Escribo estas líneas en los últimos días de las fiestas navideñas. Tengo delante de mí el libro de Ratzinger-Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús en el que trata sobre la bastante probable historicidad del episodio evangélico de la adoración de los Magos y el muy importante mensaje religioso de la apertura de la Buena Noticia a los gentiles, es decir a todas las naciones.
Pero allí queda también reflejado cómo somos los seres humanos. Se nos habla de Herodes, una mala persona y también de los Magos, prototipo de las buenas personas que buscan la Verdad.
En nuestra Sociedad de hoy, estos personajes se repiten. Hay muchísimos Herodes, es decir todos aquellos que realizan abortos o practican la eutanasia, o, como hizo Herodes no se manchan directamente las manos de sangre, sino simplemente dan su apoyo y voto para hacer posible, facilitar e incluso se consideren derechos estos infames y horribles crímenes, como los califica el Concilio.
En este punto es interesante repasar el capítulo segundo de la Primera Carta de San Juan. Se nos recuerda la presencia entre nosotros de muchos anticristos, es decir de muchos que rechazan a Cristo y su filiación divina, y tratan además de engañarnos. No nos hagamos ilusiones, detrás de los anticristos, está el demonio y los grupos satanistas, incluso en algunos casos abiertamente, como esa secta satánica de Dallas, a la que ha hecho referencia InfoCatólica que promueve la realización de abortos como ritual religioso; es decir el mal ni siquiera necesita disfrazarse para ser aceptado como algo bueno.
Jesucristo en Jn 8,42-46, señala las condiciones para que uno sea hijo del diablo: no creer en Él, ser homicida y mentiroso. Desgraciadamente, en nuestra Sociedad hay bastantes que cumplen claramente las tres condiciones. En estas fiestas navideñas hay muchos que rechazan hasta la palabra Navidad y quisieran reducirlas a unas simples fiestas en las que no sabemos qué se celebra, pero desde luego no el nacimiento del Hijo de Dios. Y como Jesucristo es la Vida (cf. Jn 14,6), muchos de sus adversarios defienden la cultura de la muerte y así defienden prácticas criminales como el aborto y la eutanasia, escudándose en el pretexto de la libertad individual para poder así matar a seres humanos, apoyándose para ello en la ideología relativista, que niega la existencia de una Verdad objetiva y no distingue entre verdad y mentira
Pero si nos preocupa la existencia de tantas personas malvadas, no debemos olvidar que hay también muchas personas buenas sinceramente entregadas a hacer el Bien, como objetivo de sus vidas. Si somos criaturas de Dios, si Dios quiere que seamos sus hijos, es señal clara que el ser humano merece la pena. Es impresionante el número de obras dedicadas a servir al prójimo, a veces arriesgando incluso su propia vida, como sucede con tantos misioneros. Incluso en estos momentos de pandemia, de grave crisis sanitaria y económica, mucha gente ha reaccionado con este pensamiento: «¿qué puedo hacer yo para ayudar más y mejor a quien lo necesita?». Recuerdo a aquel sacerdote que me decía, sabiendo que no le quedaban muchos días de vida: «A mí me importa muchísimo lo que opine de mí Dios, algo lo que yo piense de mí, nada lo que opinen los demás». O ese profesor que un día en clase hablando sobre algo malo como son los insultos nos dijo: «El insulto es, aparte de ser el argumento de quien no tiene argumentos, un boomerang que se vuelve contra quien lo lanza. Si yo insulto a otro, el insultado y su madre siguen siendo lo mismo que antes, mientras que yo me he degradado como persona». O aquella señora, que me comentó que siendo adolescente les pusieron en el Colegio una redacción sobre el tema de qué esperaban de la vida. Me dijo: «Fue la redacción más breve de mi vida. Sólo puse literalmente cuatro palabras: Amar y ser amada».
Pedro Trevijano