Nuestras calles tienen un extraño paisaje. Pocas personas deambulan por sus aceras, van con prisa y protegidas muchas de ellas con mascarillas y guantes. A mano siempre el salvoconducto que pudieran justificar los pasos viandantes. Las plazas no tienen el alegre juego de los niños con su griterío y correteo propio de infantes. Ni hay abuelos que toman el sol mientras se asoman comprensivos al vaivén de los que vienen y van apresuradamente. No hay jóvenes que hagan un alto para decirse en su cita que se quieren con todos sus requiebros enamorados. Si hay mascotas, las hay de pasada para necesidades biológicas de los animales, mientras estiran las piernas sus amos. Veremos en qué queda lo de la salida de los niños, tras tanto dicho improvisado, retocado y desmentido. Los más pequeños no son moneda de cambio para unos intereses políticos.
Comercios cerrados. Establecimientos como bares y restaurantes no abren tampoco, al igual que colegios, cines, teatros, salones de conferencias. ¿Y las iglesias? Tampoco ellas se han librado, y hemos debido proceder también al cierre de nuestros templos. Fueron medidas que dictaron las autoridades sanitarias y que de modo responsable hemos acatado con generosidad para facilitar desde nuestros lares, que se pueda atajar cuanto antes la pandemia frenando su crecida expansión. Ahí andamos viendo cómo la gente se comporta admirablemente en la mayor parte de los casos, siguiendo como adultos responsables las indicaciones que unos y otros estamos dando. Propiamente, no se han prohibido las celebraciones religiosas, pero sí se han impuesto unas restricciones. Las iglesias están cerradas, pero no se ha suprimido la plegaria. En esta circunstancia ha nacido y crecido la creatividad de tantos cristianos, sacerdotes y laicos.
Hay un grande deseo de volver a la casa de Dios en nuestras parroquias, y una necesidad por parte de tantas personas creyentes de expresar su fe, de nutrirla y afianzarla con el consuelo de poder acercarse a una iglesia, arrodillarse ante un sagrario, rezar ante una imagen de María. Aunque sabemos que Él está en todas partes, y que desde cualquier lugar y situación escucha nuestras oraciones, nuestras lágrimas son su propio llanto y nuestro brindis es el suyo cuando celebramos las alegrías. La pandemia nos ha impuesto un «ayuno eucarístico» privándonos de poder comulgar recibiendo a Jesús. Que esto despierte la conciencia y la gratitud para valorar el inmenso don que supone poder celebrar la Eucaristía y acceder a los sacramentos, cosa que a veces damos por supuesto olvidando que es un regalo inmerecido cada día.
Digamos también, aunque han sido pocos casos, que ha habido alguna irrupción en templos parroquiales o incluso en una catedral en plena celebración. No en Asturias. Son espacios sagrados –y por lo tanto exentos–, donde se siguen las medidas que las autoridades sanitarias han dictado (como el guardar la distancia física entre las personas y evitar absolutamente una aglomeración), por eso no procedía una disolución como si se estuviera delinquiendo por parte de sacerdotes y fieles en una catacumba clandestina.
Otra cosa es quien jalea para intentar malmeter, acusar, crear alarmismo, recurriendo sin pudor a la extorsión calumniosa y al intento de censura embravecida señalando a sacerdotes y fieles cristianos de estar incumpliendo la normativa. Por nuestra parte, acatamos y haremos acatar las directrices legítimas que nos han dado, pero no permitiremos que nadie conculque torticeramente nuestros derechos humanos y constitucionales, entre los que la libertad religiosa no es el menor de ellos, con la excusa de una pandemia. Nuestras iglesias no son catacumbas para la censura y la vivencia de la fe la expresamos incluso dentro de las restricciones que se derivan de estas circunstancias, con la debida prudencia de la normativa vigente.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo