La fecundación artificial homóloga es la que se realiza con semen del propio marido. Veamos su moralidad:
En su discurso del 29-IX-1949, Pío XII condenó la fecundación artificial de la mujer, incluso con semen del propio marido, puesto que el matrimonio es una sociedad basada en el amor y es voluntad de Dios que los hijos lo sean a consecuencia de la entrega amorosa propia del matrimonio. El deseo de tener un hijo no basta para legitimar la fecundación artificial.
Pero en los últimos lustros se han realizado grandes progresos teológicos y científicos acerca de los problemas sexuales y muchos autores dudaban sobre la actual validez del juicio de Pío XII, emitido en un simple discurso. Para estos autores es cierto que la inseminación tiene que tener lugar dentro del contexto de una relación de amor conyugal, pero el acto físico de la unión sexual natural no parece ser una necesidad moral absoluta y determinante. Además, no se trata de sustituir con artificios técnicos a un coito fecundante, sino ayudar, con una tarea de suplencia, a un coito no fecundante, poniendo en un medio fértil el óvulo u óvulos en relación con los espermatozoides y devolverlos, ya fecundados, a su madre. Se intentaría abrir con ello camino a la vida. Se exigiría también, a fin de evitar abortos, que la técnica empleada, aunque fuese fecundar simultáneamente varios óvulos, llevase consigo el introducir todos ellos en la matriz con la esperanza que uno o varios aniden, tanto más cuanto que no existe el derecho a escoger o seleccionar un hijo entre varios.
El porcentaje de éxitos crece con el número de embriones transferidos, estando con la mejora de las técnicas la frecuencia de éxitos en crecimiento, aunque todavía hoy siga siendo bajo y no hay que olvidar las consecuencias psicológicas de esta frustración, así como también la posibilidad de embarazo múltiple. Más allá de tres o cuatro embriones aumenta considerablemente esta posibilidad, por lo que la mayor parte de los equipos médicos limita el número de embriones transferidos a tres, aunque con frecuencia se transfiere una media de dos, con el doble objetivo de evitar embarazos múltiples, que son un peligro añadido y conseguir que estas gestaciones se parezcan lo más posible a las naturales, lo que significa obtener embarazos únicos.
Estos embriones imponen serios deberes morales al hombre y a la mujer de quienes proceden los gametos que los han originado. El guardarlos en reserva para introducirlos en la madre sea para un segundo intento, sea para un nuevo embarazo, si la mujer ha quedado embarazada, es moralmente desaconsejable, aparte que como sucede en ocasiones, la mujer que ha sido madre, se desbloquea y empieza a tener hijos por el modo normal. No es difícil por ello que quienes se deciden por la fecundación de varios ovocitos sin que todos sean implantados, se encuentren años después ante el dilema moral de dejarlos destruir o no. Por todo ello se trata de evitar el seguir produciendo embriones sobrantes, mientras seguir permitiendo, aunque sea con la excusa de sólo en casos excepcionales, producir embriones sobrantes, representa un coladero para su producción masiva y es que la única manera verdaderamente eficaz de evitar que siga habiendo estos embriones es no producirlos. Por ello, si se quiere de verdad solucionar el problema de los embriones sobrantes, se debe eliminar cualquier tipo de excepción, prohibiendo la congelación de embriones, pudiendo las mujeres que recurren a estas técnicas, recurrir a la congelación de óvulos, técnica que ya está produciendo resultados favorables, y no supone la congelación de la vida humana.
Sobre estos temas la Instrucción de la Congregación de la Doctrina de la Fe «Donum vitae» de 1987 nos dice: «La importancia moral de la unión existente entre los significados del acto conyugal y entre los bienes del matrimonio, la unidad del ser humano y la dignidad de su origen, exigen que la procreación de una persona humana haya de ser querida como el fruto del acto conyugal específico del amor entre los esposos» (IDV II,4) y «aun en el caso de que se tomasen todas las precauciones para evitar la muerte de embriones humanos, la FIVET (fecundación in vitro extratubárica) homóloga actúa una disociación entre los gestos destinados a la fecundación humana y al gesto conyugal» (IDV II,5). «La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural» (IDV II,6). En la misma línea dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales homólogas sin destrucción de embriones) son quizás menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador» (nº 2377).
Para los Obispos españoles «la dignidad de la vida humana exige que su transmisión se dé en el ámbito del amor conyugal, de manera que aquellos métodos que pretendan sustituir y no simplemente ayudar a la intervención de los cónyuges en la procreación , no son admisibles» (Instrucción Pastoral «Teología y secularización en España» 30-III-2006 nº 62).
En cambio, parecen moralmente lícitas las técnicas de reproducción intracorpóreas que constituyen una forma de ayuda, no de sustitución, de la cópula que se realiza, y es que el hijo debe proceder del acto de amor de los padres.
Pedro Trevijano, sacerdote