Si son verdaderos los datos que suministra la información internacional, hasta este momento hay unos 300.000 fallecidos por COVID19. De seguir ese ritmo, a finales de año tendríamos que hablar de un millón.
En Perú – y algo parecido ha ocurrido en 50 países más- los gobernantes proponen una macabra solución a ese drama: asesinar niños antes de nacer, que eso es el aborto.
No hay recursos para conseguir más oxígeno, más y mejores respiradores, mascarillas… Incluso el personal sanitario es insuficiente… Sin embargo, simultáneamente, sí que hay recursos para facilitar y potenciar las prácticas abortivas, que podrá realizar cualquier médico, sea cual sea su especialidad; hay dinero para distribuir gratuitamente la píldora del día siguiente (que puede ser abortiva), anticonceptivos , preservativos… En algún país, mientras están restringidas las operaciones quirúrgicas, se facilitan las operaciones de cambio de sexo ( no sabíamos que esta fuera una emergencia sanitaria).
A fin de año, si se repiten las cifras del año pasado, las víctimas por aborto serán 40 millones. ¡Cuarenta millones de niños masacrados legalmente!
¿Por qué, mientras se difunde el COVID, se incrementan y facilitan vertiginosamente los medios para abortar o impedir concepciones? ¡Qué extraña y macabra coincidencia! ¿Por qué invertir en asesinar niños y no emplear esos medios en salvar vidas afectadas por el coronavirus?
Todo esto se promueve desde instituciones y gobiernos llamados democráticos, que supuestamente defienden y respetan la dignidad de cada persona. Y todo, con el silencio cómplice o el apoyo explícito de multitud de medios de comunicación, que adormecen conciencias y consiguen formar un estilo de personalidades asustadas, embotadas, incapaces de reaccionar ante estas atrocidades.
Estamos dejando pequeños a los grandes genocidas de la historia, como Stalin o Hitler. Pero, claro, a diferencia de ellos, nuestros líderes tienen un rostro educado, filantrópico y aparentemente tolerante. ¡Lobos con piel de corderos!
¿Cuál será el siguiente paso de esta cultura de la muerte, que consigue convencernos de la bondad de estas macabras aberraciones? ¿Iremos sucumbiendo todos a esta mordaza y a estas cadenas de rostro amable, que hipnotizan al ser humano mientras lo disuelven?
Todo hombre de buena voluntad debe alzar su voz. Más, los cristianos. Y más aún, los pastores de la Iglesia. Es triste cuando, al mirar ciertos momentos de la historia, descubrimos cristianos y pastores que callaron (por miedo o por inconsciencia) mientras se perpetraban tremendas atrocidades. Los que hablaron, en muchos casos pagaron la libertad y la veracidad de su voz con su vida. ¡Como Cristo!
¿Caminamos -o estamos- en tiempos proféticos y martiriales? Tal vez, porque en las grandes crisis de la historia, el remedio ha sido siempre el mismo: la inmolación de los cristianos, cuya sangre ha lavado las inmundicias acumuladas por la mentira homicida.
Solo la actitud martirial permite tener una mirada clara y una voz libre.
El COVID 19 (¿con qué fin y quién lo puso en marcha?) es un signo más de la mentirosa cultura de la muerte que pugna por impregnar toda la mentalidad actual, expulsando de todos los ámbitos a Aquel que es la Vida.
En este inmenso drama que se desarrolla en la historia, y que sobrepasa el horizonte de nuestra mirada, los cristianos vivimos de una certeza: hemos sido asociados a la victoria del Resucitado.
José Manuel Alonso Ampuero, sacerdote
Rector del seminario diocesano de Lurin. Perú