Polonia, lo mismo que España, está desgarrada en dos, por una disputa interna sobre la valores más importantes para el futuro de la nación. Esta división se ha mostrado en los últimos comicios presidenciales.
Existe una Polonia fiel a su fe, raíces y existe otra Polonia que se dice progresista liberal y quiere copiar todo lo que hace Occidente. Esta última Polonia, llena de complejos de inferioridad por su pasado tan «reaccionario» y asociado con el catolicismo no quiere saber nada sobre los frutos envenenados de la revolución de 1968 y aún menos sobre la ingeniería social que nos trae el neomarxismo. Esta Polonia necesitaba una chispa para rebelarse y crear su movimiento revolucionario, similar al Black Lives Matter estadounidense. Pero el quid de la cuestión es que aquí nadie ha matado a nadie, y al contrario, se ha dicho que está prohibido matar a los más vulnerables, es decir, a los nonatos sospechosos de defectos eugenésicos.
El Tribunal Constitucional consideró la solicitud de 119 diputados y dictaminó que la disposición que permite el aborto «en caso de probabilidad de deterioro grave e irreversible del feto o enfermedad incurable del feto que ponga en peligro su vida es INCOMPATIBLE con la Constitución», es decir contradice el artículo 38, art.31 y art. 30 de la Constitución Polaca. Y como no se puede discriminar a los niños enfermos frente los niños sanos, la sentencia no podía ser otra. Todos los nonatos, independientemente de su estado de salud, gozan de la 'dignidad inherente e inalienable' que les otorga el derecho a la vida. Y, contrariamente a las manipulaciones de los medios de comunicación, la Ley aún permite la posibilidad de interrupción del embarazo si representa una amenaza para la vida y la SALUD de una mujer, así como cuando existe una sospecha justificada de que el embarazo es el resultado de un acto prohibido, por ejemplo la violación.
Nuestros revolucionarios, sin embargo, concluyeron que BABY LIVE DON'T MATTER. Bajo las consignas «el gobierno tortura a las mujeres» y «¡esto es una guerra!», las feministas lanzaron la consigna de la guerra total en el apogeo de la pandemia haciendo salir a las calles a miles de mujeres y niñas en muchas ciudades de Polonia.
El movimiento revolucionario llamado «Huelga feminista» está encabezado por una lesbiana excepcionalmente vulgar –Marta Lempart–que confesó sin tapujos odiar a los niños y, sin embargo, fue elegida como líder del movimiento para defender a las mujeres y su «salud reproductiva». Ninguno de estos rebeldes siquiera quiere dialogar ni escuchar que la sentencia del Tribunal Constitución aún no se traduce en la ley completa y no le han dado al gobierno la oportunidad de aclarar la redacción de las disposiciones sobre los defectos letales. Ha llegado el momento esperado para incendiar el país y derrocar al odiado gobierno conservador, por lo que todos los que estaban dispuestos se unieron a la acción: el lobby LGBT, la nueva izquierda, los viejos poscomunistas y por supuesto la oposición, que una vez más espera tomar el poder que no pudieron conseguir en las urnas.
Así comenzaron los ataques a sacerdotes, actos vandálicos contra iglesias (dañaron más de 90 fachadas), incursiones en misas y servicios religiosos, acciones vulgares dirigidas contra obispos y católicos. Este movimiento revolucionario adoptó como emblema el relámpago rojo, llamado «S» rota, un símbolo antiguo germánico que significa la destrucción y el cual, en esta tierra, solo llevaron los ocupantes nazis: los de la SS. Este símbolo, es decir el relámpago rojo, se ha convertido en el sello distintivo de la parte rebelde de Polonia y con ello desfiguran casas, edificios, iglesias e incluso se lo dibujan en sus mascarillas, las mujeres obsesionadas con sus ideas feministas.
Todo junto da una imagen de la locura en la que ha caído parte de mi nación, manipulada por los medios dominantes de mainstream, hostiles al gobierno conservador de Morawiecki. Mucha culpa también recae en el lado de la autodenominada «iglesia progresista», que, a través de los labios de sus periodistas (con menos frecuencia que el clero), alienta a la «purificación», y «modernización» de la Iglesia; porque también sufren una especie de «enamoramiento» de la Iglesia moderna de Europa occidental. Parece poco probable que haya personas de la Iglesia que apoyen a un movimiento tan anárquico, que se destaque en la escala de vulgaridad, agresividad y cristofobia y, sin embargo, existen. Pues parece que en el seno de mi patria ha crecido una «Polònia» Català igualmente separatista y rebelde.
Afortunadamente, junto con el estallido del sentimiento anticatólico, ha crecido un movimiento de defensores de la fe y de las iglesias, que, con un rosario en la mano, constituyeron un cordón protector. La iglesia jerárquica también está advirtiendo, cada vez más contundentemente, que es un pecado participar en estas manifestaciones. Tanto más que todo esto sucede en el apogeo de la pandemia con escasez de camas UCI y respiradores. Se puede decir que el 8-M español se repitió deliberadamente en Polonia, esperando que cuantas más víctimas, más pronto colapsara el odiado gobierno con su ley anti-aborto.
Los acontecimientos de las últimas semanas han causado un estado de shock en los católicos. Nunca antes en esta tierra ningún polaco había entrado por fuerza en una iglesia o profanado lugares santos. Siempre fueron algunos intrusos: nazis, soviéticos, nacionalistas ucranianos. Nos acompaña un dolor mezclado con incredulidad. Algo se rompió en la nación. Pero ya en 1992 el sacerdote de la Solidaridad Jose Tischner nos había advertido que un «don de la (falsa) libertad» puede resultar NEFASTO. La pregunta es ¿qué parte de Polonia será tentada con la manzana envenenada... que prometiendo plena libertad le traerá una nueva esclavitud?
Małgorzata Wołczyk