Aunque ciertamente ha habido tiempos mucho peores, como los treinta y los cuarenta del siglo pasado, estamos sin duda viviendo tiempos recios, donde la estupidez y la maldad van con frecuencia unidos para desgracia nuestra y de la Humanidad.
En efecto hoy hay tres ideologías dominantes en nuestros países, hasta hace poco considerados cristianos. Son la relativista, la marxista y la de género, si bien tienen muchos puntos coincidentes y se apoyan mutuamente. Tienen en común el rechazo del Cristianismo, al que se oponen radicalmente, por lo que abundan los textos de los papas y del Magisterio de la Iglesia condenándoles, la ausencia de valores objetivos y absolutos y un mesianismo intramundano que busca la felicidad en esta vida, puesto que el más allá no existe o como mínimo, no podemos saber en qué consiste. Uno no puede por menos de recordar la frase de Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5) y esta ausencia de Cristo ha hecho que estas ideologías no sólo no hayan logrado realizar el Paraíso terrenal, sino que por el contrario lo que sí han logrado son infiernos terrenales con innumerables víctimas. Y es que el pecado original sí existe, y construir un mundo en el que no se le tiene en cuenta, significa intentar poner el fundamento sobre un ser humano inexistente, y por tanto son construcciones carentes de raíces, hasta en el campo puramente científico.
En línea con estas ideologías y como prolongación de ellas encontramos el Transhumanismo que se define como una corriente cultural cuya finalidad es que el ser humano transcienda sus límites biológicos, mediante el uso de tecnologías a fin de mejorar nuestras capacidades cognitivas, intelectuales, físicas y morales, tratando de lograr un aumento de la longevidad, no descartando incluso el llegar a la inmortalidad, a la vez que se desarrolla la inteligencia y el bienestar, concebido fundamentalmente como un hedonismo.
Pero la realidad acaba imponiéndose. La negación de valores absolutos, de que haya algo intrínsecamente malo, termina por deshumanizar al hombre, como sucedió con los campos de concentración nazis y comunistas. La tecnología, que debiera ser tan solo un instrumento al servicio del ser humano, acaba siendo lo más importante y deshumaniza al ser humano, como sucede con los vientres de alquiler, que no es sino una forma nueva de esclavitud.
Tenemos también el antiespecismo, corriente de opinión creada por el australiano Peter Singer, y que opina que no hay diferencias ni fronteras entre hombres y animales. Defender a los animales del maltrato es legítimo, pero de ahí a pensar que comer carne sea una práctica bárbara y racista hay un buen trecho. El hombre es mucho más que los animales y esto nos lo dice claramente la Biblia en los relatos de la creación del hombre y la mujer.
Pero lo peor de estas corrientes no es que defiendan ideas absurdas o equivocadas, sino que son totalitarios y lucharán hasta que impongan su modo de vida al conjunto de la Sociedad, porque lo propio del totalitarismo es imponer a toda la colectividad, a través de la obligación si fuera necesario, reglas políticas y morales basadas, no en el derecho natural accesible a todos por la razón, sino en una ideología que, por definición, no puede ser discutida ni contradicha.
Lo curioso del caso es no darse cuenta que esta ideología tan pro-animal es un gravísimo peligro para los animales. Pensemos en las corridas de toros. Si desaparecieran, en muy poco tiempo desparecería el toro bravo. Y lo mismo sucedería con los animales a los que cuidan los ganaderos.
Pero no pensemos que estamos ante peligros remotos. En Francia está a punto de aprobarse una Ley de Bioética que dará derecho a la procreación artificial a las mujeres en parejas del mismo sexo y a las mujeres solteras; permitirá la investigación con embriones más allá de los 14 días de incubación, la implantación de embriones humanos en animales, el desarrollo de embriones con 3 padres, el aborto libre más allá de las 12 semanas y también a libre disposición de los menores de edad.
Recemos para que la Humanidad no pierda el sentido común.
Pedro Trevijano