El ministro de Justicia de España , Francisco Caamaño, ha puesto de manifiesto el carácter totalitario del gobierno de Zapatero al negar a los médicos su derecho a la objeción de conciencia para oponerse a realizar un aborto. Tal negativa supondría, según el ministro, un acto de "desobediencia civil".
Caamaño asegura que "en nuestro país no hay más objeción de conciencia que aquélla que está expresamente establecida de la Constitución o por el legislador en las Cortes Generales".
Es decir, aunque un médico, o cualquier otro profesional del ámbito de la medicina, crea que practicar un aborto es lo mismo que matar a un ser humano, no podrá oponerse a llevar a cabo la operación si trabaja en un centro público. Tendrá que elegir entre vivir con la acusación de asesinato en su conciencia o ser un funcionario del estado español.
Si finalmente las palabras del ministro se convierten en ley, la totalidad de los médicos cristianos especializados en la obstetricia de este país tendrán que olvidarse de trabajar en el sector público. Aquellos que más aman la vida deberán de abstenerse de trabajar para ayudar a las que traen la vida al mundo.
En un futuro, cuando al señor Zapatero le apetezca aprobar la eutanasia, se usarán los mismos argumentos para obligar a los médicos a practicarla a aquellos enfermos que la soliciten.
Si en algo tan delicado y fundamental como es la dignidad de la vida humana, el gobierno de Zapatero no admite la libertad de objeción de conciencia, ¿en qué lugar queda la misma en este país? No la tienen los padres a la hora de oponerse a una asignatura adoctrinadora. No la van a tener los médicos a la hora de ser fieles a su juramento hipocrático. Por tanto, la libertad de objeción de conciencia será inexistente. Si eso es la democracia que quieren vendernos, los cristianos no podemos comprarla.
De hecho, la desobediencia civil o la emigración es el único camino que el socialismo gobernante nos deja a aquellos que seguimos el mandato de "obeceder a Dios antes que a los hombres". Hoy todavía no nos queman iglesias ni nos fusilan al lado de cunetas. Les basta con convertirnos en ciudadanos de segunda a los que se puede exigir que actúen en contra de sus principios. Estamos, pues, ante otro modelo de martirio. De nosotros dependerá que permanezcamos fieles a Dios o nos arrodillemos ante un Estado que es cada vez más totalitario y tiránico.