La opinión pública se ha sentido horrorizada ante los dos casos de violación de niñas realizadas por menores. No voy a aprobar el hecho, pero creo que ha llegado el momento de que los adultos se pregunten o nos interroguemos por qué hemos llegado a esto y por qué lo normal sería que estos hechos se repitiesen.
El problema empezó con las campañas a favor del preservativo. La mentalidad laicista y atea de la sexualidad, la de pensamiento único que hay detrás de estas campañas, es que, como no se cree que el ser humano es una persona libre y responsable, hablar de castidad a nuestros jóvenes es perder el tiempo, porque son incapaces de ella, aunque la realidad nos muestre que no sólo los jóvenes pueden aprender a autocontrolarse, sino que muchos de ellos viven en continencia, y es que para nuestros laicistas es la realidad la que tiene que acomodarse a la ideología, y no la ideología a la realidad, e incluso se arma un escándalo cuando varios médicos del Carlos III defienden la abstinencia como método de prevención del Sida, mientras nadie alza su voz, lo que nos indica nuestra cobardía como cristianos, cuando la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad, poniendo ésta al servicio del amor y de la construcción de la persona, es la que mejor responde a las necesidades humanas y a nuestro deseo de encontrar el sentido de la vida y de satisfacer nuestras ansias de felicidad, para protestar que, como sucedió en los panfletos del Consejo General de la Juventud subvencionados por el Ministerio de Sanidad, tan solo se hable a los adolescentes del condón y nada de la abstinencia o fidelidad, porque eso es lo normal y lo políticamente correcto.
Y sin embargo hay que recordar que en materia sexual no todo está permitido y que la realización del acto sexual fuera del contexto conyugal no es un juego inocuo, sino algo inmoral. Estas campañas parten del presupuesto de que la sexualidad está al servicio del placer físico individual, sin ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias, significando el ser responsable tan sólo el tomar precauciones contraceptivas y sanitarias a fin de evitar los embarazos no deseados y el contraer enfermedades venéreas. La permisividad absoluta y el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer son el denominador común de este tipo de corrientes, que tratan al sexo como un fenómeno puramente biológico, sin ninguna trascendencia ni significado. Con ello sólo se consigue la banalización del sexo, pues da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. En esta concepción se ignoran los valores éticos y espirituales de la sexualidad, así como se destruye el sentido de la responsabilidad de los adolescentes y jóvenes en relación a su cuerpo, con serios efectos negativos para su educación y la dignidad de las mujeres, ya que la recomendación sin más del uso de preservativos crea una mentalidad permisiva que induce a una mayor actividad sexual y a una realización prematura del acto sexual que tiene graves consecuencias, pues aunque el preservativo disminuya el riesgo de embarazo y contagio, el aumento de relaciones hace de más que suficiente contrapeso a la disminución del riesgo. El efecto principal de estas campañas es el aumento de la actividad sexual y de la promiscuidad, con sus consecuencias de mayor riesgo de contagio de enfermedad y de deterioro de la vida afectiva y personal.
Aunque es cierto que todos merecemos respeto, no lo es que cada uno pueda tener la conducta sexual que le dé la gana, porque no todo es igual, pues hay cosas que están bien y otras que están mal: ¿es que no podemos decir los padres y educadores que hay que proteger una serie de valores, entre los que ocupan un lugar muy importante los relacionados con la educación afectivosexual y por tanto que nos parece fatal, que unos adolescentes o jóvenes realicen el acto sexual, aunque sea con todas las precauciones? Ahora bien, si les enseñamos que no hay nada malo en que se acuesten, eso sí, usando condón, y dado que esas relaciones de pareja no se suelen distinguir por su duración: ¿no estamos poniendo la base para que luego de mayores la fidelidad y estabilidad brillen por su ausencia?
La experiencia indica que estas campañas son aberrantes, porque con ellas se transmite una falsa confianza y se consigue lo contrario de lo que se pretende, pues el preservativo no es ni mucho menos seguro, y mucho menos utilizado por adolescentes, donde el porcentaje de fallos es desde luego mayor que en los adultos, y éstos también fallan, por lo que a pesar del empleo de métodos anticonceptivos, las supuestas garantías que se les dan no son de gran valor. Además, al trivializarse y aumentarse la actividad sexual, el resultado es que quienes las llevan a cabo no es difícil queden contagiados de estas enfermedades ciertamente importantes y ellas además embarazadas. Una señal clara del fracaso de estas campañas es el constante aumento del número de abortos. El peligro de contagio de enfermedades es aún mayor que el de embarazo, porque los virus son menores que el espermatozoide y el contagio puede suceder todos los días, mientras el embarazo sólo unos seis días al mes
Estas campañas con su concepción tan superficial de la sexualidad, el considerar la continencia o la castidad como imposible, alienante o antinatural, suponen la ausencia de un plan de formación integral de las personas en el que la sexualidad esté al servicio del amor. Por otra parte, la ausencia de unas pautas morales lleva a interiorizar la idea de que en materia sexual no hay normas, llegándose así a la banalización de la sexualidad y a la degradación personal. El sexo presuntamente sin riesgo se convierte en sexo sin humanidad, sin hondura, sin amor y por eso mismo sin felicidad. Las únicas conductas que aún son objeto de reproche moral son la prostitución infantil y el abuso de menores. Pero decirle a un crío de trece años que puede acostarse con quien le dé la gana y luego ponerle un límite, aunque sea simplemente decirle que no puede violar a sus compañeras, es algo que fácilmente se le escapa y entonces sucede lo que estamos lamentando. ¿Pero no tenemos los adultos, o al menos los adultos que han animado a tener una sexualidad insensata, buena parte de la responsabilidad de lo que ya ha sucedido y, todo hace suponer, va a seguir sucediendo?
Pedro Trevijano, sacerdote