevitable, la persecución, la mentira del camino ancho de las «verdades» a medias. De hecho, es una promesa evangélica, entre los hermanos y la vida eterna. Ante todo el Defensor o Paráclito, nos defiende de la mentira y de los caminos equivocados, precisamente porque nos recuerda y enseña a guardar todo lo que es la Verdad que procede del Padre y del Hijo y que nos protege de las opiniones del mundo.
La palabra «sínodo» tiene su etimología en la preposición syn- (‘con’) y el substantivo odos (‘camino’): ‘camino conjunto’, y ése es el peligro. Por ejemplo, en el caso de la Humane Vitae, un 25% estaba a favor y un 75% en contra y el Papa Pablo VI tuvo que evitar ese peligro para la vida misma, poniéndose a favor, no de la minoría, sino de la verdad, y en contra de episcopados enteros. Algo que pago muy caro, pero por lo cual es Santo, y me recuerda a aquel grito de Moisés: «¡A mí los de Yahvé!» (Ex 32,26)
Por eso, hay que decir que San Pablo VI llevó a cabo una acción muy evangélica y poco entendida a día de hoy, y es quitarse el ojo que le escandalizaba, y que tenía un 75% de ceguera para entrar así en el reino de Dios y no ser un guía de ciegos, quitándose el ojo sano, porque: «Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras» (Lc 11,34). Es por eso que los obispos en contra de la Humane Vitae por aquel tiempo, estando enfermos, perteneciendo al Cuerpo místico que es la Iglesia, hacía que quienes los escuchaban y seguían estuvieran en tinieblas: «Dejadlos: son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo» (Mt 15,14); «porque, como dice la Escritura, el Nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre los gentiles» (Rm 2,24).
Y esto es así porque la Iglesia es un Cuerpo místico: «Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos (…) Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído, ¿dónde el olfato?» (1 Cor12,14-17). En este misterio, el ojo es el obispo (episcopos, ‘vigilante’) el que vigila por guardar el depósito de la fe, el que ve desde lejos lo que está por venir y es profeta, para indicar lo que sucederá en un futuro, tomando así medidas presentes, incluso martiriales.
Por eso, la parábola de Jesús implica expulsar de la vista el mal ejemplo que lleva por un camino equivocado y renunciar a la «reunión de los cínicos» (Sal 1,1). Esto es claro, porque con nuestros ojos vemos lo mismo por los dos, eliminar uno no restaría dejar de ver lo mismo por el otro. Se refiere a: cuidado no vayas a seguir el mal ejemplo del escándalo, convirtiendo en escándalo las palabras del mismo Cristo, porque quien no recoge con Él, desparrama, haciendo escandaloso lo que dice el Evangelio, la Palabra de Dios.
En el contexto está la corrección, porque el alejado de la verdad ya no es un hermano, sino un pagano, y pide ser tratado como tal, no sólo eso, sino que es Cristo mismo por sus buenos pastores el que tiene que salir a buscar a las descarriadas:
«Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna del fuego. (…) «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano» (Mt 18,9-17).
Aquí hay un grave problema, porque necesitamos a los obispos, el riesgo de prescindir de ellos es quedar fuera de la Iglesia. Nos volveríamos protestantes, dividiéndonos con criterios propios de rigidez o laxitud extremas, y convirtiéndonos en lo que no nos corresponde, en vigilantes del rebaño. Esto como digo es grave, porque saldría gente con virtud de liderazgo sumamente piadosos y vestidos de oveja, pero sin criterio pastoral y muertos por sus pecados, que serían, sin duda, graves, volviéndose fariseos, predicando tradiciones y descuidando su propia santidad personal. Somos ovejas, eso quiere decir que no podemos elegir el pasto que vamos a comer, ni siquiera podemos cuidar de curarnos las heridas, no sabemos elegir muchas veces lo que conviene, este es el peligro.
Corresponde a los obispos unirse, corregirse y elegir el camino de Cristo en su corrección fraterna, haciendo una auténtica piña y hablando claro al mundo, porque es su cometido velar por la fe de los más pequeños. El problema es que el lema ignaciano de «entrar con la suya y salir con la nuestra», se ha convertido en ¿Cuál es la nuestra? La suya, caminar y acompañar en el abismo de las almas perdidas, con el riesgo de no advertir que uno no acompaña, sino que va por el mismo camino sin reconocer el otro: El abismo de Cristo, que es elegir la vida y no la muerte del hombre:
«¡Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia el de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. ¡A Él la gloria por los siglos! Amén.» (Rm 11,33-35)
¿Entonces no sabemos sus caminos? Sí los sabemos, por el que lo sondea todo, el Espíritu Santo, el cual nos hace tener no sólo la mente, sino el corazón de Cristo: «Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.» (1 Cor 2,16)
Tener la mente de Jesucristo implica ciertamente que tenemos autoridad moral para saber arrojar el mal ejemplo, aunque sea el del episcopado alemán, porque también está escrito:
«Ésta es la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no habrá de instruir ni uno a su prójimo ni otro a su hermano diciendo: «¡Conoce al Señor!», pues todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque me apiadaré de sus iniquidades y de sus pecados no me acordaré ya» (Hb 8,10-12).
