Reproducimos por su interés la segunda carta que Marcelo Gullo dirige al mandatario mexicano publicada en el diario El Mundo el 7 de septiembre de 2021.
Segunda carta a Andrés Manuel López Obrador sobre el genocida estado azteca
Estimado señor presidente de la República de México, don Andrés Manuel López Obrador, ¿recuerda que el pasado 25 de agosto le escribí una breve carta, a raíz de haberse referido usted a mi persona, el 13 de agosto pasado, en un acto para reivindicar el Estado azteca al cumplirse 500 años de la de toma de Tenochtitlán?
En esa ocasión, usted, sin conocer mis antecedentes académicos ni mi actuación política, me acusó, sin fundamento alguno, de ser un pensador colonialista.
No he recibido todavía respuesta alguna a mi carta, en la cual me permití darle todos los datos históricos necesarios para que usted viera lo mal informado que estaba al respecto del imperialismo antropófago de los aztecas.
Comprendo que el trabajoso ejercicio de la presidencia de la República le ha impedido hasta ahora responderme, y se me ha informado también de que los historiadores a los cuales usted encargó la respuesta todavía no han podido encontrar la forma de rebatir los argumentos por mi expuesto. Comprendo su enojo con ellos, pero le pido sea indulgente con mis colegas, porque no es fácil la tarea que usted les ha encomendado.
Hoy vuelvo a distraer su atención a fin de realizarle la siguiente pregunta.
Si un estado A hubiera matado sistemáticamente todos los años 562.285 personas desde hace 45 años, lo que da la cifra de 23.302.825 personas asesinadas en ese lapso de tiempo, y un estado B interviniera para poner fin a esa masacre, ¿usted estaría a favor del estado A o del estado B?
Para que usted disponga de más datos para tomar su decisión, le aclaro que las 562.285 personas asesinadas no son ciudadanos del estado A, sino de otros estados que el estado A ha sometido por la fuerza.
Si usted ha tomado partido por el estado B, está entonces a favor de Hernán Cortés, quien el 13 de agosto de 1521 puso fin al imperialismo antropófago de los aztecas. Si usted toma partido por A, está a favor del emperador Moctezuma.
Permítame, estimado presidente, explayarme sobre los macabros números que he expuesto. Porque los números no mienten y sólo la verdad nos hace libres.
Según Ángel Rosenblat, quien ha realizado el estudio científico más serio elaborado hasta ahora sobre la población existente en América antes de 1492, en México habitaban, en el momento de la llegada de Hernán Cortés, 4,5 millones de habitantes.
Por otra parte, Williams Prescott, uno de los historiadores más críticos de la conquista española y uno de los más fervientes defensores de la civilización azteca, afirma: «El número de las víctimas sacrificadas por año inmoladas (por los aztecas) era inmenso. Casi ningún autor lo computa en menos de 20.000 cada año, y aún hay alguno que lo hace subir hasta 150.000».
Entonces, si México poseía 4,5 millones de habitantes en 1521, 20.000 personas masacradas por año equivalían al 0,444% (número periódico) de la población de ese momento. Esto quiere decir, para que usted tome la real dimensión del holocausto ejecutado por los aztecas, que extrapolado ese porcentaje a la actual cantidad de habitantes de México (127.792.000), equivaldría a asesinar 562.285 personas (quinientos sesenta y dos mil doscientos ochenta y cinco personas) por año.
Si, ha leído usted bien. Aunque parezca mentira, si se tomara tal extrapolación sobre el promedio de 85.000 personas asesinada en 1521, equivaldría al 1,888% (número periódico) de habitantes, cosa que compondría una cifra trasladada a la actualidad de 2.412.713 personas (dos millones cuatrocientos doce mil setecientas trece personas) ejecutadas por año.
Por fin, si se tomara el máximo de personas masacradas por año citado por Prescott de 150.000 personas, estas habrían representado el 3,33% (número periódico) de la población, cosa que extrapolada al día de hoy equivaldría a dar muerte a 4.255.474 personas.
Sí, ha leído usted bien. Cuatro millones doscientos cincuenta y cinco mil cuatrocientos setenta y cuatro personas asesinadas por año.
Se impone como conclusión lógica que el estado azteca era un estado genocida.
Es esta una verdad sencilla e irrebatible, pero que nadie se atreve a decir por temor a las represarías de los guardianes (de los rottweiler implacables) del sistema mediático académico que ha instaurado la dictadura de lo políticamente correcto.
Una verdad, repito, simple, pero irrefutable: el Estado azteca era un Estado totalitario genocida que oprimía a su propio pueblo y que llevó a cabo como política de Estado la conquista de otros naciones indígenas para tener seres humanos que sacrificar a sus dioses y usar la carne humana así conseguida como alimento principal de los nobles y sacerdotes.
Esta es la verdad que no se puede decir porque entonces la leyenda negra de la conquista española de México se cae como un castillo de naipes cuando es empujado por una pequeña brisa. Esa es la verdad que me lleva a afirmar que si España tuviese que pedir disculpas por haber vencido al imperialismo antropófago azteca, tanto los Estados Unidos como Rusia tendrían que pedir perdón por haber derrotado al imperialismo genocida nazi.
La batalla por Tenochtitlán fue sangrienta, pero tan sangrienta como la batalla por Berlín, que puso fin al totalitarismo nazi. Las pruebas que presento en mi obra Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas al separatismo catalán sobre el holocausto azteca son abrumadoras.
Cuando se analiza la historia sin prejuicios y no se quiere ocultar la verdad, como hacen los supuestos historiadores que escriben sobre el supuesto genocidio que implicó la conquista española de América, pero que callan sobre los sacrificios humanos realizados por los aztecas, se llega a la conclusión de que el imperialismo azteca fue el más atroz de la historia de la humanidad.
Por otra parte, estimado presidente, es indiscutible que el mismo pueblo azteca (no la nobleza y la casta sacerdotal) sintió un gran alivio cuando se produjo la caída de Tenochtitlán, porque el Estado azteca era un Estado totalitario que oprimía también a su propio pueblo, sobre todo a las mujeres.
El Estado estaba compuesto de una casta oprimida (conformada por los esclavos, los labriegos y los artesanos) y una casta opresora integrada por la nobleza y los sacerdotes encargados del culto a los dioses. No hay duda alguna que el pueblo azteca sufría la tiranía del emperador Moctezuma.
Bajo el despotismo de Moctezuma (como demostró también José Vasconcelos) «las mujeres eran poco menos que mercancía y los reyezuelos y los caciques disponían de ellas a su antojo y para hacerse presentes». No hay duda alguna de que «el lazo que unía a Moctezuma con sus feudatarios era de terror, que cada rey comarcano dejaba en rehenes en la capital hijos, parientes, amigos».
Estas son las verdades que me llevan a reafirmar que Hernán Cortés no conquistó México. Hernán Cortés liberó México del imperialismo azteca.
Estas son las verdades por las cuales, estimado presidente Andrés Manuel López Obrador, pienso que usted no ha aceptado hasta el día de hoy mi desafío de convocar un gran debate sobre la Conquista de América (como tuvo el coraje de realizar el emperador Carlos V en el año 1550), que podría tener lugar en una universidad de Suiza, la que el señor presidente elija, y al cual asistan cinco especialistas que defiendan las tesis del señor presidente y cinco especialistas que, como quien esto escribe, sostengan que España no conquistó América, sino que España liberó América.
Es de hombres de bien reconocer los errores. Pero si usted cree que no se ha equivocado al reivindicar el Estado genocida más espantoso de la historia de la humanidad tenga entonces a bien aceptar reto que le he lanzado.