Un sínodo no puede ser una reunión para ver qué quiere el pueblo, ni tampoco para ver qué quiere Cristo, porque si no se sabe lo que quiere Cristo, mal camino se va a elegir, y si hay que preguntar al pueblo lo que quiere, es porque no se sabe lo que necesita. Y desde luego no necesita que los ojos se reúnan como si tuvieran que estar pegados por narices, sino para elegir, sin importar minorías o mayorías, el camino de la verdad, el auténtico éxodo=éxito, para salir al encuentro de Jesús y sus ángeles en los cielos.
Por eso, cuidado con arrojar el ojo sano de la cara, arrojar la revelación del padre a través de su Hijo, haciendo mentirosos a ambos. Esto se ve en la sociedad, cómo se arrojan cruces y se destruyen, al igual que se pretenden romper como es la cruz del Valle, por eso dijo el Señor (el entre paréntesis es mío):
«La lámpara del cuerpo es el ojo (obispo). Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo (fieles) estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,22-23).
De otra forma lo dijo, para aquellos que creían estar en la verdad y la razón, sin reparar en el Cisma en el que se encontraban con Dios: «Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: ‘¿Es que también nosotros somos ciegos?’ Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece».» (Jn 9,40-41)
La crisis de oscuridad en la Iglesia es episcopal, porque están a oscuras. No todos, me remito al ejemplo de la Humane Vitae. Que resuelvan sus problemas y no piensen que son Dios, porque Dios existe y ellos no lo son. Como digo, han recibido un cargo, una responsabilidad por encima de la sacerdotal, el grado episcopal, y la responsabilidad es suya, es su cometido anunciar la verdad en comunión con los apóstoles, porque siendo sus sucesores, son eso, nada más ni nada menos ¿Están dispuestos a beber el cáliz o a oír el canto del gallo?
Recemos por ellos, que nos conduzcan seguros, en gradualidad sin duda, hacia la auténtica verdad, lo que ha sido guardado hasta el final, el vino bueno. Que no impongan, pero que propongan sin descanso, lo que viven lo que creen, que nos acompañen porque conocen el camino, y sepan ser pacientes, comprensibles, amables, todo lo que les corresponde como ejemplo de la caridad, de la iglesia, que empieza por la caridad que todo lo cree y todo lo espera. Cree todo lo que ha dicho su Señor y por ello espera de Él la infinita misericordia.
Las parábolas anteriores nos hablan de ver mal porque vemos el ejemplo del hermano, vemos por sus ojos, lo que hacen, y esto nos lleva a la imitación de sus observaciones y pecados, rebajando su importancia. No podemos ver a través de los demás, sino a través de Cristo, y esto es posible en los Santos, pero sobretodo, en la verdad de las palabras que permanecen en la predicación de los apóstoles y sus sucesores, que no han venido a decir en esencia nada nuevo, más allá del nuevo acontecimiento, el nacimiento de Cristo, que puede suceder hoy, en los corazones de los hombres de buena voluntad: «tenemos confirmada la palabra de los profetas, a la que hacéis bien en prestar atención como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que alboree el día y el lucero de la mañana amanezca en vuestros corazones.» (2 Pedro 1,19)
Habría que añadir una meditación como conclusión, y es que yo no defiendo la Verdad, ni soy rígido, sino todo lo contrario, es la Verdad (Él Paráclito) quien me defiende a mí, ante Dios y los hombres. Esta verdad se articula con todo el Magisterio de la Iglesia, si las articulaciones están sanas, tienen movimiento, pero si se eliminan se quedan rígidas, porque no se entienden por separado la verdad, la libertad, la justicia, la misericordia, el matrimonio indisoluble y la vida a la santidad, etc. Cuando leo que un obispo pide la licuación de los cadáveres, pienso en sus socios y la mafia, que no dejan rastro, en este caso, de las reliquias en los campos santos, como presencia del Espíritu Santo que permanece incluso en los difuntos, y no puedo por menos que ver su rigidez mental y espiritual, porque ya no articula bien la dimensión de la fe, pues esta tiene un conocimiento, un saber, no es simple fideísmo.